lunes, junio 19, 2006

Kyrios

- No soy un hombre famoso. No tengo, digamos, superpoderes. Supone un problema para mí vivir sin la merecida vanidad que produce el éxito. Me camino la vida sin asomo de cuchicheos, de alabanzas de ninguna masa partidaria. Acabo la jornada imaginando triunfos, discursos en los que participo con más gracia que convicción. Por eso es tanta la predisposición a las malas compañías; la piedad muta en cinismo, el Papa en Mefistófeles. Hoy parece que las nubes no sólo permanecen sino que se regocijan en su victoria. La obsesión que guía voluntades, un fanatismo siempre dispuesto, a menudo hiriente, que salta entre los años para aparecer y decirnos: “Ahora es la materia la que duele, abandonad vuestro interés moral, vamos a probaros en lo más grave”. Y ocurre Ruanda o Varsovia. Y algún virtuoso, como Wladyslaw Szpilman pasa de la gloria al vertedero. De su delicado trato a la supervivencia del vagabundo. Y qué nos cuentan los hombres? Nada más que esperanza de liderazgo, de dominación. Pero a veces el tiempo se para y quedamos nosotros sin la prisa del éxito y sin la voluntad que lo alimenta. Es entonces cuando un pedazo de pan se pide a gritos, se mata por agua, se vende el sexo. Otros se acomodan al presente.

1 comentario:

quantum dijo...

Sempiterno desencuentro entre la realidad y el deseo.Quizá se le podrían dar al deseo nuevas dimensiones y poderes (incluso superpoderes)a la voluntad.
A ver qué pasa.