En el otoño de 1967, el
cantante Noel Paul Stookey, del grupo Peter, Paul and Mary, visitó a Bob Dylan
en su refugio de Woodstock. Las cosas andaban revueltas y floridas en Estados
Unidos; terminaba el ‘Verano del amor’ y
la contracultura se acercaba al decisivo 68, con las alforjas llenas de
revolución, psicodelia y ácido lisérgico. Dylan llevaba más de un año apartado
del mundo, recuperándose -supuestamente- de un grave accidente de moto. Stookey,
emocionado (y colocado), se postró ante su ídolo para compartir con él la
felicidad por un cambio total e inminente. En su errático discurso, citó el ‘All
You Need Is Love’, de los Beatles, y felicitó a Dylan por tantos himnos útiles.
“¿Qué significa la vida para ti, Bob?”, preguntó. Dylan contestó con otra
pregunta: “¿Lees alguna vez la Biblia?”.
No resulta fácil descifrar el carácter de uno de los intérpretes
más obstinadamente herméticos de la cultura popular. Alguien debió de venirle ayer
con el cuento del Nobel, quizás mientras dormía. Nos imaginamos a un
septuagenario Dylan en pijama, cariacontecido o indiferente, respondiendo a los
elogios con un escueto “Hmm…”. Eso sí, ocurrió en Las Vegas, donde anoche tenía
previsto ofrecer un concierto. Ojo, al Nobel de Literatura de 2016, la noticia
le pilló en Las Vegas. Ya sólo por esto acertaron los suecos.
Dylan es el puñado de palabras que vendimia, pero nunca está
donde se lo espera (ni siquiera en aquel famoso festival que montaron “en el
patio trasero de su casa”): ‘folkie’ comprometido, roquero anfetamínico,
delicado trovador country, furioso cantante góspel… Las etiquetas se cuelgan y
despegan del espíritu del artista con idéntica facilidad. Bob Dylan llegó
siempre “lo suficientemente lejos para poder decir que estuvo allí”. Probó cada
ortodoxia con rapidez; el suyo ha sido un vuelo solitario que, una vez, lo llevó
a Cantabria.
A partir de 1965, Dylan rehuyó de los jefecillos que
lo creían y querían profeta o líder revolucionario. Su biografía queda
perfectamente resumida en las palabras de Mark Knopfler, viejo compinche: “Tuvo
que hacer lo que hizo para dejar de ser un dios”. Lo ha conseguido.
* Columna publicada el 14 de octubre de 2016 en El Diario Montañés
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