domingo, julio 08, 2012

La Vida a los Treinta



Los treinta años son una edad difícil. Uno abandona los hábitos de la veintena que consisten, valga la generalización, en dejar las cosas para después. Menos los deportistas, que padecen las urgencias del físico, el resto del orbe vive los veinte como un regalo, un paréntesis, antes de afrontar la escalada de ese gran pico que es la vida adulta. Luego se terminan los veintinueve y uno experimenta un cierto hartazgo del movimiento, mientras evoca lo que puede contar por derecho. Los ídolos de la cancha también, y con más razón, ven los treinta como un guardia de tráfico con la mano levantada al final de una recta que siempre se hace demasiado corta. Es el final del camino. En el tenis, tradicionalmente, los cambios de monarca se han producido incluso antes. Cómo no recordar al sueco Borg, quien hincó las rodillas, con apenas 25 años, ante un voraz y brillante McEnroe. O el propio 'bad boy' neoyorquino, cediendo la corona, con la misma edad, a un Iván Lendl en plena madurez. Por eso Roger Federer, en el circuito, empezaba a ser más leyenda que competidor. Algo así vivió el australiano Rod Laver, cuyo final de carrera coincidió con su económica apuesta por los torneos de exhibición, donde podía destapar el tarro de las esencias sin demasiado sufrimiento. Desde su victoria en Australia, en 2010 -su último Grand Slam hasta el reconquistado ayer en Londres- Roger parecía haberse apartado a un segundo plano de respetable senectud, ante lo que ya aparecía como el nuevo clásico de este deporte: el duelo de superpotencias entre Rafael Nadal y Novak Djokovic. Sin embargo, no se le puede achacar al suizo que no avisara de sus intenciones en este 2012. Sus cuatro victorias del año (Róterdam, Dubái, Indian Wells y Madrid) auguraban que a Federer se le había vuelto a abrir el apetito. Pero llegó París y Djokovic le doblegó en tres sets. Para colmo, en Halle, un casi jubilado Tommy Haas le arrebató el dominio de la hierba alemana, con Wimbledon a las puertas. “Demasiado viejo”. “Ya lo ha dado todo”. “Sólo queda disfrutar de pinceladas de su arte”, decían. Y era verdad. La altura de los vuelos del serbio y el manacorí no parecían dejar espacio para una segunda parte suiza sobre la cima de la ATP. Se anhelaba una redición de la final de Roland Garros y todo apuntaba a que Federer había puesto, definitivamente, el cerrojo a sus vitrinas. Ayer volvió. Lo hizo empuñando el completísimo juego que durante una década lo encumbró entre los más grandes de su deporte: esa combinación letal de seda y contundencia; de plasticidad y mortífero clasicismo. Ya es, de nuevo, el número uno del mundo. El próximo 8 de agosto cumple 31 años. Los veinteañeros pueden hoy rendirle pleitesía. 


Foto: REUTERS/Toby Melville

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