miércoles, diciembre 30, 2009

No Es Perro


No habían pasado ni dos horas, ¿te lo puedes creer? Es para volverse loco. La muy… (tranquilo, no usaré este lenguaje) se quedó con mis cosas. No me llamó para decirme: “me quedo con esto y con esto otro”, ¿comprendes? Pero no hizo nada para hacérmelas llegar o para que yo supiera que no iba a recuperarlas. Simplemente no volvió a ponerse en contacto conmigo… Yo he dado todo por esa mujer, Ramón, ¿y qué recibo a cambio? Un portazo. Y nada más. Se acabó y punto… Lo sé. Sé lo que vas a decirme: que no te cuento nada que no sepas; que la vida es así… Vete al cuerno, entonces, Ramón. ¡Al cuerno!... No, espera. No te vayas, tío. Ya me conoces. Hablo por hablar. No muerdo, Ramón, amigo. Me gusta ladrar, ¿que no? Pero no muerdo, coño. Ponme otra… No me mires así, joder.
Fotografía: "Bar Man". Autor: Pedro Sánchez Alonso.

jueves, diciembre 10, 2009

Música

El loco creía llevar una careta y estaba contento por ello. Los pájaros le rodeaban, o eso pensaba, y su vuelo tenía palabra, y la palabra era definitiva. El loco se cansaba de la quietud de los días, de la apariencia de precipicio de su tiempo. Se había mostrado siempre débil, taciturno, y los vecinos le habían tomado cariño. Pero él se sabía perspicaz y lúcido, y traducía el mundo a su lenguaje. Como con la Rosa, que era un amor, y le ponía ojitos y él sabía que ese sentimiento que cualquier otro habría considerado natural, para él alcanzaba un sentido más profundo, enlazado con el vuelo del pájaro, sí, y con el viento de la mañana y el sol y la vejez de los amigos. El loco se cansaba de permanecer erguido como un mueble mientras el mundo le ofrecía material para la traducción. El loco conocía los mecanismos del mundo, como sabe un sastre de agujas y a veces se sentía especial. Otras veces se detenía y observaba una hoja sobre la acera, o un árbol de ramas amenazantes, para descifrar su sentido en el orden del tiempo. El loco bebía siempre vino, porque le sabía a la tierra que él se esforzaba por amar sin éxito. Dudaba el loco de la honestidad de plantas y animales, pero creía que la palabra estaba escondida en las grietas de lo que podía verse y escucharse, porque lo contrario no tendría sentido. Nunca esperó ninguna otra música. Era feliz en su determinación.

Mientras su carne le aguantó el ritmo, el loco quiso probar el mundo a la manera heroica, aceptando las coordenadas evidentes. Su final no tuvo nada de santo. Cuando tuvo que rendir cuentas, era apenas un guiñapo de carne rebozada en tela raída. Se presentó ante el tribunal en el que no creía, ante el juez que le fue siempre indiferente. Antes de la maldición (que era distancia perentoria), tuvo derecho a la última palabra.

- Debo decir, ahora que el fin de la carne me ha ordenado las ideas y ha revivido mis neuronas, que no he sido más que un hombre entre los hombres; una máquina de sed y de hambre, de deseo y sentimiento de ausencias. Ahora que has terminado con la vida y con la muerte, Juez, que ya mis pulmones no sirven, ni mi estómago, ni mis ojos, que no pueden ver, pues nada hay; ni mi alma alcanza ya la voz de las otras almas, ni puedo contemplar los montes que has matado con tu presencia. Ahora, digo, reniegas de lo que ha sido más tuyo que ninguna otra cosa, lo que has admirado durante millones de años: tu palabra que se ha impuesto sobre lo que estaba vivo…

El loco marchó pronto y su distancia no fue castigo, sino apenas un resquemor de nostalgia de quien se ha visto confirmado en una idea inútil. Nadie se preocupó ya del loco. Su alma quedó vagando por las grietas que no eran ese Dios Todopoderoso al que ahora se bendecía, y buscaba la carne, la familia y el árbol, obstinadamente consciente de su pérdida, día y noche mientras oía los ecos del amor por toda la eternidad.

jueves, noviembre 26, 2009

Jesús (I)


Llegó de noche Nicodemo, el fariseo, a entrevistarse con el misterioso individuo de Nazaret. La reputación curandera y profética de éste había despertado la curiosidad del viejo estudioso de Israel. Conversan. Le dice el galileo: “Te aseguro que, si uno no nace de agua y Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. De la carne nace carne, del Espíritu nace espíritu” (Juan 3, 5-6).

El Cristianismo y, con él, los textos que lo fundamentan (el, llamado, Nuevo Testamento) representan un gran malentendido: considerar que la Vida Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret suponen la “reconciliación” definitiva de Dios con su creación; un Dios que se habría desvelado, finalmente, como Padre de todos los seres humanos, puro Espíritu de Amor capaz de colmar al mundo con su presencia constante y para siempre. Así, los hombres pasarían a ser considerados hermanos entre sí y, por lo tanto, llamados a gozar de un mundo finalmente renovado por el Mesías Jesús.

Nada más lejos de la realidad.

Una realidad que, para todo el que se acerque a lo textos con un mínimo de rigor, pasa por aceptar el hecho de que los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan son nada más y nada menos que la escritura fundacional de una secta. Trataré de profundizar en esto.

Digo “secta” y uso la acepción normalizada en nuestros días por la Real Academia: “Conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica”. Una parcialidad. Eso es el Cristianismo. El Mensaje de Jesús supone, en primer lugar, una Elección de individuos (discípulos) llamados a formar una Comunidad diferenciada del resto de la sociedad, una élite, en definitiva, que acoge en su seno el “fuego sagrado” de la historia de la Salvación. El Amor que Jesús exige es un amor DENTRO de la Comunidad de fieles; un grupo humano (aunque de la humanidad de este grupo también habría que hablar) que, a partir de ese momento, se excluye del mundo, que ya no participa de su construcción, sino que se dedica a velar la segunda venida del Señor (ya en poder de Majestad). Un ejemplo de esto es el capítulo 25 de Mateo en sus versículos 31 a 46, célebre escena en la que se representa el Juicio Final. La habitual interpretación de este texto asegura que Jesús se refiere a que el cristiano debe alimentar al hambriento, vestir al desnudo, visitar al preso en la cárcel, etc, cuando, en realidad, las palabras del Nazareno están dirigidas a juzgar el comportamiento de “todas las naciones (o todos los paganos, según el apunte de Luis Alonso Schökel)” con los cristianos que se encuentren. Jesús pone el acento en advertir que el criterio de Salvación lo marcará la manera en la que los seres humanos hayan tratado a sus escogidos (su grupo de seguidores). Para el Jesús de los evangelios, el mundo pierde su importancia. Sólo tiene sentido la entrega del hombre a Dios.

Unos escogidos, unos Hijos de Dios que, al contrario de la creencia general, no son todos los seres humanos. Veamos el capítulo primero del evangelio de Juan en sus versículos 12-13: “A cuantos la han aceptado (la Palabra, el Logos) los ha hecho capaces de ser hijos de Dios: esos que mantienen la adhesión a su persona; los que no han nacido de mera sangre derramada, ni por el designio de un mero mortal, ni por designio de mero varón, sino que han nacido de Dios”. Así que Hijos de Dios no somos hasta que lo aceptemos. Jesús enseña a sus discípulos a llamar Padre a Dios, pero sólo a éstos. Los demás somos carne, como le dijo a Nicodemo; nada más que “muertos que entierran a sus muertos” (Mateo 8, 22).
Jesús elige maneras diferentes de dirigirse a su público. Habla a la multitud en parábolas, mientras que a sus “elegidos” los instruye de manera más precisa, revelándoles el verdadero significado de su enseñanza: “Porque a vosotros (sus discípulos) se os concede conocer los secretos del reinado de Dios, a ellos no se les concede” (Mateo 13, 11).

Todo en la lectura de los evangelios convence de la actitud “anti-mundo”. Cuatro ejemplos:

a) Jesús de Nazaret es un hombre que muere en la treintena, soltero (no hay motivos más allá del universo del “best seller” para pensar lo contrario) y asesinado. Es decir, fallece sin haber cumplido lo que, en teoría, compete a un hombre de su época: convertirse en padre de familia, crear un hogar y formar parte activa en la vida social y religiosa de su pueblo. La muerte “antes de tiempo” es algo que puede pasarle a cualquiera (también ser asesinado), pero es un rasgo más de la apuesta por una derrota pensada desde el principio. Su Mensaje religioso es una ruptura (vino, como decía, “a traer la espada”), carecía de hogar (“no tenía dónde reposar la cabeza”).

b) Los Milagros (o Signos). Jesús (Emmanuel, es decir, “Dios-con-nosotros”) pasa por el mundo demostrando que éste no lo limita. Es capaz de subvertir el “orden de las cosas”. Practica curaciones, devuelve la vista a los ciegos, limpia a los leprosos, elimina las discapacidades físicas, resucita a los muertos…Esta idea nos lleva a pensar que, si bien Dios creó al mundo (siempre, desde luego, según el pensamiento religioso) “abierto”, su “plan final” consiste en una acción directa sobre él. Dios se situaría, por el momento, en un estado de no intervención. Lo de Jesús es un anticipo. Por lo tanto, alcanzamos la Salvación en el momento en que le quitamos al mundo su condición de “existencia última” y los sustituimos por la espera de la Parusía. A Dios no se le alcanza a través de lo que ha creado. El hombre debe “trascender” la mera materia ¿El peligro? Que nos salimos del mundo, que no lo vivimos tal cual es, que buscamos un orden “bondadoso” más allá de él.

c) El divorcio. A Jesús se le interroga sobre este asunto. Sé que hay interpretaciones que señalan que el Nazareno se refería en esta ocasión al repudio. Pero, sinceramente, considero que de una pregunta concreta, él responde señalando una norma general: “De suerte que ya no son dos (los esposos) sino una sola carne. Pues lo que Dios ha juntado que el hombre no lo separe” (Marcos 10, 8-9). Supone esto una norma moral de carácter general que, en mi opinión, se confronta radicalmente con el vivir cotidiano (desde el fin de la voluntad de seguir juntos hasta situaciones de maltrato). Se apuesta por “ganar el cielo” aun en contra de la felicidad en la tierra (otros pasajes corroboran esta impresión, por ejemplo, Lucas 9, 24: “Quien se empeñe en salvar su vida la perderá; quien pierda su vida por mí la salvará”).

d) La Resurrección. No es necesario extenderse mucho. Basta decir que con su Resurrección, Dios elimina el poder definitivo de la muerte sobre el hombre. No de un modo natural; es su intervención la que transforma la realidad final del fallecimiento.

Otro asunto que puede enlazarse con lo anteriormente expuesto es la escatología en el Cristianismo. La idea fundamental que subyace en todos los textos (en especial en el capítulo 13 de Marcos) es la de considerar nuestra vida terrenal como un escenario donde se desarrolla un drama moral con nosotros como protagonistas. Como diría Lukács, la muerte, por ejemplo, como teleología para transformar nuestra vida moral. Una superstición realmente elaborada.

Así, todos los acontecimientos no importarían por sí mismos sino como desafíos a los que el hombre debe responder de la manera que quiere Dios. Nacer, crecer, enamorarse, tener amigos, trabajar, enfermar, morir…No serían más que fantasmas; nuestro entorno natural, los árboles y animales, meras comparsas. El placer y el dolor, pruebas para comprobar nuestra fidelidad a Dios. Perder nuestra vida aquí para salvarla luego.

Los capítulos 24 a 26 del capítulo 13 de Marcos: “En aquellos días, después de esa tribulación el sol se oscurecerá, la luna no irradiará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán llegar al Hijo del Hombre en una nube, con gran poder y majestad”. Se nos muestra el poder de Dios, intacto tras la destrucción efectiva del mundo. Sólo quedan los hombres (resucitados por Dios) y el Señor erigido en Juez. Es hora de hacer cuentas. El versículo 27: “Entonces depachará a los ángeles y reunirá a los ELEGIDOS de los cuatro vientos, de una extremo de la tierra a un extremo del cielo”. Lo elegidos. Y si tomamos en cuenta el criterio que se usa para “elegir”, nos encontramos que aquéllos que Jesús libremente escoja y los que haya despreciado lo mundano (es decir, el mundo) y sólo aquéllos se salvarán (otra vez, Lc 9, 24 y Mateo 11, 27).

El Cristianismo no se preocupa por el destino de una creación condenada a desaparecer. Cualquier “buena obra” de piedad, compasión, etc, está enmarcada en el contexto de “acumular bienes en el cielo”. El papel del cristiano es el de aguardar pacientemente la destrucción del “mundo abierto” en el que vivimos y su sustitución por el “reino cerrado” que traerá Dios, donde sólo unos pocos podrán disfrutar. Vale aquí hacer mención de la “Oración sacerdotal de Jesús” en el capítulo 17 de Juan: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has confiado, pues son tuyos” (Jn 17, 9). Dice Jesús a sus discípulos: “Brille vuestra luz entre los hombres, de modo que, al ver vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre del cielo”. Ésa es la labor del cristiano (ni siquiera del creyente, porque ser cristiano es responder a una llamada específica, a una Gracia de Dios no indiscriminada a toda la raza humana, mientras que los meros creyentes son la “segunda división” de la religión).

Entonces ¿por qué el mundo? ¿Es mero atrezzo? Vayamos a San Ignacio de Loyola: “El hombre está creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios, nuestro Señor; y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden a conseguir el fin para el que se creado”. Utilitarismo. Pero no sólo las “otras cosas”, sino también el hombre debe pensar en su “drama moral” en su trato con los otros hombres.

De esta forma, nos encontramos ante una estigmatización de la creación mientras se ama al Creador, y al hombre en cuanto sirve para salvarse. Fractura entre espíritu y materia. Rechinar de dientes.

Los cristianos consideran que el mundo está torcido a causa del “pecado original”; un acontecimiento que se sitúa en los albores del tiempo y que habría tenido como consecuencia la aparición de la violencia, el sufrimiento y la muerte. No hay que escarbar mucho para saber que no es así. Antes de que cualquier Adán soñase siquiera con la posibilidad de morder ninguna manzana, el T. Rex ya corría tras el rastro del herbívoro de turno para merendárselo, ya había muerte y paso del tiempo.

Muchos insisten en lo “justo” y “positivo” del mensaje escatológico cristiano. Consideran como adecuado un juicio “reparador” que corrija los desmanes e injusticias de este mundo. En este punto, casi valdría con apelar a la ingenuidad, el deseo más que lo real de estas afirmaciones. Unas afirmaciones que, bienintencionadas supongo, atacan el núcleo de la creación: pasan a no considerar a ésta un fin en sí mismo. Por no hablar de que esta Justicia Cósmica Universal esconde un absolutismo de “conmigo o contra mí” de proporciones titánicas. Hablaré sobre las consecuencias totalitarias de este pensamiento en el siguiente post.

La “Reparación” de la que hablamos consistirá en un Castigo para aquellos que no hayan creído en la Palabra de Jesús; en una “siega” que separe (excluya) a la cizaña de la buena hierba. Es un Dios que, para incluir a los suyos, excluye a los demás, confiando en los mismos métodos (pero a la inversa, ya que los débiles ahora ganan) que parecen dominar el mundo.

El mismo estilo literario de los evangelios es marcadamente maniqueo, lejos de esa fama de dulzura y compasión que muchos han querido ver en ellos. La separación es radical entre el “bueno” (Jesús), los “malos” (fariseos, maestros de la ley, sacerdotes del Sanedrín, Judas) y los “dudosos” (los discípulos aún con debilidades mundanas hasta Pentecostés). Los textos del Nuevo Testamento tienen como fin afianzar la fe de las comunidades donde se gestaron. No buscan la transmisión informativa de un hecho histórico. La demonización del contrario desde el principio (se acusa a Judas de robar de la bolsa común de los apóstoles, como prueba de su maldad “de origen”), la santificación del protagonista, etc.

Por lo tanto, resumiendo, es el del Nazareno, un Mensaje excluyente, contrario al mundo que él considera caduco, apocalíptico y, en definitiva, dirigido a formar una élite espiritual, que será garante de la transmisión de la “Buena Nueva”.

En el siguiente post hablaré de la trascendencia comunitaria del Mensaje de Jesús de Nazaret.

miércoles, noviembre 25, 2009

Perlas de Foucault


I


Mi posición es que no tenemos que proponer. Desde el momento en que se “propone”, se propone un vocabulario, una ideología, que no pueden tener sino efectos de dominación. Lo que hay que presentar son instrumentos y útiles que se crea que nos pueden servir. Constituyendo grupos para tratar precisamente de hacer estos análisis, llevar a cabo estas luchas, utilizando estos instrumentos u otros: es así finalmente como se abren posibilidades.
Pero si el intelectual se pone a reinterpretar el papel que ha interpretado durante ciento cincuenta años (de profeta, en relación a lo que “debe ocurrir”, a lo que debe ser) se prorrogarán estos efectos de dominación, y tendremos otras ideologías funcionando según el mismo tipo.
Es simplemente, en la lucha misma y a través de ella, como las condiciones positivas se dibujan.


II


El sabio griego, el profeta judío y el legislador romano son modelos que rondan continuamente a quienes hoy hablan y escriben por profesión. Sueño con el intelectual destructor de evidencias y universalismos, el que señala e indica en las inercias y las sujeciones del presente los puntos débiles, las aperturas, las líneas de fuerza, el que se desplaza incesantemente y no sabe a ciencia cierta dónde estará ni qué pensará mañana, pues tiene centrada toda su atención en el presente, el que contribuya allí por donde pasa a plantear la pregunta de si la revolución vale la pena (y qué revolución y qué esfuerzo es el que vale) teniendo en cuenta que a esa pregunta sólo podrán responder quienes acepten arriesgar su vida por hacerla.
"Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones". Michel Foucault. Selección e introducción de Miguel Morey. Alianza.


viernes, noviembre 20, 2009

Sangres Comparadas


Hace un par de días, emitieron un documental en la dos de Televisión Española, en el que un leopardo hembra, tras dar caza a un babuino, descubría abrazado a la espalda de éste a su pequeña cría casi recién nacida. Tras unos momentos de duda, el leopardo se acercó a la cría y la tomó bajo su protección. La puso a salvo de las hienas que habían acudido al lugar por el olor de la sangre (protegió a la cría y no a su presa recién muerta) y la subió a un árbol para pasar la noche. El frío acabó con la cría antes del amanecer.
Tras ver hace unos días “Crepúsculo”, la película basada en la novela de Stephenie Meyer, me ha dado por reflexionar sobre el vampiro como símbolo, como personaje de ficción que, sin embargo, es capaz de ofrecer por sí mismo, una lectura que trasciende su propia realidad novelesca o cinematográfica. A saber, tras pensar sobre ello he llegado a la conclusión de que no caben más que dos enfoques “defendibles” a la hora de abordar al vampiro: Una sería su presentación como mero depredador, un ser monstruoso que, muerta su humanidad, caza sin el menor atisbo de piedad o duda a los hombres. Un ejemplo interesante sería el de la película “30 días de oscuridad”, basada en el comic de Steve Niles y Ben Templesmith. Es decir, el vampiro como monstruo.
La otra fórmula supondría dotar a ese monstruo de un reflejo humano, una regresión que le devolviera su vieja condición de hombre. Un reflejo que le hiciera caer en contradicciones, luchas internas, etc. Así, Drácula.
Dejo fuera de los vampiros defendibles a los personajes de las novelas de Anne Rice (“Entrevista con el vampiro”, “Lestat el vampiro”) o la serie “Buffy cazavampiros”. A los primeros porque, si bien aportan argumentos interesantes como la incapacidad del vampiro para acomodarse a su inmortalidad, me parece que llegan a lo frívolo con ese “glamour endogámico” que presentan. No parece que se oponga al vampiro una contradicción, un dilema, más que su hastío por seguir viviendo sin final (no es poco, pero no es suficiente). En el caso de Buffy… No tienen ningún interés más que servir de saco para las palizas de Sarah Michelle Gellar.
De esta forma, “Drácula” o la más reciente “Déjame entrar” son obras que llegan hasta el núcleo de la maldición del vampiro: su incapacidad para responder a la pregunta: ¿Puedo amar? En ambas propuestas queda claro lo siguiente: se presenta a los vampiros como depredadores sanguinarios que, por un encuentro casual, vuelven a establecer contacto íntimo con un ser humano (en el caso de “Déjame entrar” es más complicado, puesto que su protagonista vive con un hombre que la abastece de “alimento”, pero su relación con el chico va más allá). Ese encuentro abre las puertas a un amor impracticable, inútil. Se muestra la imposibilidad del vampiro para amar, por cuanto para él, amar es matar; se establece un dilema entre besar y morder, dar la inmortalidad (dar muerte, en el fondo) o respetar la vida del amado o amada y dejar que muera, significando la separación definitiva (en la película sueca, esto no se expone). El vampiro que ama, en estas obras, es un VAMPIRO. No es, como en “Crepúsculo”, un vampiro renegado, un “vegetariano”, alguien que se esfuerza por ser “normal”; un vampiro al que se le han cerrado las puertas de su especificidad y se lo ha convertido en un adolescente un poco pálido que se niega a sí mismo. Drácula y la pequeña Eli tienen clara su identidad; clara su apuesta gastronómica, su realidad nocturna y marginal (¡en las obras de Meyer, los vampiros no mueren por la luz del sol y van al instituto!). El amor entre Oskar y Eli en “Déjame entrar” es el amor entre dos “bichos raros”, alegres por encontrar en sus diferencias, un conato de equivalencia. También lo intentan en “Crepúsculo”, pero ese flirteo se queda en un “¿Me tienes miedo? Sabes que podría matarte”, muy chulesco. En la obra de Meyer (al menos en la película) se valora la auto-represión del vampiro, su auto-rechazo de la forma más hiriente.
La honestidad se refleja en la verdad del encuentro entre dos “diferentes” para los que se abre un periodo de acercamiento que habrá de ser necesariamente difícil, contradictorio, sin un final feliz. Como el leopardo con el “bebé” babuino: un acontecimiento de amor estéril.

jueves, octubre 22, 2009

10 Años Sin Claudio Rodríguez

Poema: "Ajeno", del libro "Alianza y Condena" (1965).

lunes, octubre 12, 2009

Súplica*



Barquero, que no sea
éste un brindis al sol,
que tu pulgar encendido de nombres
arrastrados, llevados lejos,
quede a ser testimonio
y costumbre, sea don y esperanza
de tierra firme para los que llegan.




* Poema incluido en el poemario: "Las mujeres en invierno", Primer Premio de Poesía Joven José Hierro del Ayuntamiento de Santander (2009).



viernes, junio 26, 2009

Spoiler

Supongamos que la cámara entra, casi como una intrusa, en la sala. Es una cámara al hombro, se percibe el temblor en la imagen. La luz natural de las primeras horas lectivas penetra con timidez, iluminando al profesor ya dispuesto en la tarima. El joven profesor, en la mitad de su treintena, elegante, bien peinado. Se nota su afición al deporte (los partidos de tenis, cuatro veces por semana y la tabla de ejercicios) y a la comida sana. Su piel limpia, no dañada por el afeitado, las perfectas gafas de pasta y el cabello castaño en media melena, nos señalan la naturaleza intelectual y, a la vez, dinámica del personaje. El profesor enseña consciente de que su labor es recibida con deleite por la multitud que se congrega en el aula. La cámara enfoca planos generales de la clase abarrotada y primeros planos del profesor y los alumnos. Algunas muchachas no pueden evitar lanzarle miradas lascivas, desarmadas por el tono de su voz y sus movimientos plenos de seguridad en sí mismo.

La cámara queda suspendida en un plano medio del docente. Oímos pájaros tras las ventanas. No es un efecto sonoro. El sonido es en directo. El campus está lleno de árboles.

Quizás el capitalismo, comienza el profesor, debe actuar construyendo oasis en su proyecto de avalancha. Se lo traga todo, no respeta nada; pero sabe que no puede justificarse en términos filosóficos, en términos humanos.

El profesor comienza a pasearse por el aula. La cámara lo sigue.

Estos oasis, lejos de representar una amenaza para el capitalismo global, le son necesarios, ya que su condición de falsos clavos ardiendo (inofensivos, en definitiva) sugieren que el ser humano aún está lejos de confundirse con la simple fórmula de oferta-demanda; que es posible, en un futuro hipotético, subvertir el estado de las cosas y dar con vías humanas de desarrollo y organización.

Algunos alumnos toman notas; otros prefieren dibujar gestos de interés y concentración.

Pongamos el ejemplo del amor. Sin duda, la mayoría de ustedes ha perdido el tiempo en sus trabajos alguna que otra vez. Risas en el aula.

El amor. El gran Otro imaginario: lo que evita la deshumanización completa; aquello que parece desviarse de la lógica del Capital… Yo les digo: no se dejen engañar; No caigan en la desmovilización que representa el amor. No se conviertan en aburridos miembros de la clase media intelectual, que disfrutan de las películas de Woody Allen, y gastan su tiempo (lo pierden) con esa patraña tan útil a los opresores.

Huelga decir que el profesor es un radical. Posiblemente, ahora en la pantalla se proyectan imágenes de mítines, debates, tertulias y manifestaciones, con las que nos podríamos hacer una idea de su personalidad, dejando, por supuesto, su discurso como voz en off.

Antes de que concluya, volvemos a verle ante su auditorio. El silencio es respetuoso y profundo. La cámara se va alejando de él, sale del aula y recorre los pasillos de la facultad sorteando a alumnos y profesores, miembros del equipo de limpieza y turistas. Llega a la zona de los despachos (quizás se podría dejar la voz del profesor como banda sonora de este momento). Se detiene ante una puerta. Puede leerse en ella el nombre del profesor. Entramos (evidentemente no abrimos la puerta, sino que la imagen se corta y aparecemos de pronto en el interior del despacho). Lentamente, la cámara escudriña cada rincón: las estanterías llenas de libros de filosofía política, fotografías con otros miembros del claustro, diplomas en la pared (el joven profesor es, a su temprana edad, toda una eminencia académica) de cursos en el extranjero (Estados Unidos, Alemania, Italia). Hay un cierto desorden: la mesa y las dos sillas del despacho están ocultas por pilas de expedientes, exámenes corregidos y sin corregir y folios de toda clase. Sobre ellos, una planta (sin flores) y figuritas de dioses hindúes y budas utilizados como pisapapeles. La cámara realiza un movimiento suave pero rápido que nos lleva al centro del escritorio, donde descansa un papel de color crema, fácilmente distinguible de los otros folios (blancos). Es una carta. La voz del profesor (que ha continuado con su lección en todo este tiempo) se diluye, sustituida por una melodía lenta y triste (ma non troppo) que va dominando la escena. La cámara no recorre todas las líneas de la carta. Opta por elegir las más significativas. Por ejemplo, el autor (una mujer, Paloma) y el destinatario: el profesor; frases:

Yo también creí que esto podría funcionar. Lo creí de veras…

…y esta falta de continuidad…

¿Qué es el amor? ¿Podemos distinguirlo de la amistad? ¿Puedes tú?

Siempre voy a quererte, pero ahora me voy lejos. Lejos de ti, lo siento. Pero, también lejos de mí…

Una firma: Tuya, Paloma.

Parece que el círculo se completa, pero debemos indicar que la carta ha sido leída muchas veces (el papel está arrugado, incluso presenta manchas de grasa). También el profesor ha escrito sobre ella. Hay frases subrayadas, anotaciones que no podemos traducir, dibujos en los márgenes: un coche, caras, números de teléfono. La cámara llega hasta la ventana. El sol ilumina el jardín del campus, que va llenándose poco a poco de gente (parejas, jóvenes en bicicleta, alumnos que estudian bajo los árboles). La pantalla se ennegrece. Volvemos al aula (lo que pone fin al plano secuencia). El profesor ha concluido su lección magistral entre aplausos. Recoge las cosas mientras los alumnos van saliendo. Mira por la ventana. Un coche avanza lentamente por la carretera del campus. Al joven profesor se le tuerce el rostro. El vehículo se detiene frente a su edificio. La puerta se abre. La cámara enfoca al zapato de tacón rojo que acaba de asomar. Corte rápido. Fin.

jueves, junio 18, 2009

Preludio De Una Existencia Normal (Escena)

Un bar. Sólo un hombre detrás de la barra. No interviene en la conversación. Limpia los vasos y ordena las botellas. Una mesa en el centro con dos personajes:

1) Un hombre de unos cuarenta y cinco años, al que llamaremos A.
2) Un joven de aspecto desaliñado, al que llamaremos B.

Luz débil. Sobre la mesa, una botella de vino casi vacía, sin etiqueta. Dos vasos a medio consumir.


A: Quiero decir que es la mejor forma de hacerlo. Ése es el tema: la ecuación, ¿comprendes? Que yo no soy una buena persona. Así vamos eliminando tópicos. Mi idea, la idea central, ha sido sobrevivir fácilmente. Luego no tiene nada que ver con la bondad, ni con esas supercherías sensibleras. El pobre niño bueno, no sé si me entiendes, el que se queda en el rincón, el asmático, el de las gafas. Sería demasiado simple. También existen niños que matan gatos o apedrean lagartijas, ¿sabes? No es tan sencillo, desde luego. ¿Cuál es la fórmula? Yo creo que es mejor así. De lo contrario, uno acaba por creerse el cliché. Y, si uno cree en su propia bondad, acabará por creer en cualquier estupidez. Una cosa va detrás de otra. Primero la bondad y esa promesa de paraíso para los buenos. No hay más que asomarse a la ventana y respirar la calle. No hay un tesoro al final. Lo sabe cualquier niño de teta. Lo sabe todo el mundo. No digas que no. Creo que estoy siendo franco, ¿no? Me estoy atreviendo a decirlo. No es tan corriente asistir a algo así. Es como una revelación. Es un desahogo, eso por descontado.

B: Claro.

A: He querido sobrevivir fácilmente.

B: Sí.

A: Y eso no es bueno. Es cobarde y no es bueno.

B: Ya lo sé, pero usted…

A: ¿Qué vas a saber tú?

B: Bien; me refiero a que usted está siendo muy valiente al afrontar…

A: … no digas que…

B:… usted no se miente. Eso es bueno.

A: Yo me miento siempre. ¿No me has escuchado? Digamos que esto es una revelación, ni siquiera lo he preparado. Quiero decir que no he estado pensando en ello, ¿sabes? Me estoy burlando de mi carácter ahora mismo.

B:…

A: Mañana volveremos a las mismas.

B: Bueno, todo por partes. Es decir, usted hoy ha dado un gran paso.

A: ¿Qué cojones de…?

B: Que sí.

A: Nada, no te has enterado de nada.

B: Mañana se despertará de mejor humor.

A: No sabes de lo que hablas.

B: Hoy es un punto de inflexión.

A: Nada.

miércoles, junio 17, 2009

Cerrado

- Vas a acabar comiéndome los huevos.

Los dos hombres se miraban. El mayor se balanceaba suavemente a un lado y a otro, mientras cambiaba su navaja de mano. El más joven había cogido una silla y la blandía contra el viejo.

- ¡Ven aquí!… ¡Ven!

El viejo borracho se lanzó contra el joven. La punta de la navaja, utilizada como un ariete, pasó rozándole el hombro. El viejo se derrumbó sobre una de las mesas del bar.

- Niñato…

El joven aprovechó para golpearle antes de que se levantara. Lo hizo con furia. Saltaron astillas. Le había reventado una ceja.

- ¡Hijoputa!, ¡Hijo de la gran puta!

El viejo vomitó, mientras el rostro se le empapaba de sangre.

La chica seguía chillando, abrazada por el dueño del bar: un tipo gordo y grasiento.

- Quieta... Quieta, tesoro-, le había dicho.

Ahora el joven sujetaba la silla, manchada con restos de cabello y sangre del viejo que se arrastraba desorientado.

- Ya puedes soltarla-, dijo mirando al dueño del bar.

Los lacayos del viejo se acercaron. El joven levantó la silla otra vez.

- No crees que te va a ser tan sencillo- dijo uno de ellos.

El joven lo sabía. Retrocedió. Se colocó entre dos mesas, empequeñeciendo así el espacio para que tuvieran que atacarlo de uno en uno.

- ¿Quién va a ser el primero en quedarse sin un ojo?

Los matones vacilaron, pero sin que esa pausa pareciera claudicación o duda. Se mantuvieron firmes en su amenaza.

- Nos quedamos con tu chica, si no quieres salir de ahí.

- Tócala un pelo, y te mato.

Se rieron. Uno de ellos fue a echar el cierre al local. Primero las cortinas y luego la puerta. Puso el cartel de “Cerrado”. El joven siguió con la mirada los pasos del tipo por todo el bar. Respiró hondo.

- Mirad, sólo queremos marcharnos.

Debieron de percatarse de que estaba flaqueando, porque se acercaron un poco.

- ¿Quieres irte ahora que empezamos a conocernos? Además, debes disculparte con Ramón.

El joven miró al viejo. “Así que Ramón”, pensó. También pensó en el padre de Sara. No le había hecho gracia la idea del viaje. Pero acabó por aceptarlo cuando ella montó una escena en la que apeló a la libertad y a la opresión que sentía en la casa familiar. Ramón se había sentado en una esquina del local. Alguien estaba inclinado junto a él y le hablaba al oído. La sangre caía a borbotones, y la hinchazón de la ceja le había cerrado el ojo. Miraba al joven con un gesto indiferente.

Lanzaron una botella contra el joven, que fue a estrellarse contra la pared. Los esbirros de Ramón se lanzaron contra él, aprovechando la confusión.

Lo golpearon en el estómago y en la cara, mientras otro le arrebataba la silla.

- Dale, dale.

Sara se retorcía en brazos del gordo.

Sujetaron al joven y lo sacaron del hueco donde se había refugiado. Lo colocaron delante de Ramón. Los dos rostros desfigurados por los golpes se encontraron. Ramón no parecía darse cuenta de nada.

- Igual deberíamos llevarlo al hospital.- dijo uno.

- Venga, Ramón, dile algo a ese cabronazo.

Pusieron música. El viejo estiró la mano, buscando a tientas el rostro del joven. Estaba pálido.

- Suéltale una hostia, Ramón.

El desmayo de Ramón revolucionó al bar. Abrieron las cortinas y las ventanas. La luz del atardecer entró a golpes. Cogieron a Ramón entre cuatro y lo sacaron. Sara se acercó al joven, que se dolía en el suelo.

- Se van, cariño. Vamos.

Sara se echó el brazo del joven por encina del hombro y salieron del local. Nadie se percató de la huida. Caminaron un centenar de metros hasta dar con el coche. Se montaron.

- Creo que tengo una costilla rota.

- Hay que aguantar hasta Madrid.- dijo ella- ¿Crees que podrás?

- Sí, sí.

Arrancaron. La noche se había posado entera sobre el pueblo. Oyeron gritos y Sara miró por el retrovisor. Un grupo se acercaba a ellos corriendo. Dirigió su mirada hacia delante. No iban a cogerlos. Era imposible. Puso la radio y aceleró.


sábado, junio 06, 2009

viernes, mayo 15, 2009

viernes, abril 17, 2009

¿Cuál?

Necesito ver de nuevo Mary Poppins. Lo necesito como el comer, y no por romanticismo, al contrario. El otro día, mientras sacaba la basura, me sorprendí a mí mismo tarareando la canción del deshollinador: la mítica “Chim Chim Chery”. Lo que al principio comenzó como una obsesiva repetición intracraneal, se convirtió poco a poco en amargura, como quien encuentra un gusano en la ensalada. Me dije: “no es posible” y corrí a ver el video en concreto de esta escena.

Al acabar de verlo, me asolaron dos ideas, en principio contrapuestas.

La primera es que, con esta escena, se quiere mostrar un oficio, a priori, tan desagradecido, como algo maravilloso, poseedor de fortuna (baraka) y, contra todo pronóstico, divertido, desde la mejor de las intenciones.

La segunda es menos optimista. Temo que se muestre una sociedad hostil, desde un prisma voluntariamente maquillado, perfectamente acondicionado para eliminar de él cualquier tipo de crítica.

Las dos ideas son peligrosas. No sé con cuál quedarme. Por eso necesito ver esta película otra vez. Porque Mary Poppins narra una ilusión y, podría ser en realidad, una semilla al inconformismo, un primer escalón hacia la crítica social. Hay elementos en los que apoyarse: madre sufragista, el incidente del niño con el banco, etc. Sin embargo, las dos ideas anteriores pueden significar dos cosas completamente plausibles: O bien, el canto del deshollinador es un canto feliz, o es ácido, como si, en el fondo, supiera que lo que dice es un deseo más que una realidad; que, de hecho, ese buen hombre que le estrecha la mano o esa mujer que le lanza el beso desde el coche de caballos, en el fondo, lo despreciaran.

Tengo que verla. Os iré contando.


jueves, abril 16, 2009

Decisión

Si recuerdan, en el video que colgué en este blog el pasado domingo, 29 de marzo, Slavoj Zizek decía que lo importante no era preguntarse si somos libres o no, sino qué significa ser libre. Hoy he tenido dos experiencias a ese respecto. La primera de ellas ha sido leyendo el libro de entrevistas del filósofo esloveno con Glyn Daly (“Arriesgar lo imposible”, editorial Trotta). En él, Zizek desarrolla su pensamiento sobre las nuevas tecnologías y las posibilidades que éstas abren. Para él, no existe una “realidad virtual” y una “realidad real”, sino que ambas “realidades” no son sino partes equivalentes de una misma existencia basada en lo simbólico. En este asunto vale decir que el ciberespacio, por ejemplo, no constituye una huida de lo Real, sino que es ese Real con otro orden. Esto suele dar miedo, no lo discuto y provoca zozobras y pánicos varios. Y aquí enlazo con mi segunda experiencia.

Esta tarde he mantenido una discusión con un familiar sobre los llamados derechos de autor. Él condena firmemente aventuras como el eMule. Su tesis es la siguiente: Los autores/músicos deben poder decidir sobre los frutos de su trabajo. La gente, sin embargo, hace uso de ese fruto sin el consentimiento de su autor.
Esta idea me parece irrefutable y, sin embargo me asola la duda: ¿A qué llamamos poder decidir? Es algo curioso y que, si nos ponemos a reflexionar sobre ello, nos conduce a la inevitable pregunta: ¿Qué es ser músico? Porque ser músico no ha sido siempre lo mismo. Pensemos en los bardos celtas o en los trovadores medievales. ¿Bajo qué condiciones se llamaban a sí mismos músicos? Es una pregunta importante.

Mi idea, al contrario, es que lo que llamamos “posibilidad de decisión” no es más que “mantenimiento del poder de las discográficas”, al menos en este debate. Porque lo que defienden mi familiar y sus compinches es que todo siga igual, con una realidad basada en las coordenadas:

1) Monto un grupo.

2) Grabo una maqueta.

3) Se la mando a una discográfica que me contrata.


No está mal. Se ha llevado haciendo al menos cincuenta años.

Me sorprende el análisis pseudomarxista que lleva esta gente. Me explico. A la idea “tenemos derecho a decidir sobre nuestro trabajo”, le sigue: “vamos a vendérselo a esta discográfica que, inevitablemente, nos arrebatará cualquier posibilidad de decisión”. Una defensa pro-esclavista de manual.

Las coordenadas, como digo, han cambiado. ¿No lo saben los artistas? Yo sospecho que sí lo saben y los últimos movimientos (MySpace, descargas legales de discos enteros en las Webs oficiales de los grupos, etc) van en ese sentido.

¿Es que nos les importa a los autores que las discográficas se lucren estableciendo precios tan caros por los disco? ¿Es más enemigo el chico que se baja música desde su ordenador?

Alguien me podría decir: Claro, pero esa gente que cuelga su música en la Red, los que tienen un perfil MySpace, etc, lo hacen voluntariamente, mientras que en el eMule uno se apropia indebidamente del trabajo ajeno. Y aquí es donde yo quería llegar (lo anterior no ha sido más que un prólogo, quizás demasiado largo). Mi tesis central: ¿Qué significa hoy ser músico?

Como dije antes, no ha sido siempre lo mismo ser músico y hoy no es lo mismo que hace diez años, sin duda alguna.

Mi duda viene a raíz de mi sospecha (quizás errónea, pero es la mía) de que los más interesados en atacar las descargas eMulianas son, precisamente, los músicos que menos presencia tienen en el mercado (aquí me pongo un poco liberal). Y yo me pregunto: ¿Qué derechos quiere defender X (por no citar nombres) para ser tan beligerante en este tema? O más bien. ¿Está defendiendo algo más que una supuesta “solidaridad gremial”?

Mi familiar me decía que tiene muchos amigos músicos que ya no pueden serlo porque la actual crisis de la música (por culpa, claro está, de las descargas ilegales) se lo impide.

No niego la posibilidad de que yo sea decididamente obtuso en este tema pero considero que quizás de lo que estamos hablando sea del final del concepto de músico como “profesional de la música” (siempre hablando en términos de música llamada “popular”) o, quizás de una mutación radical del concepto profesional de músico.

Este familiar mío decía: “Y no me digas que vivan de tocar en directo, porque quizás no quieren hacerlo”. Nos han jodido ¿Qué oficio es ese en el que uno decide por completo cómo debe ser el oficio? Es como si un médico dijera: “Y no me digas que haga guardias, que no quiero”.

Lo que se trata de ocultar, me temo, es un interés por vivir de la música de espaldas al público (lo que me parece una desvergüenza mayúscula pero que, pensándolo bien, muchos hacen, el cine español sin ir más lejos). Esta última idea la viví el verano pasado en una serie de conferencias a las que asistí, en las que exponían sus puntos de vista editores, miembros de las discográficas, las asociaciones de autores, etc.

Quizás ser músico sea hoy tocar en directo, o no vender discos (y ofrecer la música gratis por Internet), etc. Porque el eMule es legal ya que es muy difícil cargárselo sin cargarse a la vez la Constitución.

Y quizás ser músico sea ya un hobby y no entre en la categoría de “oficio”. ¿Quién sabe?

sábado, abril 11, 2009

Cuchara

La modernidad ha traído consigo la verdad: no hay cuchara. El abismo que debemos saltar, los obstáculos salvados. Todo se reduce a la elección.

En esta escena de Mátrix observamos un choque. Un choque que es cuchara, pero podría ser otra cosa. Por ejemplo, si cambiamos de palabra y, en lugar de “cuchara”, decimos “yo” o “sufrimiento”. Y, precisamente, es de lo que va todo esto. Toda la historia de la civilización ha funcionado como manos que quitan capas de una cebolla. Primero Moisés, que intuye a un Dios al que debe adorarse mediante prácticas efectivas de moral. Un hombre que baja del Sinaí no con una descripción de la divinidad, sino con leyes grabadas en piedra.

Luego viene Job con su libro majestuoso que elimina la relación “bien-recompensa”, “mal-castigo”. Más tarde los profetas, Jesús y su lucha contra el Dios externo, etc.

Y por supuesto, Copérnico, Darwin, Marx, Freud. ¿Qué queda de la superstición?

No queda nada y, sin embargo…

No hay cuchara, una frase que debe grabarse en las escuelas, en los monumentos, en los autobuses (ahora que está de moda hacerlo). Una frase que elimina las preocupaciones (como Siddartha bajo el árbol).

Si, como decía, cambiamos “cuchara” por “yo”, nos queda:

No intentes doblar el Yo/Sufrimiento. Eso es imposible… Doblar, forzar, cuestionar, domesticar. Imposible.

En vez de eso, debes comprender la verdad: No hay Yo/Sufrimiento.

La modernidad es un ejercicio de voluntad. Una apuesta por la razón, por tomar las riendas, por aceptar lo no-explicado. No somos el centro de nada. Aceptar las coordenadas: nacimiento-muerte. Trabajar sobre ellas.

Es fácil decirlo. No queda otra.


domingo, marzo 29, 2009

Los 60 De Zizek

El pasado sábado, día 21 de marzo, cumplía 60 años el sociólogo esloveno Slavoj Zizek. Aquí dejo una pincelada de su peculiar método docente.

jueves, marzo 26, 2009

Camilla Parker Bowles


El cuento es la belleza robada. No hay dilema entre amor y belleza, eso está claro.

¿Cuál es la enseñanza? Hablo de los cuentos infantiles.

Luego miro la televisión y la antipatía que provoca Camilla Parker frente a la admiración que despiertan Rania de Jordania, Lady Di, Carla Bruni.

¿Por qué no hay apoyo a la ex de Sarkozy? ¿Qué tiene Carla Bruni que no tenga Camilla? ¿Debo contestar a eso?

Porque en los cuentos infantiles hay siempre un equilibrio fundando en la belleza, al que la envidia (personificada en el marginado) destruye. Pueden verlo en la “Bella Durmiente”. El hada que no ha sido invitada lanza el maleficio. La niña crece. La maldición planea sobre la vida de palacio y desbarata, finalmente, lo más bello, convirtiéndolo en problema a solucionar por el príncipe (otra belleza en marcha).

El equilibrio fundado en la belleza-legitimación. Ni siquiera tienen que esforzarse en ser buenos. La acción de marginar (aparentemente sin motivo) a un hada no parece inquietar a los redactores del cuento, por cuanto esa decisión es legítima por sí misma. Sin embargo, el enfado del hada es mal recibido pero no como problema sino como maldición. En ningún momento se hace explícito un intento por solucionar las cosas. Puede parecer rizar el rizo, pero fíjense en la postura del hada “mala”. Hoy nos parecería una actitud casi compartible. El mal viene de fuera. Nunca es una madre, es una madrastra (“Blancanieves”), ajena al hogar. “La Cenicienta” también juega con la idea de la princesa legítima, arrancada de la paz merecida por personajes ajenos a su mundo. Personajes que ocupan el escenario, lo profanan.

Pero “La Cenicienta” incorpora esa relación Bondad-Belleza-Poder. Las hermanastras son malvadas, ergo feas. El príncipe no es capaz de reconocer a su amada vestida como una sirvienta. Necesita del zapato perdido. Lo sabe y ni siquiera va en persona en busca de Cenicienta. Lo hace un lacayo.

Las madrastras, hermanastras, hadas malas y brujas, personifican al advenedizo, al plebeyo ascendido a una posición más alta de la que merece. Sin embargo, esa tensión sutil que, a priori, tienen los cuentos, debe ser edulcorada de manera que de un dilema social se establezcan imágenes alegóricas del mismo. A saber, la belleza como representación de lo legítimo; la oscuridad y lo feo, como reflejo de lo torcido y malvado.

El cuento es un problema social, envuelto en celofán fantástico, pero inútil.

jueves, marzo 12, 2009

El Último Sabor

Cristina se levanta y palpa su trasero húmedo, sus pantalones. La botella de Coca Cola ha rodado lejos, los huevos no se han roto. La bolsa de plástico, en su postura extraña, ha mantenido casi intacto el contenido. No había nada frágil, excepto los huevos que han aguantado el golpe. La pasión ha desbaratado la tarde. Ya es atardecer. Ahora el día es irrecuperable. El joven trabajador (¿tan joven es? ¿Veinte? ¿treinta?) de Parques y Jardines se abrocha el mono mientras observa pícaro a Cristina. Ella se pone a recoger las cosas. Sigue el rastro de la botella rebelde y la introduce en la bolsa. Ahora el espacio que llenó el sol, casi juzgando la escena favorablemente, se debate contra la oscuridad. ¿Cuál fue el inicio? ¿Una mirada más fija que otras? Luego los arañazos, el brazo que detenía (¿detenía realmente?) el torso desnudo del trabajador de Parques y Jardines que forzaba el tacto, o era simple deseo. Cristina no lo tiene claro. O lo tiene un momento, pero luego se relaja y observa las hojas, el pequeño claro entre arbustos que ha sido testigo de su indiscreción. Ya casi no se distingue el rostro del otro. Sigue vistiéndose lentamente, sin duda para crear en Cristina la incomodidad que trae la culpa. No dice: “Repitamos”. Eso estiraría la tensión hasta el borde de su aguante. Se contenta con mirarla recoger las cosas. Cristina no se quiere marchar primero. El joven trabajador de Parques y Jardines que, no obstante ha descuidado su labor por un no tan breve tiempo, teme la reprimenda del jefe. Ya pronto no quedará luz para trabajar. “Me marcho, guapa”. Cristina en ese momento está proyectando pensamientos inocentes. De infancia perdida, una leve inconsciencia quiere apoderarse de ella. “Con la inconsciencia llega la sonrisa”, piensa. No, las uñas no las usó para defenderse. No golpeó ni fue golpeada.

Cristina camina las calles familiares. Son caras conocidas, esquinas muchas veces pisadas. Esta vez elige no variar. No alza la vista ni observa los tejados (que suelen ser desconocidos), las cornisas, las macetas, que son siempre posturas extrañas de un mismo espacio. Hoy quiere conservarse, caminar el camino básico, saludar o no al vecino, saltar la baldosa o tragarse la raya. Desde que marchó mamá, Cristina quiere conservar plano su pecho, estrecha la cadera. Quiere ser Cristina y no la mujer. O no ha querido hasta esta tarde. Y sale la primera estrella de la noche y llega a casa.

El padre está leyendo su periódico, rodeado de libros y periódicos. No levanta la mirada al oír la llave en la cerradura. Sólo lo hace cuando entra luz con el que entra.

- ¿Raquel?

- No, papá, soy yo.

Siempre ese deseo ingenuo del regreso de su mujer ausente, de su esposa huída. El padre conoce su debilidad y no dice nada. Cristina le quita importancia al asunto. Cambia de tema. Las persianas bajadas y la única lámpara de pie encendida en la casa es la que ilumina al padre. Cristina se lo queda mirando desde la penumbra. El padre hace un esfuerzo por distinguir gestos en su hija.

- ¡Ay, Cristina!

- ¿Qué, papá?

La noches transcurren fácilmente en este hogar paralizado por un acontecimiento; o por la lectura que se ha sacado de un acontecimiento. Cristina no piensa mucho en eso. Simplemente cree que la primavera es siempre la misma, las estaciones se suceden unas a otras y no hay cambios. La casa es la misma, acaso un libro nuevo, un cuadro, los programas de televisión. Pero el mismo desorden premeditado, los mismo productos de cocina, el olor a cerrado. Cristina suspira mientras parte la cebolla. Hoy, tortilla. Porque la tortilla es el sabor de la noche. De esas noches de padre e hija en casa.

Las mañanas son distintas porque los sonidos de la calle, el desfile de los viandantes es caótico, aún cuando ocupan un mismo espacio en sus recorridos. Cristina admira la nueva camioneta detenida frente a su portal, o reconoce a la vecina de arriba aun con un vestido nuevo estampado. El padre no está por las mañanas. Ya se ha ido cuando su hija se despierta. Cristina se ducha, entonces, y desayuna. La leche está junto a la taza, como siempre. Incluso el pan (el mismo trozo, un corte igual) y la mantequilla. Cristina se marcha al instituto.

La joven debe pasar por el parque camino de clase. Quiere ser madura. Pasará sin importarle lo que pueda decirle el joven trabajador de Parques y Jardines. Es más, lo ve a lo lejos y cambia su rumbo para cruzarse con él. El joven apenas la reconoce. La saluda, finalmente (y ya cuando es inevitable) con un leve movimiento de la cabeza. Cristina quiere pensar: “Maldito violador”. Pero piensa: “No me reconoce, no le importa”. Pero ambos pensamientos son absurdos: eso lo admite Cristina acto seguido. Se mira las manos, las uñas largas, y cuidadas, que no sirvieron para pelear, pero tampoco para amar. Se quedaron sobre los dedos sin labor alguna, siguiendo las torpes caricias sobre la espalda del currante.

Cae de nuevo la noche. Es muy tarde pero no tanto como el día anterior. Cristina pasa de nuevo por el parque pero su joven cuidador no está. ¿Cristina quiere que esté? La chica (quince años casi) avanza por entre los matorrales, de vez en cuando tropieza con algún perro bravo. La noche es otra, pero Cristina no distingue. Puede ser la misma noche. Palpa su trasero seco y se pregunta si alguna vez fue húmedo, si mamá volvió anoche y juntas fueron al parque y se pasaron las horas saltando y jugando y revolcándose en la hierba húmeda por la helada. Y está mamá en casa. Y papá con ella. Vuelve el camino caminado, la misma postura invariable…