Cuentan las crónicas
que, la noche en que los iban a matar, Alberto Jiménez-Becerril y Ascensión
García (joven matrimonio sevillano) disfrutaron del calor de la amistad y del
placer que brota entre copas y risas, olvidando todos los peligros del mundo.
Imaginamos que, de camino a casa, la pareja tendría aún el paladar saturado de
esa felicidad escueta que proporciona una vida cuando avanza. Pensamos en ambos
-en la incipiente madrugada y en su último paseo-, convencidos de que nada iba
a interrumpirse.
Del concejal Jiménez-Becerril
y de su esposa uno empieza a saber demasiado tarde, cuando ya ha irrumpido la
muerte. Las primeras aproximaciones de la memoria, las palabras de homenaje,
los llantos y las condenas tienen el color de la tinta, la voz grave del parte
informativo. Es insuficiente y, en consecuencia, la rapidez con la que el duelo
se desata sugiere la posibilidad del arreglo; como si aún pudiera deshacerse la
tragedia.
Parece que fue ayer
porque volvemos con facilidad a esa mañana de enero; a ese cuento cruel de tres
niños que acaban de quedarse huérfanos y que duermen en la confianza de ver a
mamá y a papá a la mañana siguiente. Esos niños ahora ya deben de ser adultos,
pero nosotros los evocamos como presos de una infancia interminable, congelada
en aquella noche de 1998, en la que, quizás, oyeron desde la cama los disparos
que los esbirros de ETA descerrajaron sobre sus padres, por ser españoles y
militantes del Partido Popular, a pocos metros de la casa.
Fue, creemos, hace
poco tiempo, pero, en realidad, han pasado veintiún años. El relato de la época
de crímenes terroristas parece, sin embargo, perder nitidez, como aquellas
fotografías de Marty McFly. Hoy,
pocos hablan ya de la violencia totalitaria; del asesinato justificado por los
enemigos de la libertad. Y los tres claveles que llevaba en la mano Ascensión
García, como un regalo para sus hijos, quedaron sin entregarse, tendidos sobre
la acera de Sevilla, como símbolos de la paz que nadie recoge en esta España
colmada de beligerancia y sacrificios. No perdonamos a la vida desatenta.
* Columna publicada el 6 de Febrero de 2019 en El Diario Montañés
No hay comentarios:
Publicar un comentario