miércoles, septiembre 12, 2018

El vacío*



Dos Franciscos, el Papa y Franco, están en el punto de mira. Uno de ellos, para su fortuna, ya ha muerto. El otro arrastra consigo la decadencia de la Iglesia Católica; aquella institución monumental que dominó la vida y sus tribulaciones, y que hoy, sin embargo, languidece en la humillación mediática de la pederastia y el sectarismo. No comparo itinerarios; Roma, en palabras de Jiménez Lozano, defendió una vez “el honor de la belleza y la humanidad en este mundo”, pero Franco fue simplemente un dictador que impuso su mando de cuartel a todo un país durante cuarenta años.

Resulta interesante observar cómo se prepara hoy el ser humano para el vaciamiento de las cosas que siempre estuvieron colmadas de significados a favor y en contra. De la misma manera que uno percibe lo descontextualizado de un cuadro de temática bíblica en un museo -la ausencia del ámbito espiritual o el intento de la cultura contemporánea por destacar únicamente el aspecto formal de la obra artística-, se puede intuir la oquedad en edificios e instituciones que ya cumplieron su función histórica. Cabe preguntarse si la tumba de Franco, por ejemplo, será siempre la tumba de Franco, aunque se vacíe de restos biológicos y se tapien o derriben sus aledaños.

No es tan sencillo, claro. Piensen en las leyes contra el tabaquismo: la prohibición de fumar en lugares públicos fue la consecuencia lógica en una sociedad en la que el cigarrillo había perdido su papel en el rito de paso a la vida adulta. Del mismo modo, Franco puede salir del nicho porque ya no es el mismo que entró en él (el caudillo “por la gracia de Dios”) sino lo que queda del pequeño tirano que, todavía hoy, obsesiona a las élites. La política sobre el franquismo gestiona el vacío que ha dejado; la reconstrucción ideológica de lo que significa hoy para los españoles.

Si cada generación tiene el derecho a elegir sus símbolos y a rendir tributo a las figuras que han participado de su forma de entender la realidad, urge la elaboración de un relato histórico veraz y riguroso, no sujeto a las necesidades coyunturales de los gobiernos de turno, que denuncie, por supuesto, la violencia de los totalitarismos de distinto signo (todos ellos, hoy, felizmente superados por la historia) que regaron de sangre las tierras de España durante los años treinta del siglo pasado. Es decir, que se reivindique como víctimas de las tropas liberticidas a Antonio Machado, a Federico García Lorca y a Miguel Hernández, tanto como a Pedro Muñoz Seca, José Robles Pazos o Pedro Poveda.

Es posible que en unos años contemplemos El Vaticano o el Valle de los Caídos como contemplamos ahora el Coliseo y Pompeya: rescatándolos con la mente de sus ruinas, imaginando su vitalidad de antaño; el fervor que erigió sus muros. Disfrutando, en definitiva, del vacío que hemos heredado.

* Columna publicada el 5 de septiembre de 2018 en El Diario Montañés

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