- Cada vez que intento prestar una visión sensata y moderada a la política española, me pongo a pensar, de pronto, en lo afortunados que son Noam Chomsky, Gore Vidal o Michale Moore. Su vida y su obra, envueltas en ideología militante, resultan muy necesarias y constructivas en una época en la que Estados Unidos padece una enfermedad infantil y agresiva como pocas veces en su historia. Pero lo que envidio de esta gente no son sus trabajos y artículos (a menudo envidiables) sino su confortable colchón político; es decir, ellos se alinean en un grupo determinado y de ahí parten sus críticas y sus soluciones. Unas posiciones como las suyas permiten que se delimiten correctamente los bandos en la confrontación política. Ellos son los rebeldes y Washington la oficialidad del poder político.
En España no ocurre esto. La idiosincrasia de nuestro país se acerca mucho a lo que aventuraba Marcuse: la sociedad capitalista acaba por fagocitar todas las ideas contrarias a su funcionamiento cotidiano. En nuestro país, las ideas renovadoras, democráticas, emprendedoras suelen confundirse en los discursos de los políticos como una parte más de su cotidiana labor: todos estos valores acaban confundidos en la permanente intención profesional de permanencia en el poder. Y no dudan en asegurar que su gestión es la más transparente, la más cercana a la ciudadanía, mientras nada cambia. Hoy en el diario El Pais, el profesor Enrique Gil Calvo publica un excelente artículo titulado “Identidades”. En él se incide en la idea de que, en los nuevos tiempos, el trabajo político de pactos y debates se ha sustituido por la intención de deslegitimar y destruir las ideas del adversario. Todo esto mientras queda clara la supervivencia institucional que permite a los representantes públicos seguir sacando tajada de la actual situación sin necesidad de solucionar los problemas graves. Sólo ir tirando: "Pues es verdad que, en escena, nuestros políticos representan con mucha convicción su irreconciliable odio fratricida. Pero entre bastidores coinciden al alimón en repartirse sin problemas aparentes las sustanciosas plusvalías políticas emergentes de la especulación urbanística e inmobiliaria". Buen ojo el del sociólogo. La aventura en la que estamos sumidos desde la muerte de Franco sólo en apariencia lo es. Carecemos de una verdadera cultura democrática. Los partidos aparecen como filtros de las ideas de la sociedad, a las que cambian y con las que especulan en su favor. Las razones políticas parten de la alineación con diversos odios sociales de dudoso origen (nacionalismos, republicanismo, franquismo..) Y eso no puede ser. La fractura (y hasta frontera) que se ha levantado entre el poder político y la sociedad civil la vemos claramente cada día cuando hablan de Israel, del País Vasco, de Estados Unidos. Lo malo es que la creación de nuevos foros independientes, de nuevas formas de hacer política (incluso la creación de nuevos partidos) es imposible mientras la población continúe creyendo en la alianza “partidos-medios de comunicación”. Pero es urgente la reforma: la verdadera Transición.
1 comentario:
Muchas veces he pensado que España no tiene una auténtica cultura democrática. ¿Cuánto tiempo llevamos metidos en esto? Nada. Es imposible tenerla. Y sin embargo no paro de escuchar a gente en los medios de comunicación celebrando que atesoramos eso mismo de lo que carecemos. Por otra parte, me da la impresión de que la sociedad civil es inexistente: parece que no hay una, que hay miles e irreconciliables. Y de acentuar ese particularismo ya se encargan los políticos: bien enarbolando la bandera de una unidad inventada y obsoleta, bien parloteando acerca de una igualdad en la diferencia que no acabo de ver muy claro en qué derechos para unos y no para otros va a materializarse.
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