sábado, marzo 13, 2010

La Tierra


No sé por qué siempre he identificado Castilla con una cruda idea de la verdad. Para mí, Castilla es un testimonio material, táctil, terreno de la verdad, frente a otras geografías, quizás más amables en apariencia. Para que nos entendamos, es como si se tratara de la tierra en su sentido básico, sin la retórica de un paisaje feliz. Castilla como fábrica, donde el instrumento con el que se construye se maneja diestramente, sin mayores distracciones que el cumplimiento fiel y constante de un oficio. Quizás haya sido porque, para mí, supone un surco apenas marcado de mis raíces (si un hombre puede tener de eso) y un secreto Una tierra dormida a mi espera.

Hablando con los castellanos, esa gente de belleza funcional, siempre rodeados de un silencio de siglos. Como su campo, baldío en un primer vistazo, que no necesita de más color para mirarlo y sentirse hombre. Y su horizonte, marcado al final con más polvo, casi rescoldos, en promesa de océanos y aventuras.

Un lugar de judíos y moros. Una frontera, acaso suspendida en el tiempo, aguardando una razón que pueda revivirla. Un trabajo lento y fatigoso. El frío y el calor secos. Aquí no se sonríe sin una buena razón. Es la conclusión de una historia que realmente se ha protagonizado y llega al final, y ya no ofrece nada, ni falta que hace.

En su misma arquitectura, que parece abrazada por la tierra, más que impuesta, y que ofrece una visión donde Dios ha cabido siempre. Un dios sin color, marcado por una filosofía estoica, por Teresa y Juan, donde la vida no parece distinta de la muerte Quizás con mayor movilidad por el amor, que es melancolía sobre la tierra parda.

2 comentarios:

momo dijo...

es bello y cierto, mis abuelos por parte de madre eran castellanos...
un beso

Pablo Sánchez dijo...

Los míos, por parte de padre, también...
Cuánto tiempo, Momo. Un abrazo.