viernes, junio 26, 2009

Spoiler

Supongamos que la cámara entra, casi como una intrusa, en la sala. Es una cámara al hombro, se percibe el temblor en la imagen. La luz natural de las primeras horas lectivas penetra con timidez, iluminando al profesor ya dispuesto en la tarima. El joven profesor, en la mitad de su treintena, elegante, bien peinado. Se nota su afición al deporte (los partidos de tenis, cuatro veces por semana y la tabla de ejercicios) y a la comida sana. Su piel limpia, no dañada por el afeitado, las perfectas gafas de pasta y el cabello castaño en media melena, nos señalan la naturaleza intelectual y, a la vez, dinámica del personaje. El profesor enseña consciente de que su labor es recibida con deleite por la multitud que se congrega en el aula. La cámara enfoca planos generales de la clase abarrotada y primeros planos del profesor y los alumnos. Algunas muchachas no pueden evitar lanzarle miradas lascivas, desarmadas por el tono de su voz y sus movimientos plenos de seguridad en sí mismo.

La cámara queda suspendida en un plano medio del docente. Oímos pájaros tras las ventanas. No es un efecto sonoro. El sonido es en directo. El campus está lleno de árboles.

Quizás el capitalismo, comienza el profesor, debe actuar construyendo oasis en su proyecto de avalancha. Se lo traga todo, no respeta nada; pero sabe que no puede justificarse en términos filosóficos, en términos humanos.

El profesor comienza a pasearse por el aula. La cámara lo sigue.

Estos oasis, lejos de representar una amenaza para el capitalismo global, le son necesarios, ya que su condición de falsos clavos ardiendo (inofensivos, en definitiva) sugieren que el ser humano aún está lejos de confundirse con la simple fórmula de oferta-demanda; que es posible, en un futuro hipotético, subvertir el estado de las cosas y dar con vías humanas de desarrollo y organización.

Algunos alumnos toman notas; otros prefieren dibujar gestos de interés y concentración.

Pongamos el ejemplo del amor. Sin duda, la mayoría de ustedes ha perdido el tiempo en sus trabajos alguna que otra vez. Risas en el aula.

El amor. El gran Otro imaginario: lo que evita la deshumanización completa; aquello que parece desviarse de la lógica del Capital… Yo les digo: no se dejen engañar; No caigan en la desmovilización que representa el amor. No se conviertan en aburridos miembros de la clase media intelectual, que disfrutan de las películas de Woody Allen, y gastan su tiempo (lo pierden) con esa patraña tan útil a los opresores.

Huelga decir que el profesor es un radical. Posiblemente, ahora en la pantalla se proyectan imágenes de mítines, debates, tertulias y manifestaciones, con las que nos podríamos hacer una idea de su personalidad, dejando, por supuesto, su discurso como voz en off.

Antes de que concluya, volvemos a verle ante su auditorio. El silencio es respetuoso y profundo. La cámara se va alejando de él, sale del aula y recorre los pasillos de la facultad sorteando a alumnos y profesores, miembros del equipo de limpieza y turistas. Llega a la zona de los despachos (quizás se podría dejar la voz del profesor como banda sonora de este momento). Se detiene ante una puerta. Puede leerse en ella el nombre del profesor. Entramos (evidentemente no abrimos la puerta, sino que la imagen se corta y aparecemos de pronto en el interior del despacho). Lentamente, la cámara escudriña cada rincón: las estanterías llenas de libros de filosofía política, fotografías con otros miembros del claustro, diplomas en la pared (el joven profesor es, a su temprana edad, toda una eminencia académica) de cursos en el extranjero (Estados Unidos, Alemania, Italia). Hay un cierto desorden: la mesa y las dos sillas del despacho están ocultas por pilas de expedientes, exámenes corregidos y sin corregir y folios de toda clase. Sobre ellos, una planta (sin flores) y figuritas de dioses hindúes y budas utilizados como pisapapeles. La cámara realiza un movimiento suave pero rápido que nos lleva al centro del escritorio, donde descansa un papel de color crema, fácilmente distinguible de los otros folios (blancos). Es una carta. La voz del profesor (que ha continuado con su lección en todo este tiempo) se diluye, sustituida por una melodía lenta y triste (ma non troppo) que va dominando la escena. La cámara no recorre todas las líneas de la carta. Opta por elegir las más significativas. Por ejemplo, el autor (una mujer, Paloma) y el destinatario: el profesor; frases:

Yo también creí que esto podría funcionar. Lo creí de veras…

…y esta falta de continuidad…

¿Qué es el amor? ¿Podemos distinguirlo de la amistad? ¿Puedes tú?

Siempre voy a quererte, pero ahora me voy lejos. Lejos de ti, lo siento. Pero, también lejos de mí…

Una firma: Tuya, Paloma.

Parece que el círculo se completa, pero debemos indicar que la carta ha sido leída muchas veces (el papel está arrugado, incluso presenta manchas de grasa). También el profesor ha escrito sobre ella. Hay frases subrayadas, anotaciones que no podemos traducir, dibujos en los márgenes: un coche, caras, números de teléfono. La cámara llega hasta la ventana. El sol ilumina el jardín del campus, que va llenándose poco a poco de gente (parejas, jóvenes en bicicleta, alumnos que estudian bajo los árboles). La pantalla se ennegrece. Volvemos al aula (lo que pone fin al plano secuencia). El profesor ha concluido su lección magistral entre aplausos. Recoge las cosas mientras los alumnos van saliendo. Mira por la ventana. Un coche avanza lentamente por la carretera del campus. Al joven profesor se le tuerce el rostro. El vehículo se detiene frente a su edificio. La puerta se abre. La cámara enfoca al zapato de tacón rojo que acaba de asomar. Corte rápido. Fin.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífico. Mucho mejor que el japo. ;)

Anónimo dijo...

La catedral es un edificio especial en su sentido más histórico. Una catedral no se construye de un día para otro, no es una pequeña choza, o una casita para que los campesinos se resguarden del frío. Una catedral es un esfuerzo de décadas durante las cuales probablemente cambien los conceptos y se amalgamen estilos arquitectónicos, y algún verano, seguro que la gente del lugar comentará camino del mercado: "Parece que esto se paró, hace un año que no se mueve una piedra por aquí". Nada más lejos de la realidad.