domingo, junio 27, 2010

Paraíso


Hace dos noches, intercambiaba yo mensajes de móvil con un amigo sobre el deseo (velado, infantil, permanentemente pospuesto) de romper con el hormigón urbano y el cinismo occidental para huir hacia paisajes más amables. Si he de ser sincero, mi postura en la conversación era la del europeo, contento del hecho azaroso de su nacimiento lejos de los paisajes “naturales” de África. Y es que, realmente, no me siento tentado de escapar del mundo civilizado ¿Soy un estirado y un prejuicioso? Lo soy. ¿Es insultante mi afirmación? Puede serlo.
Y muere José Saramago y recuerdo aquel septiembre de 1998, cuando me firmó en Santander un libro (“Las maletas del viajero”), apenas unos días antes de ser galardonado con el Nóbel. Y recuerdo sus gafas de montura negra, ya pasadas de moda por aquella época, y su cabello fuerte y rizado que parecía escapársele de la nuca en tiras blanquinegras.
Y me doy cuenta de que he perdido totalmente la conexión con el Saramago intelectual al que tanto admiré y que ya incluso, en los últimos años, su figura no me transmitía el estoicismo, la elegancia y la fuerte bondad que me sedujeron hace ya tanto tiempo. Conservo la admiración por el Saramago escritor (“Ensayo sobre la ceguera”, “El Evangelio según Jesucristo”…), pero ya no es lo mismo. No entraré aquí a evaluar la figura política del portugués. No me apetece, eso es todo.
De todas formas, la idea del viejo escritor reflexivo, enhiesto como un roble contra el que nada pueden los cantos de sirena del núcleo cultural más frívolo; cerca de los debates de la actualidad, pero lo suficientemente lejos también como para no verse arrastrado por la avalancha ideológica, casado con una mujer más joven (eterna fantasía no políticamente correcta), viviendo en una isla... Todo ello forma parte de un ideal de vida bastante apetitoso.
Y la fortuna de trabajar las palabras, de comprender la escritura como un oficio y no como un truco de prestidigitación.
Pero he cumplido años y han pasado cosas. Y desconfío de esa vocación de santidad laica y de su postura crítica contra un mundo mercantilizado. La utopía genera monstruos y crea masa. Y no hay nada más peligroso que la sociedad devenida en masa y convencida de tener una responsabilidad histórica. Odio los uniformes. Y creo en las cortinas de colores tras las que no hay nada.

miércoles, junio 02, 2010

Voces Ancestrales


A través de la Irlanda Irlandesa y del Catolicismo Irlandés, Joyce oye voces ancestrales que le llaman. Las reconoce como voces de sirenas y, como su modelo, Ulises, se hace atar al mástil, para no seguirlas y ahogarse. Fue bueno para su arte hacerlo así. Se resistió a ellas, no porque las despreciase, como sugieren algunos de sus modernos admiradores, sino porque temía el poder que podían tener sobre él. Después de todo, eran voces de sus propios antepasados. Como lo son de los míos.

Conor Cruise O´Brien, "Ancestral Voices. Religión and Nationalism in Ireland", The University of Chicago Press, Chicago, 1995 (2ª ed.), pág 49.

Traducido y citado por Jon Juaristi, "El Bucle Melancólico. Historias de nacionalistas vascos". Espasa Calpe, 1997.

(Fotografía de Eamonn McCabe).