martes, diciembre 25, 2007

No Es Oro

- Que mi ex mujer y su marido vinieran a verme tras la operación no es nada extraño. Mi ex mujer había decidido “civilizar” nuestra relación por el bien de la niña, y a mí no me parecía mal. Otra cosa era la exageración en el trato. Siempre intentaba ser muy amable y yo, aunque nunca le di motivos para quejarse, prefería mantener una educada distancia respecto a ella y a Tom. Pero ella seguía pendiente de mí a todas horas. Me llamaba por cualquier motivo o se presentaba en casa cuando le venía en gana y se movía por ella como si aún estuviésemos casados. Tom a veces me miraba como diciendo: “Ya ves”, y yo me compadecía de su papel de fiel acompañante. No era mal tipo Tom. Trabajaba en un banco, de cajero, y ganaba lo suficiente para mantener a Anna. La niña había decidido quedarse a vivir conmigo tras el divorcio, seguramente porque pensaba que yo era más blando que su madre y podría moverse con más libertad. Y era cierto. Anna no trabajaba. Estuvo algún tiempo de camarera un poco después de casarnos, pero lo dejó al quedarse embarazada. Tuvimos una historia bonita Anna y yo. Y no lo digo sólo por la niña. Lo pasamos bien de novios y en los primeros años de casados. Luego la cosa empezó a torcerse. Yo bebía y Anna se había aficionado demasiado a colaborar con la parroquia. Nos distanciamos. Pero, como digo, quedó una buena amistad, al menos por el lado de Anna, que insistía en sostener los lazos familiares. Yo me dejaba querer. Nunca me he preocupado demasiado por esto.

Por eso, cuando Anna y Tom entraron en la habitación del hospital, ella con una sonrisa de oreja a oreja y él oculto tras un gigantesco ramo de flores, se me pasaron los dolores y concentré todas mis fuerzas en tratar de conseguir que la visita durara lo menos posible. No lo logré. Estuvimos un rato charlando sobre los avances de la cirugía y la poca importancia de mi enfermedad. En unos días estaría otra vez cortando el césped y jugando a los bolos. Me reí y les di la razón. Cuando ya me las prometía felices (se había agotado el tema de conversación y todos nos sumíamos en un silencio incómodo), Anna le dijo a Tom que se llevara a la niña a la cafetería. Nos quedamos solos. Me miró a los ojos un momento y me preguntó que cómo me encontraba. Le dije que bien, que de verdad, que no se preocupara. Ella asintió. Dijo haberse asustado mucho cuando le dije que me iban a operar, y no sólo por la niña: temía que me ocurriera algo. No sabía como expresarlo. Seguía sintiéndose muy próxima a mí, notaba que mi suerte y la suya estaban íntimamente ligadas, más allá de simples papeles. Dijo que seguía queriéndome. “No me interpretes mal, señaló, Tom es un gran hombre. Cuida muy bien de mí y adora a la niña. Nunca ha dicho esta boca es mía sobre que mantengamos el contacto y todo eso”. Volvió a quedarse callada. Noté que esperaba algo de mí, una respuesta. “Tú también eres muy importante para mí. Tenemos una hija en común, ¿no?”, le dije. “¿Sabes?”, para hablar había puesto su mano sobre mi pierna, “a veces, cuando estoy con Tom en la cama, recuerdo nuestros momentos…”. No me gustaba el carácter que estaba tomando la conversación. Intenté cortar: “Anna…”. Ella continuó: “Podríamos volver a intentarlo. Yo he rezado mucho, he reconocido mis faltas. Tú has dejado de beber. Podemos ser otra vez una familia”. Me incorporé un poco más en la cama para no estar tan a su merced. “Dios lo quiere, estoy segura”. Quise decirle algo en ese momento. Pero me distrajo una urraca que se había posado en un árbol tras la ventana. Era una urraca enorme. Al menos, así me lo parecía, toda erguida, orgullosa, fabricándose un nido. Anna continuaba, esta vez con otro tipo de argumentos. “Éramos buenos en la cama, no me lo negarás, ¿no recuerdas qué bien lo pasábamos?”. La urraca llevaba algo brillante en el pico. Quizás una llave o, simplemente, algún clavo que habría encontrado. Anna se había acercado ya mucho, casi sentía su aliento sobre mi cara. “¿No dices nada?”. Iba a decirle que no, que no la quería, que, en realidad, nunca la quise, que hubo un tiempo en que me sentía muy atraído por ella, pero que ese tiempo había pasado. Caput. Finito…Pero entró Tom en ese instante. Anna disimuló haciendo como que me colocaba bien las almohadas. “Nos vamos, dijo, trata de dormir un poco”. Asentí y agradecí el silencio en que quedó la habitación una vez se cerró la puerta. Atardecía. Volví a mirar por la ventana. Esta vez la urraca había dejado el árbol, con el nido a medio hacer. Algo brillaba. Seguramente la llave, o el clavo. O podría ser otra cosa. Ya no me dolía nada. Empecé a llorar. Estuve llorando toda la noche.

domingo, diciembre 23, 2007

Comunidad De Suerte


- No ha habido mujer más hermosa que Angela Davis en 1969. Angela Davis es una madre fundadora: una protomadre por así decir. Pudo significar un nuevo modelo de comportamiento femenino, un ideal revolucionario y se quedó en objeto pop, un fetiche de la memoria. A veces da pena pensarlo, otras veces se tuerce la cara y nos convencemos de que al fin y al cabo, no hemos salido tan mal parados. El futuro siempre acaba por llegar y a nosotros nos ha llegado en forma de Globalización y explosión tecnológica. No está mal el cambio: estábamos destinados a ser los hijos del 68 y algunos se lo tragaron entero. Otros recuperaron sus colmillos y se reinventaron en Wall Street. Y luego, nosotros. Porque, quizás, algunos avispados pedagogos no se dieron cuenta de que leer Momo era más peligroso que cualquier videojuego violento. Cuando uno tiene un hijo, supongo que es inevitable tratar de proyectar en él todo el mundo de fantasía y ecologismo macerado durante años en la corteza cerebral, pretender convertirlo en un obrero-intelectual con altas dosis de sensibilidad y poesía. Es un error común pero que hay que evitar. Al menos queda un camino abierto siempre: un camino “cortaziano”. La música, las fiestas, la literatura, el cine, la amistad, el buen vino…funcionan como ecos de un cambio que pudo ser; una banda sonora y sensorial compuesta contra el mundo que la produce. Es irónico, ¿verdad?. Tanta broma y tanto grito, concentrados en no ser más que un surco leve, apenas perceptible, siempre jugando con lo más profundo. Exagero, sin duda…O puede que no. Acabamos, después de tantos años, emocionándonos aún cuando Billie Holiday, frente a una audiencia oculta tras el humo, entona aquello de: Will the one I love be coming back to me… ¿Y dónde Angela?

jueves, diciembre 20, 2007

Mudanzas

- ¿Qué fantasía navegas? Hablando del desierto que pisas, las baldosas sueltas que provocan tu caída. ¿Habrá caída? Dudo de esa posibilidad, de tu protagonismo siempre tan sereno, como sorprendiéndote de valer para esto. El viaje es el que ordena, el que escribe la visión siempre en lengua viva, en tiempo real, sin amarrar la memoria como un barco viejo y oxidado. Así son las cosas. Uno puede soñar, pero hay aire que respirar, mañanas y noches, aún la claridad o la espesa niebla. Pronto eres adiestrada para soportar ese golpe de materia y de hambre que lo sujeta. Un adiestramiento espartano. Pero tú eres muy fuerte y ya guías tu nombre por los peligrosos desfiladeros de las décadas aún no vividas, por orillas secas esperando la bendición de la marea.

lunes, diciembre 17, 2007

El Criterio

- Me gustan casi todas las películas y casi todas las mujeres. Quiero decir que encuentro motivos suficientes para ver siempre el lado bueno. Caben dos explicaciones: o bien es un problema (o una virtud) de criterio, o bien me estoy acercando a algún tipo de santidad. A la santidad entendida como empatía con el entorno. Algo así como la “Talidad” aplicada a la era del Ipod. Porque yo creo que todo tiene que ver con todo y en estos momentos, más que nunca. Pero engañarse con el asunto de la santidad…No sé. Me da mala espina. Sobre todo porque no le veo utilidad a corto plazo y porque (y siento decirlo) me parece un caso claro de impostura. ¿Hay alguien que pueda presumir de bondad? Así que me inclino por la explicación del criterio. Un criterio amable, por supuesto. Es decir, disfrutar con cualquier película de Tony Scott o encontrarle la gracia a la Amy Winehouse. Y, fundamentalmente, hacer ejercicios de equilibrio. No devanarse los sesos. Y eso, ask me why and I´ll spit in your eye, y de aquí a la eternidad...