Hace aproximadamente un mes, me
alojé en un siniestro hostal de Madrid. No entraré en detalles, pero, entre sus
espeluznantes amenazas, destacaba la maldición de no poder sintonizar más que
Teledeporte y el Canal 24 horas en el televisor. Para hacer sueño, opté,
desolado, por el segundo. Ponían ‘La noche en 24 horas’, un aburrido programa,
en el que individuos como Alfonso Rojo, Carmen Morodo, Graciano Palomo o Esther
Jaén campan a sus anchas, ‘analizando’ la actualidad sin entrar en
profundidades, como buenos tertulianos todoterreno. El presentador, Sergio
Martín, es un muchacho menudo, con gafas y con un corte de pelo modernete, que
le despoja de un aspecto gris de contable y lo sumerge en la parrilla coloreada
y cosmopolita que nos ha tocado en suerte. El programa no aporta nada y, en
realidad, no pinta nada. Dudo que alguien lo vea, pero de todo hay en la viña
del Eterno. Sucede, sin embargo, que la gente lo ha conocido, a causa de una
entrevista que allí le hicieron a Pablo Iglesias. Yo no la he visto.
Únicamente, he sabido de la pregunta sobre la “enhorabuena” por la
excarcelación de presos de ETA. De todas las razones para eliminar ‘La noche en
24 horas’, la menos defendible me parece la que esgrimen los ofendidos por la
actitud del presentador hacia el líder de Podemos. Motivos de calidad y enfoque
periodístico hay de sobra. Echar mano de preguntas que no nos gustan o que nos parecen
impertinentes es peligroso. Esa nueva censura, supuestamente ciudadana y
rebelde, tan perversa y totalitaria, al menos, como la que se achaca,
justamente, al poder. A todo poder, por cierto.
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