sábado, noviembre 05, 2005

Del Juego

- Dotamos a todo de personalidad. Desde niños buscamos la esencia del ser en cada situación, en cada lápiz, cada material de trabajo, un cuadro, una obra de arte. Pero sin más, como creyéndonos el juego que, impostores, mantenemos vivos durante toda nuestra vida. Un acto cualquiera se vuelve fértil si en su fantasía imponemos nuestra dosis de creación. Incluso el paseo parece inspirarnos sabiduría, contemplación. De ahí Thomas Merton y su cotidiana pelea contra el aburrimiento. Se obstinó siempre, en vez de castigar y huir de su tedio, en sacralizarlo, solemnizándolo en pos de una idea acaso inútil o innecesaria. Un paseo por la Abadía de Our Lady of Gethsemani en Kentucky, bajo los árboles, leyendo un pequeño misal refleja lo poco que nos conocemos y el disfraz que nos cubre cada vez que creemos encontrar “la fiel idea”. Todo finalmente descansa en la idea de personalizar. Y personalizar significa: humanizar. Y ahí aparece la revelación. El asunto de Dios, el problema de Dios es el problema del Hombre.

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