“Míralos ahí”, “¿Qué
dices?”, “Ahí delante, mujer, mira qué caras”, “Ay, ya, ya”, “Hasta en los
autobuses…”, “¡Como si no los conociésemos!”. En la Avenida de Valdecilla, se produce,
como siempre, un tapón. Los conductores maniobran con pericia para aproximarse al
bordillo y depositar tranquilamente su humana carga. Los particulares se
impacientan. Desde la parada de enfrente, un hombre y una mujer contemplan el
espectáculo con gesto burlón. El Servicio Municipal de Transportes cuenta estos
días con un añadido, un traje postizo que envuelve los vehículos,
convirtiéndolos en carteles móviles y estimulando los ácidos comentarios del
personal. De sus tripas azules emergen los rostros de los candidatos
autonómicos, enormes, sonrientes e invasivos, como mandan los cánones de la
propaganda. A pocos metros del hospital universitario, Revilla, De la Serna,
Díaz Tezanos y Casares compiten por alcanzar al viandante en su paseo.
Pero, poca broma, ciudadano.
La publicidad sobre cuatro ruedas es una vuelta de tuerca más en el control
político de tus sentidos. Con los carteles tradicionales, uno podía torcer la
cara, mirar, como se dice, para otro lado. Hoy, es mucho peor. Lo de los retratos
‘a motor’ demuestra la falta de elegancia y respeto, en definitiva, hacia el
contribuyente. La política vuelve a la calle en su expresión chabacana: la
promoción de unos cuantos individuos sin ningún interés más allá de su dominio
del espacio público, que confunden con el coto de los partidos. Poco más que
eso, pero, inquieta, desde luego. Sobre todo, cuando uno trata de utilizar el
transporte urbano o, simplemente, cruzar la calle. La propia seguridad exige
mirar a derecha e izquierda, controlar la carretera por si aparece de pronto un
entusiasta kamikaze. Y ahí surgen los candidatos, colándose en el plano, como
los malos actores.
Esta percepción responde,
quizás, a la sorpresa que genera tanto panfleto y tanta caseta de barrio a
estas alturas del decenio. El desprestigio de las fuerzas políticas, el abismo
que se abre entre los ciudadanos y quienes aspiran a representarlos no parecía
anunciar un retorno a las expresiones más simples de la democracia: la promesa
vacía de felicidad y buen gobierno.
Por lo demás, no hay mucha miga.
En Santander, lo que llama la atención es el perfil aseado de los candidatos a
la alcaldía. A De la Serna y Casares, por ejemplo, les pega llevar los náuticos
sin calcetines. Ambos han eliminado la corbata de su seductor atuendo, pero no
la americana. Esto es importante. Pretenden estar cerca de ti, pero sin
espantar a los vecinos de bien que no quieren coletas en las instituciones.
Algunos a eso lo llaman “PPSOE” o “casta”. Su apariencia les hace encajar con
igual éxito en un club de golf y tomándose una cerveza en el Río de la Pila.
Todo está perfectamente medido. Pero, tranquilidad, el domingo concluye la
invasión. Y comienza el mando, que esa va a ser otra.
*Columna publicada el 20 de mayo de 2015 en El Diario Montañés.
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