domingo, diciembre 21, 2014

Caballos




Una plaza santanderina, cercana a mi casa, se ha engalanado para recibir la nueva acometida navideña. Como ahora somos modernos y cosmopolitas, preferimos Manhattan al pesebre, una pista de patinaje sobre hielo a la presencia familiar de la castañera. Para nuestras benditas autoridades, somos protagonistas de una ‘sitcom’ yanqui. Ya no hay panderetas ni zambombas. En su lugar, los altavoces escupen villancicos en inglés, entonados por algún crooner sofisticado. Todo es limpieza y luminosidad. Vaya, como si Tom Hanks fuera a declararse a Meg Ryan en cualquier momento. 

Sin embargo, sucede que la perfección es fría e impersonal. A un lado de la plaza, se ha dispuesto un carrusel, donde los más pequeños dan vueltas en enormes caballos de latón. Los padres los animan y fotografían desde la barrera, pero los niños no ríen ni emiten ningún gesto de felicidad. Simplemente, están ahí, dando vueltas, a horcajadas sobre un amago de animal que no respira. Reconozco que esto es peliagudo -sobre todo, tras la muerte de un asno en Córdoba a manos de un anormal-, pero creo que en el equilibrio está la razón. Vivimos bajo una constante efervescencia pública donde cualquier asunto se nos presenta como reflejo de algo mucho más profundo. Es decir, la lucha de este país por alcanzar la modernidad. Pero, en mi opinión, el tema interesante es otro: decidir qué tipo de relación deben mantener los seres humanos con los animales. Hay respuestas válidas e indiscutibles. No pueden tolerarse ni el maltrato ni los espectáculos crueles. Cierto. Lo que no tengo tan claro es que nuestro único vínculo con los animales deba ser su mera observación lejana, como si entre nosotros no pudiera existir contacto más allá de la admiración desde la vitrina. Como si cualquier contacto, desde la monta al ordeño, fuera, en definitiva, agresión. Quizás, esa humanidad respetuosa, a la que se aspira, esté dejándose jirones de realidad en el camino, por ese afán suyo por alcanzar una limpieza moral exagerada. He pensando en ello cuando he visto a esos niños, serios y aburridos, que jamás conocerán algo distinto del asfalto, dando vueltas sobre caballos de mentira.                       

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