Concluye la crisis en la
manada, eso dicen en La 2. El viejo león marcha al exilio. Incapaz de cazar, y
con la melena desgastada por los años, pronto pasará a mejor vida. La cámara
acompaña su triste figura, que se pierde en el ocaso, rojo e intensísimo, del
Serengueti. Su puesto lo ocupa ahora un individuo joven y fuerte, como un centrocampista
alemán. Ha desafiado al líder y ha vencido. A su disposición, el poder y un nutrido
harén del que disfrutar sin desengaños. Para darse el festín, debe, primero,
deshacerse de la prole de su destronado antecesor. De esta forma, provoca que
las leonas -ya sin obligaciones maternales- vuelvan a entrar en celo y,
finalmente, conciban nuevos leones de la estirpe dominante. Los pequeños expiran
sin que sus madres puedan impedirlo. Hay conflicto, pero muy breve. En poco
tiempo, las hembras cazarán algún impala viejo y lento, cuya carne servirán al
monarca que mató a sus cachorros. Esto, querido lector, es el mundo.
En su libro autobiográfico,
‘Amor y exilio’, el Nobel de literatura Isaac B. Singer, judío polaco exiliado
en Estados Unidos, afirmaba lo siguiente: “Los Diez Mandamientos eran en sí
mismos una protesta contra las leyes de la naturaleza. El judío había asumido
la misión de conquistar a la naturaleza, de embridarla de tal modo que se
pusiera al servicio de los Diez Mandamientos”.
En las últimas décadas, las
sociedades occidentales han descartado a Dios como tema de conversación. Las
creencias se repliegan hacia lo privado. Para el europeo medio, Dios sólo entra
en escena para inspirar decapitaciones, humillar a las mujeres y a los
homosexuales o para ocultar los abusos a menores. Tras el último atentado en
Túnez, no faltó la advertencia contra los peligros de la fe. Dios es una idea maligna,
esa es la conclusión de la modernidad. Su figura estimula los más horrendos
crímenes, justifica la tiranía y el genocidio, nos arrebata el placer.
Sin embargo, no es esa su
verdadera utilidad. El relato sobre el origen del universo, la legitimación del
poder y el control del sexo son fenómenos tangenciales a la divinidad, empleados
siempre en beneficio de alguna minoría arrogante y falsamente ungida. El texto
de Singer se dirige al centro mismo de esta cuestión. A saber, Dios sirve, en
realidad, como un instrumento con el que el ser humano se defiende de la
naturaleza y de sus límites morales. “Toda vida que se limita a ser simplemente
natural está amenazada forzosamente por ese terrible devorar y ser devorado sin
piedad”, asegura el teólogo Eugen Drewermann.
Se trata, en definitiva, de
negar el sacrificio, eso que tanto molesta a los totalitarios. “La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”, dice el Génesis. La
necesidad de Dios (que no implica existencia ni adoración) es un asunto puramente
humano; la reivindicación de la víctima frente a la implacable violencia del
mundo.
*Columna publicada el 2 de julio de 2015 en EL DIARIO MONTAÑÉS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario