Para contemplarlo, hay
que recorrer antes todo el enorme recinto del Museo del Vino, en Briones.
Comparte espacio con otras obras de postín y no destaca entre el resto de
homenajes al fruto de la vid y del trabajo del hombre. Adrián, el guía, nos ha
explicado el sentido de la institución; un tributo, desde La Rioja, a la
cultura vinícola del mundo. Yo, que iba más o menos a la aventura, quedé
gratamente sorprendido del sólido orden de lo expuesto para la comprensión del
neófito.
Pero estaba hablando
del final del recorrido, cuando la información sobre el funcionamiento mecánico
de la bodega deja paso al estudio del impacto del vino en la civilización.
Esculturas dedicadas al dios Baco y elementos funerarios egipcios preceden a la
colección de arte contemporáneo, en la que, junto a pinturas de Juan Gris, Chagall o Tàpies, descubrimos la
obra ‘Entre dos luces’, un óleo de Sorolla fechado en 1898.
Frente a sus cuadros más
emblemáticos, que reflejan de manera incomparable la luz mediterránea, este
óleo solitario corresponde, según nos relata el guía, a su etapa costumbrista,
donde Sorolla se centra en la reproducción exclusiva de tipos humanos. La
visión de la escena no deja lugar a dudas; lo que brota del lienzo es, en
verdad, casi un arquetipo: un hombre sonriente y desdentado sostiene con firmeza
un porrón de diseño levantino -con el pitorro, a diferencia de la rectitud
conocida en otras partes del país, levemente curvado-.
Pensando en el
hombrecillo del porrón, y en la muestra que prepara el Thyssen para el mes de
febrero de 2019 sobre Balthus, recuperé, de pronto, mi intermitente querencia
por el arte figurativo; esa atracción por el misterio de la representación del individuo
en los cuadros mejores. Balthus, al igual que otros artistas, como Lucian Freud,
plasmó la perturbadora individualidad del siglo XX y la extrañeza ante el
contradictorio desafío de la carne. En el documental ‘Painted Life’, producido
por la BBC, Esther, una de las muchas hijas de Freud, que sirvió como modelo
ocasional de su padre, definía de esta forma el trabajo del creador: “no
pintaba una imagen de mí, sino lo que yo era en realidad”.
Quizás, el arte cumple
su función al permitirnos imaginar lo que esconde. La posibilidad, en
definitiva, de la invención, del camino propio más allá de la propaganda o el significado
puramente comercial. Un hombre, desde luego, conserva algo de todos los
hombres, pero el artista tiene la obligación de rescatarlo del rebaño.
Escribió
el poeta Goytisolo: “Un hombre sólo, una mujer/ así, tomados de uno en uno,/
son como polvo, no son nada”. ¡Quién pudiera decirle hoy a José Agustín que no,
que lo son todo; que no hay nada más sagrado que una persona única! Podríamos
decírselo también a Yolanda Domínguez, directora de la campaña ‘Hola, soy tu
machismo’, que renuncia a la individualidad por la revolución.
* Columna publicada el 29 de Noviembre de 2018 en El Diario Montañés
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