viernes, septiembre 08, 2017

Fobias*



Conozco, por fin en persona, a R. en el nuevo piso santanderino de dos buenos amigos comunes. La lluvia de finales de agosto nos recoge a los cuatro en la sala de estar, rodeados de libros y con el vaso en la mano. R. es un hombre alegre que piensa y habla deprisa. Conversamos de muchas cosas; de la problemática relación entre los tres grandes monoteísmos, para empezar, asunto que domina y sobre el que ha escrito ampliamente en su celebrado primer libro. Se agradece el respeto, la plática razonable en plena efervescencia de los discursos inmediatos. Todos coincidimos en que la cosa pinta muy mal; el peligro yihadista es ya indiscutible y su desparpajo ha sorprendido a la siempre ingenua opinión pública europea.

R. ha leído mucho y ha viajado mucho. Sus experiencias le han permitido templar la sesera con frecuentes baños de realidad, alejándose, así, del cliché. Uno de los principales ingredientes de la actual amenaza, dice, es su compromiso con la destrucción de la riqueza cultural del Islam, su empeño en borrar cualquier matiz que discuta el férreo control fundamentalista. La vanguardia de la Yihad desprecia a Averroes, a Avicena o a Ibn Arabi y teme las maneras de una fe que brilló, hace algunos siglos, en Córdoba, en Damasco o en Bagdad.

La prioridad de la rabia genocida del Estado Islámico, afirma R., es tomar el poder en Arabia Saudí y en el resto de países de la zona, siguiendo el dicho de que “no hay peor cuña que la de la misma madera”. Los terroristas comparten la visión extrema del Islam que brota de Riad, pero los perturba la discordancia entre su lectura despiadada de la religión y la querencia vividora de sus gobernantes. Por ese motivo, los saudíes persisten en su hermetismo -sin estimular cambios que podrían resultarles traumáticos-, al tiempo que participan en el intento de oponer a este vendaval asesino de cuchillos y furgonetas un Islam ordenado y blanqueado (por ellos, desde luego) en Occidente.

La fórmula es astuta. El miedo a caer en la “islamofobia” previene al personal de enunciar lecturas negativas sobre el Corán o sobre la tradición religiosa que emergió tras su meteórica expansión. No se trataría ya, en definitiva, de reivindicar a Rumi o a Naguib Mahfuz frente a los terroristas, sino de contribuir a que ni siquiera sea posible expresar públicamente una opinión libre sobre el dogma sin ser severamente reprendido. A diferencia de otras fobias emblemáticas (homofobia, misoginia, todos los racismos), el término “islamófobo” estigmatiza a quienes critican un sistema de creencias. Muchos intelectuales sufren hoy siniestras campañas de desprestigio por, como dice el chiste, no ser partidarios. El riesgo más urgente: que la censura de los análisis provoque en nuestras sociedades avanzadas no el advenimiento de un Islam capaz de conectarse con la modernidad sino la aceptación sumisa de que todo vale mientras no nos maten.

* Columna publicada el 7 de septiembre de 2017 en El Diario Montañés

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