lunes, diciembre 16, 2019

Greta*



Me siento a escribir este artículo mientras el mundo civilizado aguarda el advenimiento de Greta Thunberg, su gloriosa manifestación en la Cumbre del Clima. Si observo la pantalla del ordenador, quizás me pierda algo del acontecimiento, su poder curativo, pero el sacrificio es también un camino para la salvación.

Thunberg, dicen, llegará en barco a Portugal y tomará un tren hacia Madrid. Resulta curioso -o quizás no tanto- contemplar la repetición de las fórmulas de siempre para apuntalar la conquista y el mantenimiento del poder; la composición del “mito fundante”, en insistentes palabras de Errejón y demás compañeros peronistas. Para empezar, debe existir un relato cualquiera. No importa si real o delirante, descontextualizado o simplemente ficticio. Puede ser la encarnación de un dios en un pesebre, la revolución mundial o el cambio climático. Algo definitivo se aproxima, de eso no hay duda. Nuestro deber, como diría Eliot, es ocupar posiciones, obedeciendo órdenes.

Las iglesias varias que en la historia han sido comparten con los contemporáneos concilios del poder una siniestra querencia por el mando burocrático y prosaico, justificado por la existencia de determinados sujetos especiales que, de cuando en cuando, devuelven la fe al personal. El papel que otrora desempeñaran personalidades como las de Francisco de Asís o Bruno de Colonia lo juega hoy el fenómeno Greta Thunberg: la santa que espolea las instituciones.

Es importante, además, que la persona elegida para cumplir con esa misión restauradora sea depositaria de todas las gracias, emocionando al feligrés con mensajes de pureza en el límite de la herejía. Los niños son muy celebrados en estas labores; así, Juana de Arco, muerta en la hoguera a los 19 años, o Lucía dos Santos y sus secretos de Fátima. Todos pretenden rescatar al mundo de la perdición.

Como aquellas, Greta presenta sus credenciales a través de una personalidad distante, más cerca del territorio de las ideas que del barullo electoral, aparentemente arrancada de su ensimismamiento para alertar al mundo del Apocalipsis. ¿Qué decir ante esta reedición de la mística como instrumento de poder? Quizás, simplemente, que la mística es sólo otra máscara del dogma.

* Columna publicada el 11 de Diciembre de 2019 en El Diario Montañés