martes, agosto 05, 2014

Sinaí





No se engañen: el antisemitismo no nació el pasado 8 de julio, con el inicio de la operación israelí ‘Margen Protector’ en Gaza. 

El antisemitismo -o, para ser más precisos, el antijudaísmo- aparece en la historia de Occidente bajo muchas formas, emboscado y voraz, siempre dispuesto a señalar, a expulsar y, en última instancia, a exterminar a un pueblo que ha representado, durante dos mil años, el papel de ‘Gran Otro’, la némesis de la cristiandad y sus naciones. Primero, se le acusó de haber conspirado contra Jesús de Nazaret, de asesinar a niños en oscuros rituales (el Santo Niño de la Guardia, Dominguito del Val…) y de proselitistas, traidores al gran pacto con Dios y negadores de su Hijo. Más tarde, y consecutivamente, de gestar el comunismo y el capitalismo financiero y de ‘ensuciar’ la tierra de los arios. El resto es historia y cámaras de gas. 

Sin embargo, los brotes de esta enfermedad cobran en España una importancia relativa. Como país política y geográficamente insignificante, sus debates internos y sus artículos de opinión carecen de impacto real. Que un anciano escritor firme un texto obscenamente racista en uno de los principales periódicos patrios o que Twitter se llene de insultos al judío es incómodo, pero inofensivo para, digamos, el ciudadano medio de Haifa. La respuesta, desapasionada, debe buscarse en el Código Penal. No vale la pena añadir nada al trabajo de los tribunales ante ésta y otras formas de xenofobia. 

La osadía, ese rasgo tan nuestro, permite, en todo caso, salidas de pata de banco y crueldad contra un grupo humano del que, en España, no se sabe absolutamente nada. Es más, el hecho de que la nación se forjara a través de la catolicidad -con el consiguiente rechazo a los judíos, musulmanes, protestantes y liberales de todo pelaje-, es un capítulo no obviado, sino, casi con toda seguridad, desconocido para muchos. El analfabetismo es tenaz.

La tontería de la ‘Piel de toro’ no niega, en absoluto, la peligrosa situación que atraviesan las comunidades en Europa. El asesinato de cuatro personas (tres de ellas, niños) en una escuela judía en Toulouse en 2012 y los cuatro muertos en el ataque al Museo Judío de Bruselas el pasado 24 de mayo alertan de una situación que las autoridades deben prevenir y atajar con absoluta contundencia. 

A mi juicio, sería un error tratar de desactivar el antisemitismo rampante con justificaciones o militancias paranoicas y acríticas en defensa de Israel. Los que odian al judío no esperan análisis estratégicos, cúpulas de hierro (o de tinta), ni procesos de paz. Hoy, la excusa es Gaza, mañana, ¿quién sabe? Corresponde al pueblo judío (y no a sus agresores) decidir su posición en el mundo.  

  







domingo, agosto 03, 2014

“Vivimos en una época desconcentrada y rota”





Pepe Ribas – Escritor


¿Qué pasa con Ajoblanco? ¿Contracultura, ideología encubierta, incoherencia total, locura de pequeños burgueses, pasote permanente de unos cuantos ‘hilipollas’? ¿Quién está dentro de Ajoblanco? ¿Qué lío sexual se lleva esta gente? ¿Son unos visionarios? ¿Es la luna de Valencia? 

De esta manera, la redacción de la emblemática revista barcelonesa trataba en 1977 de arrojar luz sobre su ecléctica propuesta cultural, a través de la ‘confesión’ de sus tres coordinadores, Pepe Ribas, Toni Puig y Fernando Mir. Desde su creación, Ajoblanco quiso proponer una alternativa libertaria y contracultural a la ortodoxia moribunda del franquismo y a su dogmática némesis marxista. Esta actitud no fue siempre bien entendida. Se trataba, en definitiva, de emprender una aventura “de acción y transformación colectiva, horizontal e integradora”, sin idearios herméticos, ni balas inconfesables en la recámara. Para construir el post-franquismo sobre cimientos nuevos, la publicación contó con colaboradores de lujo, que abordaron temáticas inéditas hasta entonces. El ecologismo, el feminismo, la lucha por los derechos sexuales, la antipsiquiatría y el legado anarquista español fueron compilados para el público patrio en una época de cambio y recuperación de libertades, en la que todo parecía posible.

Con el primer número, de octubre de 1974 -en cuya portada unos labios de mujer muerden un ajo-, arranca una trayectoria no exenta de choques con el poder y con los sectores más retrógrados del panorama ibérico. Las multas, las amenazas y los cierres forman parte de la cotidianidad de la publicación, cuyo nombre responde al plato cocinado por la “mujer de un torero sin suerte” en un establecimiento de la capital catalana, alrededor del cual se acuerda poner en marcha el proyecto.    

En 1980, el agotamiento y el afianzamiento de la Transición democrática pusieron fin al primer Ajoblanco. Llega la resaca. La burocratización y el hedonismo dan la puntilla al proyecto liberador barcelonés, que comienza a verse engullido por la temida ‘normalización’. La revista volvería siete años después, en una propuesta diferente, sin utopías, pero con voluntad de influir en el debate cultural y político del país. Su principal impulsor en ambas etapas, Pepe Ribas (Barcelona, 1951), reflexiona sobre el pasado y el presente del periodismo, en un contexto de grave crisis institucional y económica. Sus enemigos, los de siempre: las oligarquías, los nacionalismos y la mediocridad. Su esperanza, el cambio a través de la cultura y la crítica. Mientras llegan tiempos mejores, el Centro Conde Duque de Madrid expone, hasta el 21 de septiembre, la muestra ‘Ajoblanco. Ruptura, contestación y vitalismo (1974-1999)’. 


- Después de tantos años de iniciativas y militancia cultural, ¿qué ha sentido al ver la exposición?
 
-Satisfacción y ganas de que otros tomen el relevo.

- Es el grupo poético Nabucco, formado por estudiantes de Derecho de Barcelona, el que inyecta el germen contestatario del que nacerá la revista. ¿Cómo fueron los orígenes?  

- En la Facultad de Derecho había una comisión de cultura muy mediatizada por las consignas del PSUC, de Bandera Roja, la Liga Comunista… Pero, nosotros éramos mucho más libres. Pertenecíamos a una generación nueva, que ya no quería consignas ni de unos ni de otros y que, de alguna forma, pretendía descubrir por sí misma el nuevo imaginario. Para ello, contábamos con los libros que comenzaba a publicar la editorial Kairós, de Salvador Pániker, sobre contracultura norteamericana -como el de María José Ragué, ‘California trip’, que explicaba todo lo que había pasado en Estados Unidos, a partir de la ‘Generación Beat’, de Ginsberg, Kerouac, etc-. Y, también, el legado de los movimientos de liberación de todo tipo: los ‘Black Panthers’, la lucha homosexual, el feminismo, la ecología… Y, aquí, de todo esto nadie se hacía eco porque los partidos clandestinos de izquierda tenían, en el fondo, una moral tan antigua y carca como los franquistas. Era gente muy retrógrada: no aceptaban la homosexualidad, la ecología la consideraban un capricho de niños ricos para despistar de la lucha de clases… Entonces, decidimos sacar una revista. Como habíamos estudiado leyes, montamos una sociedad anónima. La gente de Seix Barral nos asesoró sobre distribución e impresión. Tuvimos esa visión y así nació Ajoblanco. 

- Usted siempre ha expresado un doble rechazo: por un lado, al franquismo social que sostenía a la dictadura. Pero, por el otro, al antifranquismo ‘oficial’, también con su propio dogmatismo…  

- El antifranquismo ‘oficial’ es el que ha llevado al país a la situación actual. Está formado por gente muy dirigista, muy jerárquica, que ha creado una democracia falsa. Nosotros lo hemos denunciado desde el principio. Siempre hemos estado en contra de esa generación porque no eran demócratas. 



- El característico tono libertario y crítico de la revista brilla hoy por su ausencia en el panorama mediático español. ¿Lo echa de menos?

- Por supuesto. Lo que pasa es que, hoy en día, ya no es posible. Porque la censura política la puedes eludir con sentido del humor, con frases de doble sentido… Sin embargo, la censura comercial no la puedes eludir de ninguna manera. Y, en este momento, en España hay una censura comercial total. Porque los grandes consorcios mediáticos lo tienen todo tomado. Como ellos se lo guisan y se lo comen, no permiten que otros se metan en el mundo de la distribución. Es el gran problema. La censura económica es mucho peor que la política.

- Quizás, una de las características de los medios de comunicación españoles de hoy es su previsibilidad. En todo momento, se sabe qué va a decir cada periódico, radio o canal de televisión. Y esto comprende a los ‘oficiales’, como El País o ABC, pero también a los nuevos medios, llamados ‘críticos’.
 
- Pasa porque no se trabaja el idioma. Lo que ha ocurrido en los últimos años es que el hedonismo y el consumismo, a través de la propaganda, así como el tipo de cine -todas las películas están mediatizadas por lo que quiere la industria-, responden a unos intereses económicos en los que lo único que se valora son los índices de audiencia. Ya no hay cultura, sino espectáculo. Es muy difícil crear un nuevo lenguaje, tanto visual como ideológico, porque se trabaja poco. Estamos en la cultura de los tres minutos, de Youtube o Twitter. Todo muy corto, fraccionado, roto. Eso impide el amor a la cultura, que exige tiempo de reflexión, tiempo de vocación, intensidad y concentración. Vivimos en una época desconcentrada y rota. Todo es de pequeño formato. Ya no hay capacidad para leer un libro de principio a fin. La cultura del móvil ha destruido la concentración. 

- Ajoblanco surge por la necesidad, según sus propias palabras, de responder a las demandas de la juventud de su tiempo. ¿Sería posible hoy algo parecido? ¿La juventud demanda algo en ese sentido?

- Yo creo que hay un gran despiste general. Y, también, un cabreo. Están surgiendo nuevas alternativas. Creo que el 15M supone un antes y un después, pero las cosas no se improvisan en un día. Nosotros pudimos hacer Ajoblanco porque en Barcelona, en aquel momento, ya había un caldo de cultivo. Era una ciudad en la que había más libertad que en otras, porque el franquismo se quedó sin cómplices. El mundo cultural era muy complejo, con los latinoamericanos del ‘Boom’ por un lado, con los novísimos, con la Nova Cançó, el diseño, el arte conceptual, la abstracción, la antipsiquiatría y el movimiento que iba contra los electroshocks… Era una cultura ‘anti’, una cultura crítica. La cultura siempre debe ser crítica. Nos hemos pasado treinta años domesticados por el diario El País, que ha sido el gran fraude, la gran manipulación. Porque nos ha hecho creer que defendía una cultura progresista cuando, en realidad, se trataba de una cultura de masas, completamente entregada al mercado multinacional y, además, rompiendo todo lo que fuera pluralidad y crítica. 

- De los vídeos que se proyectan en la muestra, destaca el testimonio de Félix de Azúa, quien elogia el legado de Ajoblanco, pero viene a decir que la revista fue un divertimento fugaz y que había que “ponerse a trabajar”. Esto enlaza con su diagnóstico, según el cual, España había alcanzado la “rutina democrática”, tras afianzarse el llamado ‘Régimen del 78’. En definitiva, que se echó el freno de mano a la democratización del país. ¿Pudo haber sido de otro modo?

- Claro que podría haber sido de otro modo, pero ocurrió que, primero, el tejido productivo medio se destruyó, sobre todo en Cataluña. Quedaron las grandes empresas, que fueron nacionalizadas (las franquistas de la luz, la electricidad, la gasolina…). Sólo quedó el dinero de estas empresas y el dinero público. Y, ¿por quién estaba controlado? Por los bancos, las administraciones… ¿Quién elegía las administraciones? Los ciudadanos, pero a través del sistema de listas cerradas de los partidos políticos, elaboradas por las cúpulas de esos partidos, con la gente más obediente y dócil: los mediocres. En este país se optó por la mediocridad. Solamente, un sector, que fue el de la sanidad, hizo una auténtica revolución. A través del humanismo, del sentido común y mucha vocación se puso en marcha un sistema sanitario ejemplar. Esto no ha pasado en la universidad, que es un caos lleno de pequeños ‘reyezuelos’, que en lugar de pasar el saber a los otros, lo que hacen es controlarlo para que no haya nadie superior a ellos. Este país es un nido de mediocridad total. 



- En 1976, el llamado dossier de Fallas, escrito, entre otros, por los valencianos Javier Valenzuela y Amadeu Fabregat, provoca la suspensión de la revista durante cuatro meses, por orden del Consejo de Ministros, y se les impone una multa de 250.000 pesetas. Cuando se reanuda su publicación, la línea editorial de Ajoblanco se acerca decididamente al movimiento anarquista y se aleja de las tendencias más contraculturales. ¿Por qué?

- Fue muy curioso. En esa época, ya estaba emergiendo otra vez la CNT. Un movimiento libertario organizado no puede desarrollarse bajo una dictadura, porque su base es el asambleísmo. Los rastros del viejo libertarismo español prácticamente habían desaparecido. Cuando nos suspendieron por lo de Valencia ya empezaban a publicarse libros sobre el tema. Ese verano nos retiramos a Menorca, con uno bajo el brazo, titulado ‘Durruti’, de la CNT. En ese momento, había aparecido en Tusquets la colección ‘Acracia’, que publicaba volúmenes sobre las mujeres libres, las colectivizaciones del Bajo Aragón, etc. Nos dimos cuenta de que el libertarismo español había inventado el naturismo, la ecología y los ateneos populares cuarenta años antes que los norteamericanos. Decidimos, por lo tanto, matar a la contracultura y recuperar el pasado y el presente libertario español. 

- Tras la desaparición del primer Ajoblanco, en 1980, se emprende la aventura del segundo en 1987. Esta vez, su enfoque es, en palabras de Fernando Savater, “más cultural que contracultural”. ¿Habían cambiado ustedes o el país?

- Había cambiado el mundo. Ya no había perspectivas utópicas de transformar el mundo, que se estaba convirtiendo en una aldea global. Nos interesaba conocer otras culturas. España siempre ha sido un país muy cerrado y queríamos abrirlo al exterior; a las culturas latinoamericanas, asiáticas, árabes musulmanas y africanas. Empezamos a recorrer el planeta y a explicarlo. Sobre todo, con música, películas…; descentralizando la difusión cultural y la productividad. Por otro lado, el segundo Ajoblanco quería mejorar la política. Teníamos una falsa democracia. Por eso, empezamos a denunciar el sistema de listas cerradas, la oligarquía de los partidos, la ausencia de separación de poderes… Hicimos un periodismo cultural, pero también crítico, social y político. Movilizamos a toda la inteligencia española progresista para, de alguna forma, combatir al ‘felipismo’, primero, por corrupto, y luego al ‘aznarismo’, por extrema derecha. Lo dejamos de hacer porque ya habíamos dicho todo lo que teníamos que decir y la gente no reaccionaba: se había hipotecado y entregado al dinero, pensando que éramos el país más rico del mundo. Era un poco patético. Nosotros ya denunciamos todo lo que iba a pasar hace veinte años. Ahora ya es otro momento. A partir del movimiento de los indignados se vuelve al combate, para derribar este régimen corrupto. 

- Usted ha lamentado la imposibilidad de realizar, en aquel momento, un relevo generacional. Los nuevos ‘valores’ culturales estaban “poco concienciados políticamente”, más centrados en cultivar su hedonismo…

- Estaban metidos en el ‘pastilleo’, en el éxtasis, en el hedonismo total. No estaban politizados. Se politizaron cuando se quedaron sin trabajo.

- Tampoco la Barcelona actual es la de entonces.

- La Barcelona de los 70 era una polis: creativa y con tejido productivo. La actual es un centro turístico. No tiene ningún interés. Todo ha sido arrasado por los nacionalistas. Y a los nacionalistas les interesa gente estúpida, no formada, sin criterio propio, para poder manipularla. 

- La consulta soberanista es una consecuencia de ello…


-La gente está reaccionando. Empieza a haber divisiones entre los independentistas. Muchos se dan cuenta de que todo esto es un cuento para ocultar el problema social. Introducen el factor nacional, que es una cuestión afectiva. Hay una cultura catalana muy de verdad… Yo soy catalán y la tengo, pero ellos no quieren cultura, sino la caja pública para poder robar, controlando la justicia. No hay tejido productivo, hay dinero público. Todo es turismo y es una vergüenza. 


- ¿Se plantea una segunda resurrección de Ajoblanco?


- Creo que la gente está reaccionando. Lo peor ha pasado. Podemos, Ada Colau... Están pasando muchas cosas. Hay una generación nueva que ya no se droga y que se da cuenta de que las cosas hay que lucharlas de otra manera. El país comienza a concienciarse. Que exista o no una tercera o cuarta etapa de Ajoblanco… Bueno, a lo mejor la hay, pero más como un espacio de encuentro y debate. El próximo año habrá de nuevo ‘Jornadas ajoblanquistas’, probablemente en Barcelona o en Bilbao. Es posible que saquemos un número en papel. Tenemos la página web (www.ajoblanco.org) donde iremos colgando contenidos: próximamente, los vídeos de las jornadas. Cada uno dura entre una hora y una hora y media. No somos partidarios de la cultura de los tres minutos. La gente se debe concentrar. Y, si no se concentra, allá ellos. 

- El año pasado, publicó la novela ‘Encuentro en Berlín’ (Destino). ¿Está trabajando en algún nuevo libro?

- Estoy empezando un libro, aunque todavía no tiene título. Será mitad crónica, mitad novela. Tengo proyectos. La exposición me ha animado, porque he contactado con mucha gente. He visto a Madrid muy vivo.  

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FOTOS: 1- Retrato de Pepe Ribas, por Marc Costa. 

2- Portada del primer número de la revista Ajoblanco (1974).

3- Redacción de Ajoblanco (1973). María Dols, Pepe Ribas, José Solé, Ana Mila, Ana Castellar, Francisco Marsal, Luisa Ortinez y Toni Puig. Autor: Pep Rigol.