viernes, abril 17, 2009

¿Cuál?

Necesito ver de nuevo Mary Poppins. Lo necesito como el comer, y no por romanticismo, al contrario. El otro día, mientras sacaba la basura, me sorprendí a mí mismo tarareando la canción del deshollinador: la mítica “Chim Chim Chery”. Lo que al principio comenzó como una obsesiva repetición intracraneal, se convirtió poco a poco en amargura, como quien encuentra un gusano en la ensalada. Me dije: “no es posible” y corrí a ver el video en concreto de esta escena.

Al acabar de verlo, me asolaron dos ideas, en principio contrapuestas.

La primera es que, con esta escena, se quiere mostrar un oficio, a priori, tan desagradecido, como algo maravilloso, poseedor de fortuna (baraka) y, contra todo pronóstico, divertido, desde la mejor de las intenciones.

La segunda es menos optimista. Temo que se muestre una sociedad hostil, desde un prisma voluntariamente maquillado, perfectamente acondicionado para eliminar de él cualquier tipo de crítica.

Las dos ideas son peligrosas. No sé con cuál quedarme. Por eso necesito ver esta película otra vez. Porque Mary Poppins narra una ilusión y, podría ser en realidad, una semilla al inconformismo, un primer escalón hacia la crítica social. Hay elementos en los que apoyarse: madre sufragista, el incidente del niño con el banco, etc. Sin embargo, las dos ideas anteriores pueden significar dos cosas completamente plausibles: O bien, el canto del deshollinador es un canto feliz, o es ácido, como si, en el fondo, supiera que lo que dice es un deseo más que una realidad; que, de hecho, ese buen hombre que le estrecha la mano o esa mujer que le lanza el beso desde el coche de caballos, en el fondo, lo despreciaran.

Tengo que verla. Os iré contando.


jueves, abril 16, 2009

Decisión

Si recuerdan, en el video que colgué en este blog el pasado domingo, 29 de marzo, Slavoj Zizek decía que lo importante no era preguntarse si somos libres o no, sino qué significa ser libre. Hoy he tenido dos experiencias a ese respecto. La primera de ellas ha sido leyendo el libro de entrevistas del filósofo esloveno con Glyn Daly (“Arriesgar lo imposible”, editorial Trotta). En él, Zizek desarrolla su pensamiento sobre las nuevas tecnologías y las posibilidades que éstas abren. Para él, no existe una “realidad virtual” y una “realidad real”, sino que ambas “realidades” no son sino partes equivalentes de una misma existencia basada en lo simbólico. En este asunto vale decir que el ciberespacio, por ejemplo, no constituye una huida de lo Real, sino que es ese Real con otro orden. Esto suele dar miedo, no lo discuto y provoca zozobras y pánicos varios. Y aquí enlazo con mi segunda experiencia.

Esta tarde he mantenido una discusión con un familiar sobre los llamados derechos de autor. Él condena firmemente aventuras como el eMule. Su tesis es la siguiente: Los autores/músicos deben poder decidir sobre los frutos de su trabajo. La gente, sin embargo, hace uso de ese fruto sin el consentimiento de su autor.
Esta idea me parece irrefutable y, sin embargo me asola la duda: ¿A qué llamamos poder decidir? Es algo curioso y que, si nos ponemos a reflexionar sobre ello, nos conduce a la inevitable pregunta: ¿Qué es ser músico? Porque ser músico no ha sido siempre lo mismo. Pensemos en los bardos celtas o en los trovadores medievales. ¿Bajo qué condiciones se llamaban a sí mismos músicos? Es una pregunta importante.

Mi idea, al contrario, es que lo que llamamos “posibilidad de decisión” no es más que “mantenimiento del poder de las discográficas”, al menos en este debate. Porque lo que defienden mi familiar y sus compinches es que todo siga igual, con una realidad basada en las coordenadas:

1) Monto un grupo.

2) Grabo una maqueta.

3) Se la mando a una discográfica que me contrata.


No está mal. Se ha llevado haciendo al menos cincuenta años.

Me sorprende el análisis pseudomarxista que lleva esta gente. Me explico. A la idea “tenemos derecho a decidir sobre nuestro trabajo”, le sigue: “vamos a vendérselo a esta discográfica que, inevitablemente, nos arrebatará cualquier posibilidad de decisión”. Una defensa pro-esclavista de manual.

Las coordenadas, como digo, han cambiado. ¿No lo saben los artistas? Yo sospecho que sí lo saben y los últimos movimientos (MySpace, descargas legales de discos enteros en las Webs oficiales de los grupos, etc) van en ese sentido.

¿Es que nos les importa a los autores que las discográficas se lucren estableciendo precios tan caros por los disco? ¿Es más enemigo el chico que se baja música desde su ordenador?

Alguien me podría decir: Claro, pero esa gente que cuelga su música en la Red, los que tienen un perfil MySpace, etc, lo hacen voluntariamente, mientras que en el eMule uno se apropia indebidamente del trabajo ajeno. Y aquí es donde yo quería llegar (lo anterior no ha sido más que un prólogo, quizás demasiado largo). Mi tesis central: ¿Qué significa hoy ser músico?

Como dije antes, no ha sido siempre lo mismo ser músico y hoy no es lo mismo que hace diez años, sin duda alguna.

Mi duda viene a raíz de mi sospecha (quizás errónea, pero es la mía) de que los más interesados en atacar las descargas eMulianas son, precisamente, los músicos que menos presencia tienen en el mercado (aquí me pongo un poco liberal). Y yo me pregunto: ¿Qué derechos quiere defender X (por no citar nombres) para ser tan beligerante en este tema? O más bien. ¿Está defendiendo algo más que una supuesta “solidaridad gremial”?

Mi familiar me decía que tiene muchos amigos músicos que ya no pueden serlo porque la actual crisis de la música (por culpa, claro está, de las descargas ilegales) se lo impide.

No niego la posibilidad de que yo sea decididamente obtuso en este tema pero considero que quizás de lo que estamos hablando sea del final del concepto de músico como “profesional de la música” (siempre hablando en términos de música llamada “popular”) o, quizás de una mutación radical del concepto profesional de músico.

Este familiar mío decía: “Y no me digas que vivan de tocar en directo, porque quizás no quieren hacerlo”. Nos han jodido ¿Qué oficio es ese en el que uno decide por completo cómo debe ser el oficio? Es como si un médico dijera: “Y no me digas que haga guardias, que no quiero”.

Lo que se trata de ocultar, me temo, es un interés por vivir de la música de espaldas al público (lo que me parece una desvergüenza mayúscula pero que, pensándolo bien, muchos hacen, el cine español sin ir más lejos). Esta última idea la viví el verano pasado en una serie de conferencias a las que asistí, en las que exponían sus puntos de vista editores, miembros de las discográficas, las asociaciones de autores, etc.

Quizás ser músico sea hoy tocar en directo, o no vender discos (y ofrecer la música gratis por Internet), etc. Porque el eMule es legal ya que es muy difícil cargárselo sin cargarse a la vez la Constitución.

Y quizás ser músico sea ya un hobby y no entre en la categoría de “oficio”. ¿Quién sabe?

sábado, abril 11, 2009

Cuchara

La modernidad ha traído consigo la verdad: no hay cuchara. El abismo que debemos saltar, los obstáculos salvados. Todo se reduce a la elección.

En esta escena de Mátrix observamos un choque. Un choque que es cuchara, pero podría ser otra cosa. Por ejemplo, si cambiamos de palabra y, en lugar de “cuchara”, decimos “yo” o “sufrimiento”. Y, precisamente, es de lo que va todo esto. Toda la historia de la civilización ha funcionado como manos que quitan capas de una cebolla. Primero Moisés, que intuye a un Dios al que debe adorarse mediante prácticas efectivas de moral. Un hombre que baja del Sinaí no con una descripción de la divinidad, sino con leyes grabadas en piedra.

Luego viene Job con su libro majestuoso que elimina la relación “bien-recompensa”, “mal-castigo”. Más tarde los profetas, Jesús y su lucha contra el Dios externo, etc.

Y por supuesto, Copérnico, Darwin, Marx, Freud. ¿Qué queda de la superstición?

No queda nada y, sin embargo…

No hay cuchara, una frase que debe grabarse en las escuelas, en los monumentos, en los autobuses (ahora que está de moda hacerlo). Una frase que elimina las preocupaciones (como Siddartha bajo el árbol).

Si, como decía, cambiamos “cuchara” por “yo”, nos queda:

No intentes doblar el Yo/Sufrimiento. Eso es imposible… Doblar, forzar, cuestionar, domesticar. Imposible.

En vez de eso, debes comprender la verdad: No hay Yo/Sufrimiento.

La modernidad es un ejercicio de voluntad. Una apuesta por la razón, por tomar las riendas, por aceptar lo no-explicado. No somos el centro de nada. Aceptar las coordenadas: nacimiento-muerte. Trabajar sobre ellas.

Es fácil decirlo. No queda otra.