- La ciudad respira cine, eso está claro. Y nosotros, como habitantes-actores, hemos ido adoptando los movimientos, las manías y nuestra respuesta al drama, siempre tan habitual en el nuevo siglo. Nos persiguen las historias; aparecen de improviso tras cualquier esquina, parecen someternos a la sorpresa, como si existieran espectadores más allá de lo evidente. Lo he pensado durante los últimos días. Varias veces. La primera, cuando aquel hombre me contó lo de su mujer con hilo musical de fondo, hilvanando su relato en perfecta comunión con la suave melodía.
1
La mesa del mostrador dibujaba una figura cuadrangular. Los libros se apelotonaban por encima. El muchacho, concentrado como estaba en la lectura de los títulos (“El extranjero”, “El evangelio de tolstoi”…) no parecía percatarse del único argumento interesante del local. Un hombre, el dependiente, sentado si atender a los clientes, incluso dándoles la espalda, se mostraba sereno, razonable con el/la desconocido/a interlocutor: “Sobre todo no vuelvas con él por lástima”. Lo repitió varias veces como si con repetirlo fuera agigantándose su personalidad. “Volver por lástima sería TERRORÍFICO”.
2
Fue todo muy rápido. Cuando ya la tarde se cerraba en aburrimiento, en sinsentido de otro día, una mujer, representando un texto de Fernando León, casi abronca a su amiga: “Y si vuelvo a Ecuador, ¿de qué vivo?”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario