viernes, septiembre 25, 2015

Nosotros*



La actualidad política española desmiente, día tras día, a quienes aún esperan una solución razonable a la crisis del país. Los últimos años han resultado nocivos para las instituciones, pero extraordinariamente fértiles en la acumulación de propuestas y movimientos donde reina la masa frente al tedio individual. En Cataluña, por ejemplo, la réplica independentista ha sido impactante. Un gran número de catalanes (¿miles?, ¿millones?, ¿la mayoría?) se envuelve en su bandera y desfila en perfecta formación, jaleado por su presidente autonómico. De esta forma, Artur Mas ha pasado de liderar un partido desprestigiado por los recortes y hundido en la corrupción a convertirse en un héroe del pueblo.

La política como actividad vehemente, como acción contra el enemigo; contra España. Esos catalanes -muchos, en resumen- obvian los peligros del aislamiento económico, la pérdida de representación en los organismos internacionales y la fractura interna de su población. Se trata de un grupo de personas convencidas de un sí que paraliza la mera gestión, que la arriesga. Lo primitivo funciona; así se interpreta el fenómeno.  

Ante el desafío, Madrid, ese monstruo, vacila a la hora de oponer resistencia. Acomplejado por decenios de desactivación de la idea de España, se enfrasca en un impersonal juego de cifras que pretenden ser amenazantes: llega el temido corralito, la Unión Europea y Obama no reconocen, la incompetencia se camufla bajo la ‘estelada’…

Resulta curioso comprobar cómo lo más importante queda apartado del debate público; a saber, la ilegalidad que, más allá de consecuencias económicas coyunturales, supone el desprecio a la soberanía nacional y, por supuesto, la quiebra inmediata en la convivencia entre españoles. Los movimientos nacionalistas (hoy independentistas y, como aseguran, “transversales”) enarbolan, por encima de todo, una negación: “nosotros no somos ellos”. Sus anhelos se sostienen sobre la apología de la desigualdad. Es precisamente ahí donde encaja la protesta, y donde la izquierda debería ser, ay, insobornable. Frente al pueblo unánime al que se aspira, cabe oponer la sociedad de todos; la ciudadanía en lugar de la identidad monocolor. Lo afirmó Emil Cioran: “quien dice ‘nosotros’ miente”. No es posible componer un eslogan más justo.

*Columna publicada el 24 de septiembre de 2015 en El Diario Montañés.
Foto: AFP.

miércoles, septiembre 23, 2015

Milagro



Nadie siente más que nadie y, sin embargo, cualquier amago de pausa, cualquier ejercicio de memoria, se interpreta siempre como un exceso. ¡Paremos las máquinas! ¡Preparemos los fusiles! Todo se reduce a la distancia entre el sentimiento y lo sentimental. El insulto al progreso, la ruina del país o de la propia vida dirigida hacia la productividad de la edad adulta. Uno la recuerda a veces volviendo a casa, introduciendo la llave en la cerradura. Hubo un tiempo, piensa, en el que estuvieron juntos, como si tal cosa, compartiendo espacios, angustias y mesa. Se pregunta cómo fue posible pasar por aquellos años sin celebrar el acontecimiento, sin mostrar gratitud por lo que fue, sin duda, un golpe de suerte.

Uno se maldice hoy por no haber demostrado algo más que la existencia sin atributos; como si existir pudiese tener alguna importancia frente a la gran injusticia. Aquel ruido de armarios que se abren mientras el niño merienda, la casa en perfecto estado, su despacho lleno de libros y papeles. La lluvia al otro lado como esta misma tarde. ¿Por qué no un beso más, otra mirada nueva? Hubo de todo, no se siente culpable. Y, sin embargo, en el tiempo que pasa, aún cuando ha podido ser aprovechado, la felicidad se convierte en ruina. Qué nostalgia la de esta salud saboreada de nuevo muchas décadas -ojalá- más tarde. Compartir es siempre un milagro. 

jueves, septiembre 17, 2015

Tradicional Shyamalan*

El cineasta indio regresa a la gran pantalla con ‘La visita’, una siniestra tragedia familiar revestida con el manto del suspense




El estreno mundial de ‘La visita’, reciente producción de M. Night Shyamalan, ha despertado, una vez más, las suspicacias del respetable. ¿Otra grotesca y previsible película rematada con su ya emblemática sorpresa final? Los potenciales espectadores no se deciden… Se trata de dar, como dice el ‘koan’, un paso en el vacío. ¿Habrá vuelto, por fin, el Shyamalan que reanimó a Bruce Willis? Una pregunta tan tópica como el supuesto estancamiento del cineasta.

La obra del director indio se sirve de la etiqueta del suspense y de la atmósfera de incomodidad que se aproxima al miedo, pero se detiene a tiempo. Shyamalan es consciente del espacio que ocupa en el escaparate cinematográfico y lo explota. Es su seña de identidad, su rollo. ¿Es suficiente? Con el objetivo de atraer al público, esta fórmula, extraordinariamente eficaz para condensarse en un tráiler, facilita las cosas. Uno quiere sustos y sustos recibe. También en ‘La visita’.

Una hora y media de película, apenas una decena de dialogantes en un falso documental de bajo presupuesto. El enfado brota cuando se pasa de la contención a la acción paródica. Es en ese salto donde Shyamalan siempre arriesga demasiado. El ejercicio superficial, con el que el cineasta parece reírse de su público, da lo que promete, sin control, cómodo en su explosividad. Los tópicos se suceden, con las costuras a la vista. Pero, hay más.



El espectador, epatado por el disparate, no suele advertir la doble vía de cualquier película de Shyamalan. La trama frívola apenas oculta, sin embargo, el tema principal. Lo ha hecho muchas veces. A lo largo de su carrera, se han abordado, por ejemplo, la búsqueda de la identidad y del sentido de la vida (‘El protegido’), o el uso de la mentira como garante de la vertebración social (‘El bosque’). Aquí, en ‘La visita’, se interesa por la pérdida de la comunicación y de la transmisión de valores. De esta forma, un tanto alambicada, reivindica la tradición, la exige.

En la cinta, el desconocimiento de las propias raíces provoca la incapacidad de los personajes para detectar el peligro. Lo que amenaza la vida es el amor artificial, la relación obstaculizada por una presencia tenebrosa y solo humana en apariencia. El tráiler se limita a exhibir el lado más festivo de ‘La visita’ y esconde el resto. Sería interesante preguntar a Shyamalan por esa actitud iconoclasta hacia sus propios códigos. ‘La visita’ habla de una serie de abandonos que confluyen de manera dramática. Con singular maestría, los traumas de unos y otros afloran hasta reventar en el tramo final de la película. La familia y su imposibilidad, los lazos que se desatan arriesgando la supervivencia de los individuos. Algo muy serio, a pesar de los sustos.

Para lograr que esa doble vía se dirija hacia alguna parte, más allá de los gritos y los portazos, Shyamalan echa mano de un guión consistente y de unos personajes cargados de profundidad. No puede hacerse de otro modo. La tensión que imprime a sus obras exige posponer parte de un relato, que, poco a poco, desvela toda su gravedad. En esa complicada labor, los niños protagonistas, interpretados por Olivia DeJonge y Ed Oxenbould, brillan especialmente, reprimiendo sentimientos y angustias sin exageraciones o afectación. La réplica se la dan unos solventes Deanna Dunagan y Peter McRobbie, como los siniestros abuelos.

Shyamalan aprovecha el suspense, la promesa de terror, para trazar un retrato de familia. ¿Para qué, entonces, dar tantas vueltas? Pero, quizás, ese recorrido espectacular sea, precisamente, el cine. 

* Artículo publicado en el número XVII de la Revista Dartes

viernes, septiembre 11, 2015

Pasos*



A Oliver Sacks le dijeron que su cáncer no tenía remedio y el neurólogo y escritor británico se despidió del personal con una emotiva carta en The New York Times. Sacks esperaba la muerte como quien espera el crepúsculo o la cuenta en una terraza a punto de echar el cierre. Esa entereza sin filigranas debe de ser exclusiva de personalidades brillantes, que confían en su éxito y en su capacidad de comprensión. No había en la carta ni un ápice de súplica o rebeldía, tampoco de esperanza en algún Dios benefactor; de su escritura brotó, únicamente, el agradecimiento por haber tenido la oportunidad de existir útil y conscientemente sobre este planeta.

Hablamos, quizás, de la manera más digna en la que el ser humano occidental del siglo XXI puede enfrentarse a su desaparición. Así morirán, con suerte, nuestros hijos, “ya sin fe y sin nadie”, como sostiene el verso de Claudio Rodríguez. Eso querrá decir que sus necesidades habrán sido cubiertas, y que la vida para ellos se parecerá a una travesía plácida y sin marejadas.

La ciudad de Santander, sobre todo en los primeros días de septiembre, cuando se vacía de turistas, es un terreno propicio para que esta perspectiva arraigue. Sus habitantes penetran sin queja en el otoño, serenos ante la llegada de la lluvia y de los fríos. Algunos se enfundan el chándal y corren, recuperando con el nuevo curso los propósitos de buena salud. La capital en temporada baja acoge el esfuerzo de los pasos que no se dan por capricho. Vuelve el trabajo o su búsqueda sobre el asfalto húmedo del norte. 




Que el peligro quede lejos proporciona seguridad al europeo, también al santanderino. Mientras sucede el cambio de estación, al este, al sur, miles de seres humanos escapan del Apocalipsis. Se trata de un movimiento habitual en muchos territorios, pero hoy toca Siria. Los espacios del dolor y la alegría quedan cada vez más cerca y Occidente calla, encogido en su debilidad. La gente se deja la vida en las playas. Morir como Oliver Sacks no está al alcance de todo el mundo. 

* Columna publicada el jueves, 10 de septiembre de 2015, en El Diario Montañés.