La política consiste en
ocupar espacios, en extender la presencia del poder, su grandeza. No siempre se
ha entendido bien esta superación de la utilidad, el endiosamiento casi
consustancial a quien ejerce temporalmente la gestión del dinero. Los antiguos
egipcios, por ejemplo, erigían pirámides alrededor del sarcófago regio, para
demostrar algo más que el sobrecogimiento ante el cadáver. Era toda una
declaración de intenciones: la esclavitud como quintaesencia del dominio
imperial. En nuestros días, lo prosaico de la administración debería exigir
mayor cuidado por lo que es de todos. Lamentablemente, la democracia europea
está lejos de encarnar ese vergel de ciudadanos responsables que eligen
representantes serios y honrados.
La pasada semana, se
inauguró en Fráncfort la nueva sede del Banco Central Europeo (BCE), tras doce
años de obras. Se trata de un edificio monumental, de 185 metros de altura,
para cuyo diseño el arquitecto Frank Stepper, reconocido culé, afirmó haberse
inspirado en el juego de Leo Messi. Los trabajos han costado 1.300 millones de
euros, casi un 50% más de lo previsto. Pese a su imponente presencia, la
construcción es, sin embargo, demasiado pequeña para albergar a todos los
trabajadores, por lo que un buen número de funcionarios seguirá instalado en
oficinas de alquiler. Una mole, en definitiva, insuficiente.
Su puesta de largo recibió
una violenta respuesta. La ciudad alemana fue tomada por grupos de
manifestantes que protestaron contra el dispendio. Las calles se llenaron de
antidisturbios y gases lacrimógenos. Al final, 350 detenidos y más de una treintena
de heridos como colofón a una jornada festiva que a Mario Draghi, presidente
del BCE, se le atragantó.
Es sabido que al político el
cuerpo le pide obras. Lo importante es que se vean, que impacten y sirvan de
rúbrica para garantizar la próxima reelección. La desapasionada democracia
contemporánea se alimenta del tedio, apagados ya los fuegos del caudillismo.
Ese pueblo bombardeado televisivamente a la hora de la comida con cintas que se
cortan y con primeras piedras; esa mirada resignada del espectador, como
diciendo: “no tenéis remedio”, pero todavía sin la indignación... Ha tenido que
arraigar la crisis para que el culto a la personalidad a través del hormigón y
del cristal comience a ser objeto de críticas. Nunca es tarde, dicen, si la
dicha es buena.
Frente a la fiebre del pródigo,
la serenidad del gestor. Existe un ámbito más cercano al ideal, que se descubre
cada vez que alguien acude a las urgencias de un hospital público o recibe
tratamiento médico. El dinero que parece quemarles en las manos a nuestros
políticos es el mismo que debería destinarse a conservar y a enriquecer lo
necesario. Algo que no precisa de fastos, sino de vocación constante, de
esfuerzo por proteger al ser humano de su fragilidad. Conviene recordarlo hoy, cuando
a la aparente necesidad de erigir edificios majestuosos se le une la exigencia
de austeridad a los de abajo.
*Columna publicada el 26 de marzo de 2015 en El Diario Montañés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario