La banda terrorista ETA anunció
en 2011 que no mataría más. Hoy, dice que se disuelve. Sorprende la manera en
la que el ser humano pretende sostenerse siempre contra la extinción. ETA dejó
de matar y mantuvo su voz durante siete años, como si las palabras le fueran
posibles, como si su existencia hubiera sido, en algún momento, algo más que sangre
y metralla.
Los asesinos creen que el eufemismo pesa más que los cadáveres;
que la mano que escribió “si no paga, se convertirá en objetivo de ETA”, que
apretó el gatillo o anudó la mordaza, puede escribir hoy “el camino hacia la
consecución de la paz y la libertad en Euskal Herria” o “Euskal Herria está
ahora ante una nueva oportunidad para cerrar definitivamente el ciclo de
conflicto y construir su futuro entre
todos”.
Las palabras paz, libertad, futuro y oportunidad se destiñen en
la página que firma el malvado. No hablaremos, claro, de la distinción entre
víctimas necesarias y colaterales o de su “reconocimiento” del daño causado. Esto
es, sencillamente, pornografía. Claro que los terroristas buscaban el daño; ese
fue su oficio, su propuesta única. La producción de dolor y miedo para
debilitar las instituciones y eliminar a sus rivales políticos. No lo duden, el
daño lo reconocieron desde el primer momento.
Pero la proliferación de comunicados arraiga entre los
partidarios de conceder a ETA el papel de actor legítimo en un proceso de paz.
Lo indignante es el hecho de que la banda pueda sentirse lo suficientemente
respaldada para desplegar su cinismo sobre un país dispuesto a reconocerle el
derecho a renombrar los crímenes.
Y no
sólo en Euskadi. La falacia de quienes se adueñan de la lucha antiterrorista y
sostienen que “a ETA la derrotamos entre todos” atraviesa la geografía española
envuelta en declaraciones falsamente conciliadoras. No todos lucharon contra
ETA. Hubo quienes la sostuvieron y quienes la comprendieron, desde la asamblea
al púlpito, apartándose, quizás, de las pistolas pero jaleando el proyecto
totalitario; quienes se abrazan con Otegi, “el hombre de paz”, expresan con
impunidad su xenofobia y llaman “fascistas” a los verdaderos demócratas.
* Columna publicada el 16 de mayo de 2018 en El Diario Montañés
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