Las preguntas que verdaderamente dañan al ser humano son rotundas, pero
escasas; tenemos esa suerte. “¿Hay un dios salvador?”, “¿la vida tiene sentido?”,
“¿por qué perdemos a tanta gente amada?”. Con estas tres rocas sobre los
hombros, aún podemos sobrellevar los días, cumplir con nuestras
responsabilidades y aproximarnos sin vacilar al precipicio de la vejez y de la
muerte. De algún modo, confiamos en que brote la respuesta de su mera
formulación. Algunos maestros espirituales afirman incluso que “si existe la
sed, existe el agua”. ¿Quién puede estar seguro?
Sin embargo, cabe la cruel posibilidad de que todo sea humo, ilusión,
espejismo. Nuestros amagos de verdad, nuestros balbuceos, son siempre previos a
las preguntas. Necesitamos que haya una razón para el sufrimiento, para las
derrotas. Es descorazonador, aunque puede resultar fácil de entender porque la
carne es débil y el miedo acecha.
El pasado lunes, en plena resaca electoral, las redes sociales rebosaron de
preguntas y lamentos. “¿Cómo es posible -escribían los decepcionados- que el
pueblo español haya votado a la corrupción?”. También esta vez, la respuesta
nació antes y con fuerza. Algunos (los más bravos) se ahorraron los
interrogantes y hablaron directamente del carácter “fascista”, “analfabeto” y
“casposo” del país. La autocrítica de los vencidos brilló por su ausencia y
primó el ya emblemático “España no nos merece”.
Si la sociedad española votó a la corrupción, efectivamente no valdría la
pena ni salir del portal. Los criminales y sus cómplices camparían a sus
anchas, exigiendo mordidas y derechos de pernada; no habría antídoto eficaz
porque el derrumbe ético sería de tal magnitud que sólo una revolución
(supuestamente la de los perdedores) asearía las calles y ventilaría las
moquetas. Pero, ojo, si, por el contrario, se trata de una elección coyuntural de
los votantes, quizás nos estamos equivocando de pregunta.
Propongamos otra: ¿por qué la sociedad española ha decidido votar al PP a
pesar de la corrupción? Como verán, es parecida, pero no idéntica a la anterior.
Esta nueva pregunta abre perspectivas, crea posibilidades. En definitiva,
rescata el asunto de las garras de la estigmatización y de la condena moral.
Así, los españoles ya no serían demonios miserables, sino personas que han
elegido una opción entre otras.
Una respuesta posible sería la
siguiente: el Partido Popular ha logrado conservar su espacio en el centro del
tablero; el mismo espacio al que antes aspiraba el PSOE, confundido hoy entre
mareas y círculos que le disputan el voto de la izquierda ‘indignada’. Pese a
los casos de corrupción, los desahucios, la austeridad y la inexistencia de un contenido
ideológico reconocible, el PP está a salvo en ese lugar escueto del “sentido
común”. Sin ilusión ni voluntad de grandes victorias, Rajoy y compañía han
convencido al personal de que el PP es la última línea de defensa contra la
fragmentación del país y la irrupción del populismo. Con esa bendita inanidad
les basta.
*Columna publicada el 30 de junio de 2016 en El Diario Montañés.
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