viernes, enero 15, 2016

Un vuelo de pájaros salvajes*



Uno lo disfruta y, modestamente, trata de entenderlo. No basta con la quietud en la butaca, la atención a lo que el artista ejecuta sobre el escenario. Hace falta algo más hondo, “la gracia del instante”, de la que hablaba Herbert von Karajan. Para sentirla, es necesario educarse en la cultura del esfuerzo más allá de la diversión extraescolar. No puede saberse, por lo tanto, qué porcentaje de la multitud que abarrotó el pasado 4 de enero el Teatro Casyc de Santander comprendió todo lo que allí vio y escuchó. La Orquesta Juvenil Ataúlfo Argenta ofreció su concierto de año nuevo a beneficio de Cáritas ante un público formado mayoritariamente por amigos y familiares, que expresó su felicidad con aplausos y cariño. Algunos bebés lloraron del susto (demasiado pequeños para un espectáculo de estas características) y hubo que sacarlos de la sala.

La música clásica exige compromisos. Desde que un niño toma un instrumento por primera vez, las responsabilidades se acumulan. Algunos abandonan muy pronto, aturdidos, quizás, por la falta de tiempo libre. No siempre apetece, imagino, producir belleza. Los espectadores nos asomamos al concierto y lo vemos ya todo en orden: los músicos perfectamente ataviados, el sonido limpio que brota cuando el director lo reclama. Pero esa es solo la consecuencia, la última estación en un trayecto largo, que implica ensayos a deshora, madrugones y muchos nervios.

El maletero del coche familiar sustituye, durante un tiempo, las toallas y la sombrilla por el violonchelo o el contrabajo. Los padres observan a sus hijos crecer y superarlos, no sólo en centímetros, sino en conocimiento. La parentela es incapaz de leer una partitura; de ella extrae el niño notas y ritmos. El orgullo es inmenso. La orquesta carece de un lugar fijo para ensayar -el Teatro Casyc le cede su espacio cuando no está ocupado- y todos los gastos corren por cuenta de los músicos y sus progenitores. Que tomen nota las instituciones, tan pródigas en cualquier cosa que no huela a cultura.



Y llega el día del concierto. El ecléctico programa incluye la ‘Cuarta Sinfonía’, de Beethoven y la ‘Suite 2000’, de Rafael Osuna, así como las emblemáticas ‘El Danubio azul’ y la ‘Marcha Radetzky’. El público participa -cuando lo indica el entusiasta director, Hugo Carrio- y comparte los momentos más festivos del evento con risas y vítores.


Son alrededor de cuarenta intérpretes, acompañados por varios coros infantiles de la región. Los espectadores hemos llegado al final, en la desembocadura de su empeño; en el preciso instante en que ese bullicio de chicos y chicas (de preadolescentes a universitarios) abandona las preocupaciones propias de su edad para convertirse en un solo cuerpo que produce música. Tan simple y tan trabajado. Fue también Karajan quien definió la orquesta como “un vuelo de pájaros salvajes”. A eso quisieron parecerse los jóvenes de la Ataúlfo Argenta el pasado 4 de enero en Santander. 

*Columna publicada el 14 de enero de 2016 en El Diario Montañés.

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