miércoles, mayo 06, 2020

Velo de las naciones*



En su famosa ‘Biblia del peregrino’, el jesuita Luis Alonso Schökel, importante estudioso y traductor de los textos sagrados, describe a Isaías como “el gran poeta clásico”. Para el lector agudo, esta coincidencia vocacional no puede resultar extraña: el poeta y el profeta coinciden en el uso audaz del lenguaje; en la exploración de sus límites. Que sea Dios o la nada lo que aguarde al otro lado, en realidad, poco importa.

Schökel destaca el desapasionamiento de Isaías -“apenas asoma la emoción en sus poemas”-, su rigor y concisión. Es la palabra justa la que confiere autoridad al verso, no la floritura o el adorno. Fijémonos en el capítulo 25, según la traducción del propio Schökel: “Arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones; y aniquilará la muerte para siempre. El Señor enjuagará las lágrimas de todos los rostros…”. No hay exégesis posible, dogma o teología; únicamente, esperanza.

¿En qué consiste este velo del que habla Isaías? Evidentemente, la promesa parte de la concepción incompleta del ser humano. Su caducidad biológica, el miedo al otro, el esfuerzo inútil. Todo ello se entromete como un velo que, asegura el profeta, puede ser arrancado. La confianza, en definitiva, en una humanidad dispuesta a superar las injusticias en plenitud y verdad.

En nuestro mundo, sin embargo, este velo parece tejido con un arte sofisticado que apenas deja espacio para que lo atraviese la luz. La confusión espolea al malvado. Las palabras del político y el propagandista, las noticias que no lo son, los ataques para evitar la autocrítica. Y gente aplaudiendo en los balcones mientras el poder engorda y se expande.

* Columna publicada el 29 de Abril de 2020 en El Diario Montañés

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