viernes, junio 17, 2016

Piscinas*



El niño que se lo piensa en el trampolín, que mira hacia abajo con gesto intranquilo, no sólo teme el salto y el hundimiento. En toda acción, hay un espacio que se recorre, una ciencia incorporada. Al niño también le asusta flotar. Es lógico; sobre el trampolín, uno conserva su ignorancia y las promesas de aprendizaje. Hay que tener en cuenta que las promesas no son el aprendizaje, únicamente su posibilidad. Esos segundos previos al salto no son el salto. Esperar más de lo debido ataría definitivamente al niño a la quietud, alejándolo de la piscina. Nadie quiere eso.

Hace unas semanas, en el programa ‘Fort Apache’ -presentado por el líder de Podemos, Pablo Iglesias, en el canal iraní HispanTV-, se habló de la exitosa serie ‘Breaking Bad’ como metáfora del ‘sueño americano’ y su reverso tenebroso. Los tertulianos, casi todos pertenecientes al ámbito de la izquierda ‘transformadora’, se apresuraron a tratar la serie como una representación del capitalismo; un sistema económico hostil que empuja al protagonista a la miseria y, consecuentemente, a la delincuencia. Recordemos el argumento: a Walter White (interpretado brillantemente por Bryan Cranston), un gris profesor de química pluriempleado que apenas llega a fin de mes, le diagnostican un cáncer. Incapaz de asumir el coste del tratamiento y angustiado por la posibilidad de dejar a su familia en la ruina, se lanza frenéticamente a la fabricación y venta de droga de gran calidad. La serie relata la transformación personal de White, su envilecimiento. Lo que se presenta como un sacrificio moral, concluye en la plena identificación del profesor con su negocio. El sumiso White se convierte en el malvado Heisenberg.   

En el coloquio, se destacó, con sorna, el carácter emprendedor de Walter White, como si su figura reflejara la verdad íntima del mercado; el mal deshumanizador y consustancial a la empresa privada (al “proyecto estadounidense de clase media blanca”). Este análisis partidista obvia el tema central de ‘Breaking Bad’: la cobardía. White es, fundamentalmente, un pusilánime; alguien que aguarda paralizado en el trampolín, mirando a la piscina desde lo alto. El profesor no participa de la vida, refugiado en una zona de confort que lo protege del riesgo. En su biografía, descubrimos planes que no llevó a cabo, oportunidades que dejó pasar. Walter White es un individuo brillante que prefirió el tiempo sin aventura. Su conversión en un peligroso narcotraficante lo devuelve a la tierra, a la alegría de producir a través del conocimiento. “El trabajo creativo”, que reivindica, por ejemplo, Noam Chomsky.

White alcanza esa meta de “realización personal” transformándose en Heisenberg, que es él mismo, pero felizmente completo -como le confiesa a su esposa en uno de los últimos capítulos-. Heisenberg siempre estuvo en Walter White, esa es la cruda lección final de la serie: la inevitabilidad del salto a la piscina, abandonando el consuelo del trampolín, la fantasía de lo que podría haber sido.

* Columna publicada el 16 de junio de 2016 en El Diario Montañés. 

No hay comentarios: