La
gente sensible tiene la virtud de detectar a sus enemigos, que son, dicen, los de
la humanidad toda. El universo, siempre complejo y a menudo inescrutable,
necesita la depuración de los mensajes y las banderas de la gente sensible.
Hoy, toca Trump. Somos muy afortunados. La conversión del magnate en un
campechano del mal (¡cuánto dieron de sí los campechanos en nuestra historia
reciente!) confirma lo caricaturesco de la época.
Trump
es un mamífero implume que una vez ganó unas elecciones libres. Esto ya parece
cosa superada, dado el desprestigio de las urnas en favor de la brocha gorda.
El presidente de los EEUU pasea su descaro de un continente a otro, escogiendo
los peores escenarios y las amistades menos recomendables. La campaña en su
contra ha llegado a tal nivel de intensidad que, para los medios internacionales,
hasta George W. Bush da ahora el perfil de gran estadista.
Pero,
tranquilidad; no voy a defender al empresario. Tampoco se trata de aparecer aquí
como un agente del “Bible Belt”. Pero no me digan que no es sorprendente la exclusividad,
los mensajes compartidos entre los profesionales de la comunicación que
deberían ser impredecibles e irreverentes, pienso, y no distintas ventanillas
de un mismo edificio público.
La
producción sistemática de noticias falsas, las acusaciones de espionaje y de
acoso, lo de Rusia y lo de Ucrania o los aranceles constituyen una oscura lista
de grandes éxitos. Por no hablar de su reciente mutis en Siria, abandonando
cobardemente a los kurdos. Todo ello abordado, por supuesto, desde el gusto por
el lenguaje falsamente anti-elitista. Sin embargo, en el planeta únicamente
puede existir un enemigo reconocible; eso sí, con extensas ramificaciones. El sentimiento
feligrés apenas digiere una actualidad que no sea, a la vez, concentración de
esfuerzos y desprecios. Rechazamos a Trump por diferentes motivos -muchísimos
de ellos perfectamente razonables-, pero nos dejamos atraer, en consecuencia, por
el abismo moral de la razón de partido.
En
resumen, Donald Trump es perverso, pero, en una huida hacia adelante, organizamos
mundiales en Qatar (escuchen, por favor, al respecto a la atleta Ana Peleteiro),
lavamos la cara a los teócratas iraníes y mandamases saudíes y entregamos la
llave de Madrid (¡Ay, Carmena!) al represor de los estudiantes de Hong Kong, el
presidente Xi Jinping -presidente, sí, no dictador, término que se reserva para
el próximo exhumado-. Y la claudicación de los valores se produce, faltaría más,
sin protestas que proporcionen refugio intelectual a los contribuyentes que aguardan,
anonadados, bajo toneladas de confusión.
Con este panorama, son naturales
las suspicacias que despierta el compromiso de quienes proponen el boicot como
arma de acción política pero sólo contra los adversarios de siempre (contra
Israel, por ejemplo, que ya es casi un cliché), sin atender al peso de todas
las injusticias que se cometen en el mundo ante la indiferencia de sociedades
que una vez dijeron defender la libertad.
* Columna publicada el 16 de Octubre de 2019 en El Diario Montañés
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