
- Sin descartar la posibilidad de una adecuada interpretación, el Papa Benedicto XVI pasó bajo el cartel que recibe al viajero en el campo de exterminio de Auschwitz: 'Arbeit Macht Frei' ('El trabajo te hace libre'). Para este momento, tan alejado de los shows del posmoderno Juan Pablo II, Ratzinger se ha hecho portavoz de la cristiandad en su época más oscura. Con la voz quebrada, el pontífice interpela a Dios: “Por qué permaneciste callado?”. La imposibilidad del hombre de la calle para comprender los designios de la providencia, la debilidad, el desamparo que protagonizamos en este nuevo siglo que no promete nada mejor que los anteriores han hecho mella en el seno más íntimo del catolicismo. Esa duda del Papa, siendo el primero pero, a la vez, uno más entre los cristianos, representa por fin el rasgo de humanidad, el consuelo con nuestra voz y con nuestro lenguaje. Esa es la pregunta, maldita sea!. Por qué Dios, el Padre, nuestro pastor, permanece en un silencio de milenios ante tanta maldad, entre tanta usurpación de su nombre. Y no valen metáforas ni explicaciones baratas. No basta con decir que somos nosotros los responsables, aunque lo seamos. Ni que a nosotros compete la solución del odio y la injusticia, aunque así sea. Benedicto XVI ha optado por la sencilla humildad y rabia ante el misterio. Ha preguntado en el escenario mismo del mal en estado puro: Por qué? Sin respuesta, sin la soberbia de saberlo todo que a menudo recibimos desde el Vaticano y sucursales. Por fin el lenguaje se acerca al hombre. A la vez, más cerca de Dios.