viernes, noviembre 06, 2015

Veneno*



No hay unanimidad en el placer, pero eso no se dice. Es un secreto, algo que permanece oculto en el espíritu humano entre la cotidianidad del rebaño y el tanatorio. De cara a la galería, sin embargo, el poder se entretiene con el espejismo de la responsabilidad, echando mano de la ciencia y sus conclusiones; en definitiva, de la culpa. El placer es íntimo y diverso, apenas un ejercicio de autonomía en la era del escaparate virtual. Hablamos de la gestión del veneno, que no es fácil, eso nadie lo discute. Saber ajustar la dosis, que diría Escohotado, ¡qué gran desafío!

Cada uno se envenena con lo que tiene más cerca; a veces, no se trata de una opción, sino de la vida que moldea las obsesiones hasta confundirlas con la personalidad. Esto no tiene que ser algo necesariamente malo. A Luis Cernuda, por ejemplo, pensar en España desde el exilio mexicano envenenaba sus sueños. El placer del recuerdo y la mortificación de la pérdida. Resulta difícil escapar de esa lógica a la vez reconfortante y autodestructiva que, no obstante, uno no puede arrancarse sin más. Quizás, ni siquiera lo desea.

La administración del peligro pertenece al ámbito de la libertad, esa palabra escurridiza que ya nadie pronuncia. La efervescencia de “lo público” y la exigencia de un mando que delimite las fronteras del mal invaden el presente, reduciendo la elección a simple inconsciencia. La Organización Mundial de la Salud ha emitido su encíclica sobre la carne procesada y ya se alzan las voces comprometidas que reclaman acción al brazo secular. ¿Cómo es posible, se preguntan, que un vecino cualquiera pueda acercarse al supermercado para comprar jamón ibérico? ¿Quién va a proteger al personal de sí mismo? ¿A qué espera el Gobierno? Ay, Mariano, lo que te faltaba...


El pecado, nos dicen, es siempre individual; la flaqueza del sujeto, que -incapaz de imponerse sobre los dictados de la pasión-, va siempre demasiado lejos para saciar sus apetitos. Al veneno que afecta a muchos no lo llaman pecado, ni siquiera error. La intoxicación colectiva tiene otro nombre mucho más vulgar: política.   

* Columna publicada el 5 de noviembre de 2015 en El Diario Montañés.

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