En
1981, durante una célebre conversación con Philippe Nemo, el filósofo Emmanuel
Lévinas declaró que la Biblia “es el Libro de los Libros donde se dicen las
cosas primeras, las que debían ser dichas para que la vida humana tuviera un
sentido”. Lévinas añadía al respecto que esta escritura temprana abrió un
espacio para la concentración de pensadores y comentaristas; en definitiva,
para la presencia de los intérpretes en la configuración de la transcendencia.
Mucho
se parecen, en este aspecto, los profetas y los poetas. También estos últimos
participan de un juego originario. El pulso de la música que compone imágenes; el
misterio desvelado a través de la forma. Decir lo que no se puede decir, como
afirmaba José Hierro. Es tanta la intensidad posible en un poema, es su
intención tan ajena al lenguaje de la publicidad y el partidismo, que resulta
tentador relacionar al poeta con la figura oracular. Y ese talento exige de una
misión a la altura.
Por
ese motivo, me cuesta tanto comprender el reciente fallecimiento de la poeta
madrileña Carmen Jodra Davó, a los 38 años. El cáncer, cuentan, se la llevó en
apenas unos meses. Yo no la conocí. La conocieron algunos amigos que hoy me
transmiten sus sentimientos de devastación. Jodra fue una excelente poeta antes
de cumplir los veinte años. Irrumpió con fuerza en el panorama literario
ganando en 1999 el premio Hiperión con ‘Las moras agraces’, una bellísima
colección de poemas de corte clásico (en los tiempos de la deformación más
moderna).
Ella respondió a la invitación
del éxito con la indiferencia de quien busca la madriguera para no perderse.
Aún publicó otro libro, ‘Rincones sucios’, en 2004. Después, el silencio. Me
pregunto si la poeta esperó algo más del mundo; si con su mutis quiso cultivar
otra forma de felicidad posible. Dicen que estaba orgullosísima de su profesión
de bibliotecaria. Lo cierto es que sus palabras debieron ser dichas para que
todo esto tuviera un sentido. Pero la muerte parece preferir siempre a los
solitarios, a quienes rechazan la exhibición. Qué rara e inoportuna es siempre
la muerte, ¿verdad?
* Columna publicada el 7 de Agosto de 2019 en El Diario Montañés
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