Una
vez perdidos el orden y el concierto, esta época se afronta con un entusiasmo a
prueba de tibios. La cosa, dicen, es urgente; el planeta no espera a nadie. Se
acabó el despelote liberal.
Si
no, que se lo pregunten al asturiano que, inspirado en el gran Umberto Eco, quiso
participar en el poderoso drama haciendo un test de fascismo a sus alumnos de
Secundaria, a ver si detectaba en ellos el germen cabrón. Luego que no vengan a
decirnos que los docentes no se implican.
Esta
noticia acompañó hace un par de semanas a otra muchísimo más grave: el crimen
de Hanau, en Alemania, perpetrado por un sujeto tan xenófobo como adicto a las
teorías conspirativas (y dolido por su incapacidad para encontrar pareja) que
decidió montar un espectáculo grandioso en forma de panfleto, vídeo y masacre.
Por último, el disparo a mamá y el suicidio, que suele ser la firma habitual en
estos casos.
El
terrorista, Tobías R., quería limpiar su parte de país. En pleno delirio pensó
que la suciedad era la inmigración islámica. Y ahí que salió de casa con armas
y entusiasmo. ¿Lo ven? El entusiasmo es una emoción capaz de motivar a todo el
mundo.
El extremismo de Tobías R. era
del tipo melancólico. Pero los hay de muchos tipos. Están los operativos, que pronuncian
también discursos de odio desde una asombrosa respetabilidad: hablamos del
yihadista o del nacionalista étnico capaz igualmente de limpiar de extraños el
territorio común, como ha ocurrido en el País Vasco, bajo la bandera
marxista-leninista. La respuesta ante ellos no es la misma. Algunos ven a los
asesinos como aliados que no han errado del todo el tiro.
* Columna publicada el 4 de Marzo de 2020 en El Diario Montañés
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