I
Mi drama es el de
España: no ser lo suficientemente prosaico. Cuando me entran fiebres políticas
y echo mano de los libros de historia, repaso las trayectorias de los antiguos
padres de la patria con la rabia de quien no se lo explica. ¿Cómo pudieron
gestionar tan mal su libertad? ¿Por qué ese interés en proponer un nuevo enfoque
-ruso o alemán, francés o romano- en lugar de administrar el presente? El siglo XIX, Cánovas, la
II República… España es un vuelo como el de Ícaro, un sermón o un programa
máximo. Es una esperanza. No hay peor cosa. Lo tengo claro: frente al sueño de
Onán, debemos reivindicar la carne del oficio. Por él respiramos. Y no por las
promesas vanas de redención, que acechan tras los discursos y empapan de conflictos
la realidad. La creación manual, la confianza de dominar una parte del mundo,
de honrarlo. No es sencillo. A menudo, nos surgen ideas románticas, el
descontento económico o la falta de horizontes. ¡La vocación!
Como a España, a
mí me gustaría volar más alto, explicarme mejor, elevarme en espíritu y
comprender mi raíz. En definitiva, alcanzar el perdón. Pero, urge colocar el
taller en primer plano, y olvidarse de los púlpitos. Elegir la minuciosa labor
de un artesano que teje sus días ofreciéndose al otro, proporcionando utilidad.
¿Cabe mayor gloria? Y amordazar, de una vez, a los profetas.
II
El diario The
Washington Post se hace eco de las reacciones ante el contagio del enfermero de
Dallas. “The health-care
worker is a heroic person who helped provide care to Mr. Duncan”, dice un
político local. “Persona heroica”. Hay mucho almíbar en
el discurso yanki, cierto. Pero, no se engañen. En su aparente cotidianidad
ingenua, encontramos lo fundamental en un estado que se pretende nación: la
perspectiva. La normalidad democrática exige, sobre cualquier otra consideración, el compromiso, el trabajo en la búsqueda del
funcionamiento de las cosas, la dirección y la responsabilidad. La confianza.
Precisamente, porque se es estadounidense -francés, alemán, o británico- se
quiere mejorar y que mejore el vecino. Construir espacios razonables en la
sociedad. Si no, ¿para qué? En España, sin embargo, se cae en la desesperación,
en la penitencia ante un pecado que parece imperdonable. “No tenemos arreglo”,
dicen. Que no. Que no es eso. El país no es una bandera o un día nacional. Es la
concentración en hacer las cosas. Y en elaborar un discurso crítico, sin duda,
con la incompetencia. Pero, también, elogiar lo que somos, el lado bueno del
relato. Teresa Romero es el lado bueno. Ninguna palabra en la prensa sobre su
labor. Como tampoco la hubo para los misioneros fallecidos. “Persona heroica”.
Y luego, si quieren, hablamos de política.
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