martes, junio 18, 2019

Tiananmen*



No resulta fácil advertir el paso del tiempo en lugares rendidos a la quietud y a la costumbre. El espacio familiar doma las miradas, convenciéndonos de la repetición de los movimientos y de la necesaria fe en las fórmulas de siempre. Únicamente los achaques y las canas -que irrumpen como los granos últimos de un reloj de arena- despiertan la preocupación en el personal. Esto no va a ser eterno.

Más allá de las amenazas que todos sabemos, a pesar de que los territorios permanecen en su aspecto infantil, a veces el paso del tiempo nos es reconocible. Pienso en algún episodio que marca las vidas de las personas concretas; aquellas que no se mueven en la lógica del poder ni de los medios. Se trata de la posibilidad de la vejez y de la ruina, de las pérdidas y del compromiso con el prójimo.

El mundo se vuelve entonces hostil o, por el contrario -como canta la gran María Jiménez-, “más amable, más humano, menos raro”. Y se vive su realidad más conscientemente aun cuando otros prefieren inhibirse en el sueño emboscado; en la vigilancia a cierta distancia prudente. Zhou Fengsuo, uno de los líderes del movimiento que reclamó reformas democráticas en la China de 1989, declaraba recientemente que a los protagonistas de aquella ilusión frustrada “nos parece estar en un universo paralelo; una pesadilla que empezó hace treinta años”.

Y es que la vida, a fuerza de repetirse en compañías simpáticas, aperitivos y paseos, golpea en ocasiones con la potencia de la historia y reclama de los individuos una implicación para la que, en general, nunca están preparados. ¿Cómo podría estarlo Zhou Fengsuo, un joven estudiante de Físicas en el Pekín de los ochenta? ¿O un alumno del primer curso de la carrera de Historia como Wang Dan? Rebeldes impetuosos para los que las promesas en un futuro de triunfo y libertad que completara políticamente la apertura económica de la China comunista se disolvieron al mismo tiempo que su adolescencia.

Los principales cabecillas de la protesta van, poco a poco y en silencio, alcanzando una madurez que no va a proporcionarles influencia o mando. Como tampoco se lo proporcionó al premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo, que murió hace casi ya dos años de un cáncer diagnosticado demasiado tarde en una cárcel de su país, y cuyo nombre es hoy tabú.

Es en la cobardía de Occidente, cómplice del empuje económico de la China contemporánea, donde se manifiesta el tiempo en toda su crudeza y su traición. En las conciencias de nuestra juventud, amarrada a eslóganes prefabricados, no hay espacio para el reconocimiento a quienes pelean por la libertad, contra la represión de su estado y el compadreo de las democracias de festival. Al menos, cada diez, veinte o treinta años, emerge el ejemplo de Tiananmen; de las esperanzas y las derrotas de Tiananmen. Para nuestra vergüenza.

* Columna publicada el 12 de Junio de 2019 en El Diario Montañés

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