jueves, agosto 31, 2017

Nuestra obligación*



Dicen que la imagen de Emmanuel Macron sufre en Francia lo que un muñeco prematuramente despreciado por algún niño caprichoso. Según una encuesta de Le Journal du Dimanche, la popularidad del presidente se desplomó diez puntos durante el pasado mes de julio; una caída temprana pero, quizás, inevitable si se atiende al perfil del mandatario, a su improbable concreción en líder histórico.

Lo vemos a nuestro alrededor, alimentándose de la actualidad y de redes que favorecen el intercambio escueto y parcial de los saberes del mundo. Lo experimentamos en cada incendio ideológico que amenaza con  devorar las frágiles estructuras institucionales. Hay que decirlo, en definitiva, con humildad: para alcanzar un éxito sostenido en el tiempo, la política necesita ser potencialmente asesina. La mitología que arrastran los credos fuertes promete siempre un nuevo comienzo, sin la cizaña que enturbia la claridad del paisaje. Pueden ser los judíos, los negros, los inmigrantes o cualquier paseante distraído. No hace falta que el objetivo sea de un color determinado; lo importante es que exista una diana a la que dirigir la flecha de la Revolución.

Por ese motivo, peligra el futuro de Macron como figura mesiánica, encargada de recomponer el prestigio de un sistema que, no lo olvidemos, ha alumbrado el periodo más fecundo de Occidente en desarrollo social y económico. El impulsor de En Marche! no enarbola nada sólido, más que la posibilidad de un centro de nuevo cuño, cosido a la tradición igualitaria de su país. La fragilidad de su candidatura, exitosa en gran parte por constituir una alternativa al Frente Nacional, crea, no obstante, desconfianza. ¿Cómo competir en fervor y en riesgo con las hordas de Charlottesville y de la Yihad? ¿Qué oponer a los fanáticos de todas las tribus cuando tu gestión pasa, precisamente, por desactivar las pasiones de la guerra civil y por ejercer la legitimidad democrática frente a las sectas armadas?

La aspiración humana a la utopía esconde la semilla de la violencia y de la apropiación del otro. Cuando esa aspiración se proyecta a través de la actividad del grupo, y no se amansa con la moral, a menudo acontecen los desastres. Paradigmáticos, en este sentido, son los atentados en Cataluña, prácticamente calcados a otros que hemos visto antes: la misma incredulidad al principio, idénticos cuerpos tendidos sobre las aceras… Los mismos discursos planos, ya impersonales por la victoria del lenguaje político sobre otras voces posibles.

El Paraíso, la raza superior, la nación uniformada. La capacidad de atracción de los fenómenos resplandecientes, de  las ideologías de brocha gorda, deja sin palabras a aquellos que se conforman con una sociedad de individuos imperfectos y moderadamente optimistas. El espacio que ocupan las propuestas genocidas causa pavor entre el personal desmovilizado y bien sujeto por los moralistas del tuit. Ya no basta con la sorpresa de los no comulgantes. Maite Pagaza ha escrito: "hoy lloramos, pero nuestra obligación es derrotarlos".

* Columna publicada el 30 de agosto de 2017 en El Diario Montañés

viernes, agosto 18, 2017

La muerte del rico*



Han ingresado a Ángel Nieto, de 70 años, en una clínica de Ibiza y los medios informan a través de sus ediciones digitales: “Ángel Nieto, grave tras sufrir un accidente con un quad”. El impacto de la noticia se propaga en un país donde ya no interesan el respeto ni las condolencias. La posibilidad de la opinión es irreprimible. A las muestras de afecto de muchos lectores hay que añadir los impúdicos juicios de valor de los más politizados. La muerte pesa menos que ‘El Cambio’; en eso creen.

Existe algo diabólico, una suerte de atracción fatal que posee al militante cuando se sienta frente al teclado de su ordenador o se conecta con su teléfono móvil. Esa atracción es un síntoma del deber; la responsabilidad de participar en el hecho revolucionario con la macabra alegría de quien prefiere la trinchera. Alguno se sorprende de que pueda darse importancia “al accidente de un rico”; otro le dice “franquista”. Son ideas -por llamarlas de alguna manera- maceradas en la intimidad del malvado que sólo espera la venia de su época para vomitarlas. Ángel Nieto falleció ocho días más tarde. 

La muerte exige recogimiento, la comunión de los seres queridos que lloran a la persona despojada ya de todo atributo terrenal. Es, en definitiva, un encuentro con el Absoluto más allá de convicciones religiosas. Quien lo profana con insultos o con mensajes demagógicos participa de la pérdida de lo humano como referencia y plenitud. Hoy ya sólo gobiernan los ejércitos; por ese motivo, vale la pena insistir en las advertencias contra aquellos que pretenden reducir la realidad a su batalla, hostigando a los rivales como quien ataca un tumor. Una de esas advertencias sigue siendo la Soah.

Está previsto que, a finales de año, se inaugure en Madrid la exposición ‘Auschwitz: No hace mucho. No muy lejos’, coproducida por el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau y la compañía española Musealia. En ella se mostrarán más de quinientos objetos relacionados con el campo de exterminio para acercar al público español la trágica magnitud del Holocausto.

Este tipo de eventos nos reconcilia con la especie. Por lo menos, pensamos, sigue habiendo personas comprometidas con la enseñanza de la Historia. También padecemos, sin embargo, la normalización del duelo. Pese a los bienintencionados, la memoria no ha servido para vacunar al planeta contra toda tentación autoritaria, ni contra el peligro de las masas activadas por las apelaciones tribales. Ni siquiera contra el antisemitismo, camuflado hoy bajo otras banderas y otros uniformes. La derrota nazi convierte Auschwitz en un relato concluido, sin atender al virus que sobrevivió a 1945.  

Lo advierte el escritor argentino Santiago Kovadloff: “El antisemitismo es un intento de que la interpretación del hecho judío sea monopolio de quienes lo detestan”. Vale extender esta afirmación a cualquier “enemigo del pueblo”. La lucha es siempre por la existencia, para que ninguna perspectiva anule todas las demás.

* Columna publicada el 12 de agosto de 2017 en El Diario Montañés