La crisis española del
ébola no ha podido llegar en peor momento. Su estallido profundiza en la brecha
política del país, pudre aún más la confianza en sus instituciones. Inmerso en
la crispación, el cariacontecido espectador patrio encuentra, sin embargo, elementos
de provecho. La auxiliar de enfermería Teresa Romero, contagiada con el virus,
lucha por su vida en el Hospital Carlos III de Madrid. Y su tragedia
proporciona nuevos modelos de identificación. Teresa es una trabajadora que
vivía con su marido y tenía un perro, al que llamó Excalibur. La mujer se
fotografiaba en el salón de su casa, descalza, con la cabeza del can posada
sobre sus piernas. Su perfil no es el de la joven con talento musical o
literario ni el de la actriz de moda. Su rostro no es el de una científica que recibe
el Nobel. Lo fundamental y luminoso es comprender que tú eres Teresa. Que toda
esa confianza que te permite, por ejemplo, subirte a un avión, abrir una lata
de conservas o caminar por la calle -en la seguridad de que velan por tu
supervivencia-, desaparece al ver su rostro repetido en todos los canales. La enferma es la posibilidad del nuevo siglo, una vez extintas
las promesas del espectáculo. Teresa, intubada mientras su organismo trata de
rechazar la amenaza, y un político que mancha su nombre, que podría ser el
tuyo. Nada te separa de Teresa, español. Sólo un virus, la mala suerte.
No te engañes. Su administración,
la de sus agresores, es la forma que tienen de mirarte. La gestión es el barro
que moldean, y tú, el modelo al natural. Lo hacen miserable porque te ven
miserable. Esto no va de un virus o de un protocolo. Ni de un perro al que dan
matarile. Eso es solo el atrezo, la localización. Lo importante es que ellos
creen que no te lo mereces; que eres una simple molestia en el calendario de su
drama electoral. Su jerarquía carece de grandeza. No puede haber peor
diagnóstico.
Y, por eso, el único modo que tienes de penetrar en la actualidad es fracasando, muriéndote. Serás
una comisión de investigación, una pregunta parlamentaria. Una madre que llora
a su hija desde la distancia. La enésima expresión política, vital, de su desprecio.
La historia de Teresa
Romero nos habla, en definitiva, de una mujer asustada, que iba a la
peluquería, que bajaba a pasear a su perro y evitaba dormir con su marido
porque se temía lo peor. De una posibilidad de destrucción, que genera
molestias en el poder. De un plan de cartón piedra o de un guante que toca
una cara. Y de que tú estás ahí para verlo. Quizás, para intercambiarte por
ella, dado el caso.
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