El perro como metáfora.
Todos los discursos confluyen en el perro. En efecto, España arrastra siglos de
miseria y trileros, pero la vida en sociedad supone que hay alguien que te lo
explica. No lo duden: la ciencia es superior a la palabra. O debería serlo. Es el resumen de la historia. Frente al relato fundador, que
confunde y divaga, la observación desapasionada del mundo produce crecimiento y
verdad. El mito se postra frente al logos. No existe mayor avance.
Pero, ¡ay!, se trata de
un privilegio, y eso es peliagudo. Dominar el saber resulta laborioso y es
preferible guarecerse bajo los giros, eslóganes y tópicos que dan razón a tanto
oficio. La ciencia no se impone, ni siquiera lo intenta. Su responsabilidad se
acomoda a la decisión política, al discurso voluntarista del poder. Ayer fue la
enfermera infectada por el ébola. Pero, quizás, sabía a poco. Por ese motivo,
hoy ya hablan del perro.
Lo del perro, señores,
es para obsesionarse. Uno ve al can, ahí tumbado, sobre el suelo sin mujeres, y
se le caen las lágrimas de pura rabia. ¿Qué culpa tiene el pobre animal de Ana
Mato, de Twitter y los falsos expertos?
La comunidad exige,
insisto, alguien que te lo explique. Que en tu vida de patán sin conocimiento, de
aficionado al fútbol, a Claudio Rodríguez o a la Sexta, se cruce alguien que
diga: “yo esto lo sé”. Y tome decisiones sensatas, basadas en la verdad de los
hechos. Por eso hay impuestos, dicen y -cada vez menos- investigación y
recursos para que los más capaces se llenen de fórmulas y enunciados. Se supone
que, de esta forma, se frena a los impostores.
Pero, ¿y el perro? Un
tema de cuidado, de rasgarse las vestiduras. ¿Qué hacer? No me respondan, que
no me interesa. Quiero al especialista sin política que me lo diga clarito. No
quiero chistes sobre incompetentes, ni disculpas de argumentario. Necesito la
verdad. O su aproximación. No quiero debates. El discurso más
allá de la duda razonable. ¿Es difícil? ¿Es imposible?
Pero, ¿cómo no va a
traerse la ministra a los misioneros -hombres de bien, quizás los mejores- sin
seguridad ni opciones? Estamos hablando de España, oigan; del gran debate
eterno. De la opinión y la desconfianza de los miles de economistas multicolores.
El asunto del ébola no va de enfermedades, ni de protocolos fallidos. Ni
siquiera, de ciencia. Va del discurso, de la inflamación de la política como el
apéndice de Nadal. De ese barullo que impide el gobierno de la razón, de la
gestión sensata y los hombres y mujeres rectos.
Hablamos de esa gente
que no da si no recibe. Del interés políticamente rentable en cada gesto. Del ¿con IVA o sin IVA? ¿Hay
que matar al perro? Ahora surgirán voces de todo tipo, desde ecologistas a
apologetas del régimen. Y volveremos a empezar.
Pero debe de haber una
respuesta. Un consenso, al menos, en el que no participen portavoces ni
funcionarios. Gentes que sepan y digan. No pedimos más, creo.