viernes, octubre 11, 2019

A la japonesa*



Perdónenme que insista en lo abrumador del paso del tiempo. Uno alcanza determinada edad, apunta a definitivamente adulto, y los recuerdos parecen estrecharse en la memoria, como si un acontecimiento nunca distara demasiado de otro. Por ese motivo, cuando se revisita un libro querido, una noticia del periódico o un vídeo de Internet, hay que atender bien a la fecha de publicación, no vaya a ser que nuestras convicciones se hayan quedado, de pronto, obsoletas.

Sucede que el eterno presente se vuelve rápidamente crónica y material para los chismes. ¿Quién iba a decirnos en los años noventa del siglo pasado -época desenfadada y a todo color- que los inicios del nuevo mileno estarían marcados por el ataque contra las Torres Gemelas, la crisis económica y el repunte del populismo? Ha sido breve la celebración del sistema liberal y democrático después del derrumbe del totalitarismo comunista. Poco han podido descansar los agoreros, embravecidos siempre por la irrupción de nuevos dogmas.

Basta con echar un vistazo a la Red y reencontrarse con antiguas intervenciones de jóvenes entusiastas del 15M poniendo en entredicho el “Régimen del 78”, discutiendo “los mitos de la Transición” y exigiendo la sovietización del lugar mientras apuntalaban su particular politburó. ¡Qué frágil nos parecía entonces el sistema constitucional! ¡Qué prematuramente envejecidos los portavoces en el Congreso! Una flamante generación de idealistas prometía reconstruir los corruptos cimientos de la democracia en España con batucadas y tiendas de campaña.

Un rato tan largo llevábamos aquí con este percal revolucionario (y revolucionado) -amagos independentistas incluidos-, que se nos llegó a olvidar cómo eran las cosas antes. La aparente proximidad del cambio gracias a los nuevos partidos de redichos treintañeros recolocó a todo el mundo en posiciones ideológicas extremas. La conversación política se puso en valor y la farándula fue escorándose hacia el compromiso (estigmatización del rival mediante). Esto parecía molar como a los jóvenes poetas de hace unos años les molaba Bukowski mientras obviaban el feminismo.

Toda esta inflamación política era, evidentemente, inadmisible y necesariamente breve. Ningún país soporta demasiado tiempo la incertidumbre de la excepción. Suavizadas las ambiciones de los jóvenes morados y naranjas (la de los periféricos, eso sí, nunca parecen suavizarse), la clase dirigente barrunta una reedición de lo malo conocido; la concentración de las tendencias demagógicas en dos bloques sin aventureros.

Pero, ¿cómo se ha logrado desactivar el asalto al Palacio de Invierno? ¿Cómo se ha producido semejante hazaña desde el poder? Sencillamente, con el empacho. Mucha política, demasiada presencia mediática y bravuconadas. ¡Hasta golpes de estado! Y la vida en directo de jóvenes que se acercan a la crisis de los cuarenta sin haberse dedicado a ninguna otra actividad laboral o decente. Con estos ingredientes se cocina el hartazgo del respetable. Ahora, nos conducen, de nuevo, hacia las urnas. Pero, esta vez, sin la ilusión asamblearia. El bipartidismo más vulgar ha ganado su huelga a la japonesa.

* Columna publicada el 2 de Octubre de 2019 en El Diario Montañés

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