sábado, octubre 15, 2016

Casa*



Nos bajamos en Hallesches Tor, buscando el Museo Judío de Berlín. Su diseño, obra maestra del arquitecto estadounidense Daniel Libeskind, simboliza, dicen, “una estrella de David rota”, la dolorosa singladura de los judíos alemanes trágicamente interrumpida en los campos de exterminio. Atravesamos Mehringplatz y vemos, de pronto, otro pequeño cartel, apenas un escueto indicador en la desembocadura de la plaza circular: ‘Willy Brandt Haus’. No conocemos el idioma, pero la palabra ‘Haus’ se parece mucho a la inglesa ‘House’ y, por lo tanto, deducimos que la ‘Willy Brandt Haus’ debe de ser algún museo dedicado al excanciller.

En realidad, se trata de la sede berlinesa del Partido Socialdemócrata Alemán. Una bandera roja con sus siglas, SPD, ondea en lo alto del moderno edificio de Helge Bofinger. A pie de calle, un puñado de fotos de Brandt, sonriente en diferentes épocas, junto a los ya inútiles carteles de propaganda, aún no retirados tras las últimas elecciones municipales. Lo observamos desde lejos, rodeándolo para continuar nuestro camino hacia el Museo Judío. Los candidatos nos sonríen desde sus retratos; parece gente honrada. “Ojalá aprendieran en casa”, pensamos. Pero en todas partes cuecen habas.

La historia de la socialdemocracia refleja su compromiso con la igualdad desde la libertad, también en territorios inflamados por el espíritu revolucionario y, consecuentemente, por la tentación totalitaria. Personalidades como Brandt, Schmidt, Palme o (¿por qué no?) González pertenecen, con todas las contradicciones, a una larga lista de líderes emblemáticos, convencidos de que sólo la buena administración del espacio público puede garantizar el bienestar de todos. Ese programa de precaución frente a los excesos del capitalismo y en defensa de la sociedad abierta se convirtió en la ideología dominante en Europa desde 1945. La crisis que padece forma ya parte del paisaje.



La socialdemocracia ha sido la casa de amplios sectores de la población que se reconocen de izquierda y centro-izquierda. Desde la retórica obrerista hacia la gestión moderada -quizás insuficiente para algunos, pero eficaz sobre todo en los ámbitos educativo y sanitario-, su éxito recae en la magnética permeabilidad de un mensaje compartido con la sociedad civil. La socialdemocracia no es una doctrina pura e inamovible, sino un instrumento para el cambio político desde la acción institucional; el cambio de lo posible, no la utopía permanentemente pospuesta. Su labor comienza con un triunfo electoral, con el apoyo de la mayoría social. No es (no debería ser) un coto privado de feligreses.  


Esta idea es discutida hoy en todo el continente. En España, donde los derrumbes políticos son siempre mucho más escandalosos, la hemorragia electoral del PSOE se produce ante la quietud programática de sus dirigentes. No se comunican ideas, no se desarrollan debates de fondo. Su militancia parece satisfecha con una identidad sostenida en el odio al adversario. Asistimos, eso sí, a grotescas batallas intestinas donde se obvia lo fundamental: no hay votos suficientes, la casa ya no convence.   

* Columna publicada el 6 de octubre de 2016 en El Diario Montañés

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