viernes, octubre 13, 2006

Ceremonia

- La última noche no salgo y me quedo a solas con la biblioteca. Es difícil hacerse una idea del gran silencio de mil voces que nos acoge y nos ata en el papel. Tantas apuestas comerciales, tanta idea vuelta en nada, sin influencia ni lectura. Ahí, los libros de Grosso, de Reich, de Lukacs. El freudomarxismo, no me digas tú... Papelera más que éxito o que esperanza. La magia de los libros la podemos dividir en dos grupos: 1) Los que lee mucha gente y uno disfruta leyendo a coro (Harry Potter), y 2) Los que ya no lee nadie o de los que nadie habla por olvido o por desidia. Uno se les acerca como tratando de escudriñar en exclusiva su misterio, buscando la complicidad, la ternura marchita de ese libro que ya no es sino en breves instantes y para unos pocos. Hablo de Alberto Moravia y su “Viaje a Roma” y de Calvino en la vieja edición de 1972 de “Las ciudades invisibles”. Anoche me quedo con esta magia dialogada de Marco Polo y el Kublai Kan en la que el italiano ofrece al monarca una visión de diferentes ciudades con nombre de mujer. Lectura amable, críptica a veces, poética y siempre talentosa…y única. ¿Somos lo lectores, cuando la moda y el tiempo han pasado, ratones que arrancan las palabras de hojas huérfanas?, ¿Acaso no se dijo siempre que la literatura era, fundamentalmente, resistir a la muerte, al tiempo? El olvido pesa tanto en las manos de la juventud que resucitamos lo que mata o lo que oculta. Y nos hacemos intérpretes de lo que faltan. Los pequeños libros que no marcan época.

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