El escritor israelí
Amos Oz y su hija, la historiadora Fania Oz-Salzberger, recorren en ‘Los judíos
y las palabras’ (Siruela) el itinerario del pueblo hebreo por la escritura y la
formación de su identidad cultural y literaria
Los inicios son claros:
en una época de grandes esculturas policromadas, de dioses antropomorfos y
tierra fértil -de donde nacen las culturas y los imperios mediterráneos-,
aparece un pueblo distinto, celoso de su identidad y con una peculiar manera de
entender el fenómeno religioso. Bajo la protección de un Dios sin rostro, que
abomina de los sacrificios humanos y de la injusticia, los antiguos israelíes
irrumpen en la historia enarbolando una tradición que no se concreta en la
sacralidad de un territorio, ni en la justificación por la sangre, sino en la
observancia de la Ley. Sin posibilidad de crecer como una gran civilización
militar o comercial, los seguidores de Moisés conectan su destino a una serie
de preceptos de alto contenido moral. Yahvé, el Eterno, esconde sus atributos,
esquiva cualquier revelación de su persona y propone, a cambio, su Torá. A los
pies del monte Sinaí, en pleno éxodo, el pueblo hebreo, que vaga por el
desierto con la promesa de un hogar próximo, recibe el decálogo. Recibe
palabras.
De esta manera, arranca
la peripecia histórica y cultural del pueblo judío. A partir de ese momento, la
palabra escrita y el estudio de la Ley se convierten en las claves de la
cohesión intelectual e identitaria de un grupo humano, empeñado en responder
con fidelidad a su Dios: una presencia misteriosa y terrible, de la que no
saben gran cosa y a la que la modernidad ha convertido en una sombra, un eco.
Las trayectorias
domésticas de la diáspora, íntimamente ligadas a la reflexión y al debate,
empapan el presente judío, incluso en su formulación laica. La moderna sociedad
israelí se encuentra hoy paralizada bajo el peso de una cuestión capital: ¿qué
es ser judío?
El escritor Amos Oz y
su hija, la historiadora Fania Oz-Salzberger, han tratado de responder a esta
pregunta, a través de la escritura, al alimón, de ‘Los judíos y las palabras’
(Siruela), un recorrido secular por la tradición escrita del pueblo judío, por
la Biblia y el Talmud y su impacto en el siglo XXI.
Los autores desgranan
el itinerario hebrero, situándose en la reivindicación de una cultura que es
también la suya. La ortodoxia niega la posibilidad de que un individuo no
religioso pueda considerarse judío. Los Oz, sin embargo, reclaman su lugar,
pese a no compartir gustos ceremoniales e intimidad con el Eterno. Se denominan
“judíos liberales, laicos”. Y argumentan que la suya “no es una línea de
sangre, sino una línea de textos”.
Pues bien, ¿cómo
asumir, desde esa posición, el impresionante legado judío, cuando éste es,
fundamentalmente, un relato de resistencia y persecuciones, de supervivencia
frente a quienes tratan de eliminar la Ley de Dios de la tierra? “Para los
judíos laicos como nosotros, la Biblia hebrea es una magnífica creación humana…
Exclusivamente humana” (…) “Nosotros, los no creyentes, continuamos siendo
judíos, también a través de la lectura”.
Es en esa creación
humana donde se sumergen, tomando de ella lo que tiene de poética. Frente al
legalismo, a menudo oscuro, del Talmud, la Biblia aparece para ellos como un
collage, lleno de héroes y heroínas, mujeres y hombres con voz y música. Con
aventura.
Jutspá
Uno de los modos en los
que el judaísmo afronta su relación con Dios es el ‘Jutspá’, descaro,
impertinencia. Una vez cerrado el canon de sagradas escrituras, comienza el
tiempo del estudio, de la interpretación. El carácter polisémico de las lenguas
semitas (también, por lo tanto, del hebreo), exige mimo y cuidado en la
lectura. Dios no habla ya a través de sus profetas, sino que la escritura debe
exprimirse para hallar luz, sin temor a sobrepasar la fina línea de la
ortodoxia. En este sentido, el Talmud está lleno de episodios como el del gran
apóstata Elisha ben Abuyá, ‘Ajer’ (el Otro) o el paradigmático ‘Horno de
Ajnay’, en el que los rabinos Eliézer y Yehoshúa niegan a Yahvé el derecho a
interferir en sus discusiones sobre la Torá, que “pertenece ahora al dominio de
los humanos”. Dios, lejos de indignarse, exclama jubiloso: “¡Mis hijos me han
derrotado!”. Toda una declaración de intenciones.
‘Los judíos y las
palabras’ no evita profundizar en los arquetípicos complejos judíos. “Todos los
hombres son judíos, aunque pocos hombres lo saben”, había dicho Bernard Malamud,
cuya cita se recoge en el libro. Esa vocación de universalidad que proporciona
el desarraigo y que encuentra en la modernidad su perfecto nido. “Mezcla de
arrogancia y autodesprecio”, se atreven a escribir.
El segundo capítulo
subraya la importancia bíblica y la excepción talmúdica de la mujer. “La Biblia
sí está llena de personalidades femeninas poderosas, activas, con voz,
locuaces, individualizadas, únicas en su categoría”. Son Eva, Iojébed (madre de
Moisés), Débora, Rut… Mujeres valientes y resueltas, protagonistas del relato
de su pueblo. En el Talmud, sin embargo, su acción es limitada, casi inexistente.
Los estudiosos dejan a la mujer sin voz pero no, felizmente, sin ojos. Ellas
también aprovechan la presencia de libros en la casa familiar. Cuando, por fin,
acceden oficialmente al saber, se convierten en Simone Weil, Hannah Arendt,
Selma Stern…
Sión
Padre e hija encuentran
en el sionismo la gran oportunidad del judaísmo laico de desanudar las cadenas
religiosas que retienen su identidad. Es, en definitiva, el fin de la
victimización, el afianzamiento del pueblo judío como una nación más. La tan
ansiada “normalización”.
Pero, ¿y Dios?
En el libro se echa
mano de unos versos del gran poeta nacional israelí, Yehuda Amichai para
explicar una postura ante el fenómeno:
“…
Dios perdura
como el perfume de una bella mujer que alguna vez pasara
delante de ellos sin que hubieran visto su rostro…”
Se trata de reivindicar
al judío frente al judaísmo, frente al dogma. El escritor Yosef Haim Brenner es
claro al respecto: “No hay creencias que consideremos obligatorias (…). Somos
judíos en nuestras vidas mismas, en nuestros corazones y sentimientos. No
necesitamos definiciones racionales, ni verdades absolutas ni obligaciones
escritas”.
El centro, pues, no es
Dios, ni siquiera su Ley. Lo importante es la palabra que nombra a las
generaciones y las vincula en una experiencia común. ¿Es suficiente? El
laicismo que los sionistas de izquierda reclaman en Israel quizás sea inevitable
y necesario, pero ¿será fértil? ¿Puede el judío escapar de la Torá y convertir
la Tanaj en una obra, simplemente, literaria?
Quizás, valga la pena
concluir con Elie Wiesel. Al escritor rumano le preguntaron en cierta ocasión
si sería capaz de rechazar el judaísmo. “Si dejo de ser judío, dejaré de ser
-contestó-. ¿Usted cree que yo puedo decidir que 3.500 años de historia acaben
conmigo? ¿Tengo esa fuerza? ¿Cree que puedo decir basta, y que Abraham, Isaías
y Jeremías, todos los miles de profetas y mártires, terminen conmigo?”. En ese
sentido, añadió: “que un judío crea en Dios es bueno, que un judío proteste
contra Dios también, pero no es bueno que sienta indiferencia. Se puede ser
judío con Dios, se puede ser judío contra Dios, pero no sin Dios”.
* *
FICHA
Título:
‘Los
judíos y las palabras’
Autores:
Amos
Oz y Fania Oz-Salzberger.
Editorial:
Siruela
(El Ojo del Tiempo).
Madrid, 2014. 220 páginas.
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