Uno lo disfruta y,
modestamente, trata de entenderlo. No basta con la quietud en la butaca, la
atención a lo que el artista ejecuta sobre el escenario. Hace falta algo más
hondo, “la gracia del instante”, de la que hablaba Herbert von Karajan. Para
sentirla, es necesario educarse en la cultura del esfuerzo más allá de la
diversión extraescolar. No puede saberse, por lo tanto, qué porcentaje de la
multitud que abarrotó el pasado 4 de enero el Teatro Casyc de Santander comprendió
todo lo que allí vio y escuchó. La Orquesta Juvenil Ataúlfo Argenta ofreció su
concierto de año nuevo a beneficio de Cáritas ante un público formado
mayoritariamente por amigos y familiares, que expresó su felicidad con aplausos
y cariño. Algunos bebés lloraron del susto (demasiado pequeños para un
espectáculo de estas características) y hubo que sacarlos de la sala.
La música clásica exige compromisos.
Desde que un niño toma un instrumento por primera vez, las responsabilidades se
acumulan. Algunos abandonan muy pronto, aturdidos, quizás, por la falta de
tiempo libre. No siempre apetece, imagino, producir belleza. Los espectadores
nos asomamos al concierto y lo vemos ya todo en orden: los músicos
perfectamente ataviados, el sonido limpio que brota cuando el director lo
reclama. Pero esa es solo la consecuencia, la última estación en un trayecto
largo, que implica ensayos a deshora, madrugones y muchos nervios.
El maletero del coche
familiar sustituye, durante un tiempo, las toallas y la sombrilla por el
violonchelo o el contrabajo. Los padres observan a sus hijos crecer y superarlos,
no sólo en centímetros, sino en conocimiento. La parentela es incapaz de leer
una partitura; de ella extrae el niño notas y ritmos. El orgullo es inmenso. La
orquesta carece de un lugar fijo para ensayar -el Teatro Casyc le cede su
espacio cuando no está ocupado- y todos los gastos corren por cuenta de los
músicos y sus progenitores. Que tomen nota las instituciones, tan pródigas en
cualquier cosa que no huela a cultura.
Y llega el día del concierto.
El ecléctico programa incluye la ‘Cuarta Sinfonía’, de Beethoven y la ‘Suite
2000’, de Rafael Osuna, así como las emblemáticas ‘El Danubio azul’ y la
‘Marcha Radetzky’. El público participa -cuando lo indica el entusiasta director,
Hugo Carrio- y comparte los momentos más festivos del evento con risas y
vítores.
Son alrededor de cuarenta intérpretes,
acompañados por varios coros infantiles de la región. Los espectadores hemos
llegado al final, en la desembocadura de su empeño; en el preciso instante en
que ese bullicio de chicos y chicas (de preadolescentes a universitarios)
abandona las preocupaciones propias de su edad para convertirse en un solo
cuerpo que produce música. Tan simple y tan trabajado. Fue también Karajan quien
definió la orquesta como “un vuelo de pájaros salvajes”. A eso quisieron parecerse
los jóvenes de la Ataúlfo Argenta el pasado 4 de enero en Santander.
*Columna publicada el 14 de enero de 2016 en El Diario Montañés.
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