Del “hay que ser
absolutamente moderno”, de Rimbaud, a la más reciente expresión de ruptura con
el tiempo y con los otros, pronunciada por el paleontólogo Juan Luis Arsuaga:
“seamos contemporáneos, vivamos conscientemente nuestro momento”. El hombre,
como gran verdugo de culturas y de dioses. El peligro se desvela, quizás, en la
violencia previa al desastre, con el espejismo de solución o de muerte.
Existe hoy, en efecto,
una tentación de novedad que disuelve los lazos de la historia. Hablamos, sin
escrúpulos, de la sociedad del emprendimiento, el “Gobierno de los Autónomos”,
que diría el Ícaro naranja, y los esclavos del IVA trimestral. Ninguna
excepción se conserva, ni espacios sagrados o para la congoja. Las llamas en
Notre Dame no han devuelto la cordura a la generación de los ‘like’. Nadie
parece asumir que la pérdida de la catedral habría supuesto la confirmación de
nuestra desventaja en la línea del tiempo.
Pero, ¿acaso puede
medirse la calidad por un recuerdo? ¿No es el arraigo en el presente, por el
contrario, lo que eleva al sujeto o lo entierra? Así lo han entendido los
forjadores del discurso mediático-político. Un oscuro experto en lenguas
muertas, por ejemplo, pesa menos que un Rubius o un Risto. Las palabras que
emite cualquier cocinero circunstancial en la televisión recorren más cerebros
que todos los poemas de Eliot.
Pensamos que esto no puede ser
casual, aunque, de hecho, lo sea. El mal no necesita de estrategias para desplegarse.
Le basta con el orgullo en la ignorancia y con la búsqueda individual del éxito
inmediato. Todo es más fácil de esta forma; la publicidad partidista y
empresarial se desenvuelve más ligera en un territorio sin diques o precauciones
espirituales. El universo nace en este preciso instante; somos, dicen, la
primera hornada de seres humanos conscientes de su dignidad. Miramos, por lo
tanto, la historia sin atención, como quien se topa con una huella desconocida
en el camino. Ni siquiera nos detenemos a considerar el origen o el destino de
su dueño. Es en el recorrido, no sólo en el ahora, donde habitan los hombres.
Y, hoy, estorban.
*Columna publicada el 15 de Mayo de 2019 en El Diario Montañés
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