jueves, noviembre 26, 2020

Actos*



Siempre, en algún momento de la vida del creyente adulto, irrumpe la amenazante verdad sobre la naturaleza exacta de la fe: el vínculo con la divinidad no se crea desde el sentimiento o el arrebato místico, sino en el acto de la pura entrega al otro. Si el Eterno así lo dispone, el día de Navidad de este 2020, conmemoraremos el vigésimo quinto aniversario de la muerte de Emmanuel Lévinas, filósofo que escribió sobre el destino del hombre como “guardián de su hermano” y sobre la religión despojada de artefactos esotéricos.

Otra muerte ha venido a despojar al mundo estos días de uno de sus frutos benéficos: en Brasil, falleció el catalán (el español) Pedro Casaldáliga, sacerdote, obispo y poeta. Su biografía describe el itinerario de muchos jóvenes, hijos de familias católicas de gran observancia, que durante la primera posguerra española abarrotaron los seminarios con intenso apetito de misión. Fue el caso también de otros importantes teólogos de la liberación en América Latina, como Ignacio Ellacuría o Jon Sobrino. Todos ellos buscaron a Dios, quizás, en los límites del mundo; en aquellos lugares donde todos los valores se interrumpen o relajan y en los que puede uno acabar santo por la vía rápida.

Sin embargo, los jóvenes que abandonaron Europa para recorrer un camino de Evangelio se encontraron de bruces con el ser humano en su expresión desnuda. De poco valían los tinglados jerárquicos o puramente ornamentales de la religión más ritualista entre los peligros de la muerte y la pobreza. Resultaba impensable limitar la prédica a promesas de una lejana salvación espiritual. Las personas necesitan alimento, higiene, justicia. No sólo de pan vive el hombre, pero pan, que no falte. Casaldáliga y otros tantos empeñaron sus vidas y su esfuerzo en devolver la dignidad a los desposeídos del mundo, enfrentándose, por si fuera poco, a la incomprensión de Roma.

Casaldáliga supo, además, acompañar su obra cristiana, católica, de una pasión literaria que ayuda hoy a comprender al personaje. “No creo en la palabra que adultera./ Yo hago profesión de claridad”, escribía el obispo en ‘El tiempo y la espera’ (Sal Terrae, 1986), como toda una declaración de principios. No es, la suya, una poesía enmarcada en límites académicos o forzada por la pulsión vanguardista. Al contrario, en sus versos, Casaldáliga expresa la plena humanidad de un proyecto religioso. “En la oquedad de nuestro barro breve/ el mar sin nombre de Su luz no cabe”. Y concluye: “Sus manos y Sus pies de tierra llenos,/ rostro de carne y sol del Escondido,/ ¡versión de Dios en pequeñez humana!”.

Esta preferencia personal forja una nueva manera de comprender la utilidad de la fe cuando esta se aplica sobre comunidades que padecen la historia en lugar de hacerla. En ‘Sonetos neobíblicos, precisamente’ (1996) se expresa muy claramente al respecto: “no queremos ser dioses, sino otros./ Queremos ser y hacer hijos y hermanos/ sobre la tierra madre compartida,/ sin lucros y sin deudas en las manos (…) Y en los silencios de la tarde honda/ sentir Tu paso amigo por la fronda/ y el aire de Tu boca en nuestra sien”. Pocas escenas más cargadas de una esperanza escueta, adulta, en la redención del mundo como retorno a la primera experiencia del Edén.

Pedro, Pere, Casaldáliga, obispo emérito de São Fèlix d'Araguia, murió con 92 años, tras una vida de lucha por los derechos de los pueblos indígenas de la Amazonia brasileña. Padeció enfermedades, sufrió amenazas. Se equivocó algunas veces. Nunca pareció ser cínico ni engañarse en la búsqueda de alternativas a su odiado capitalismo: “Ha sido derrotado lo que llamaban el socialismo real que no dejaba de ser una dictadura estatal”.

Con toda seguridad, el Casaldáliga moribundo no se dejó arrastrar por el orgullo de haber conquistado la plenitud de la vida. Quizás, sí por cierta impaciencia, una leve alegría al atravesar el misterio hacia esa otra parte mejor, donde poder ser sin ataduras: “cuanto menos Te encuentro, más Te hallo,/ libres los dos de nombre y de medida”. Descanse en la paz que ha merecido.

* Artículo publicado el 14 de Agosto de 2020 en El Diario Montañés