Se multiplican en la plaza
pública, vistiendo sonrisas y componiendo círculos. Han aparecido de pronto,
estimulados por la crisis. Algunos no llevan corbata y emergen desde las
profundidades de la crítica social. Otros son jóvenes emprendedores, abonados a
la modernidad de la clase media con posibles. Este es su tiempo. Ahogados por
la ausencia de perspectivas, paralizados por la esclerosis de la política
nacional, hablan y proponen giros liberales o el “gobierno de la gente”. Sus
rivales, socialistas y populares, les replican con temor. Han ganado la batalla
del discurso. Nada puede detenerlos, salvo las urnas.
La democracia tiene estas
cosas. La ilusión de la actividad, la urgencia del aquí y ahora conduce al
indignado hacia la creencia. La progresiva politización de amplios sectores de
la sociedad española ha despertado en muchos el complejo de vanguardia imprescindible,
de grupo elegido para guiar a los españoles al territorio del bienestar. Moisés
redivivo a golpe de eslogan. No es la primera vez que ocurre.
Sin embargo, atravesar el Mar
Rojo acarrea servidumbres. Sobre todo cuando, al otro lado, esperan cuarenta
años de papeleo y argumentario. Resulta complicado aceptar el hecho de que a la
fundación de un partido le sigue el ejercicio del poder burocrático, la purga,
que es algo mucho más sólido que el entusiasmo por la revolución. Lo hemos
visto recientemente en Cantabria, con el calvario de Juanma Brun y sus
compañeros díscolos en Podemos, o con el desencanto de Gómez Nadal y la fallida
comunión de la izquierda autonómica. Pero no solo. Ahí está el proceso de
derrumbe estatal de UPyD, sus autos de fe y cambios de chaqueta. Quizás, el
inquisidor experimenta el uso de su autoridad como un chute de adrenalina. Los
simples mortales no podemos saberlo. Lo que desde luego está claro es el duro
despertar de los bienintencionados que creyeron en una militancia fructífera
para los menos favorecidos por las recetas de la austeridad.
“El poder desgasta solo a
quien no lo tiene”, aseguraba Giulio Andreotti. Va a tener razón. Las luchas
intestinas en los nuevos aparatos advierten contra la repetición de los viejos dogmas.
El discurso único a la espera de la victoria. Tan viejo como el sol. A los reprimidos
ya solo les queda la conciencia de su fragilidad, la decepción de los meses desaprovechados,
la sorpresa al perder el privilegio en la mesa del banquete o en el pelotón de
los vencedores.
Pero esto es solo un
espejismo. Que el mundo parezca resumirse en una militancia política es ciertamente
apetitoso, mas irreal. Es posible que esté llegando el momento de desempolvar
la crítica ante los muchos problemas del país. Guardar las banderas y los
carnés puede ser hoy la acción más provechosa. Enarbolar el escepticismo frente
al flirteo de la secta. El filósofo esloveno Slavoj Zizek lo advierte: “No
actúes, sólo piensa”. Un programa más exigente, sin duda, que asumir un credo.
*Columna publicada el 22 de abril de 2015 en El Diario Montañés.
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