jueves, marzo 15, 2007

Poder

(La gran mayoría de las cosas no importa, pero una anciana a quien conozco siempre predice castigos y tinieblas, y sus profecías importan, aunque quizá no se cumplan nunca. Éste es un motivo por el que no me preocupo mucho, pero me gusta decirle que tiene razón y también que se equivoca, porque lo que dice no va a ocurrir. Sin embargo, ¿cómo puedo o cómo puede saberlo alguien? Porque las estaciones vienen y se van parsimoniosamente, y uno se apropia de algo de cada una, según los deseos de cada uno y lo que deja atrás. No hace mucho, esto me tenía perplejo, pero ahora ya es demasiado tarde. Cae la tarde y los álamos modifican las estrellas. Llena un grito todo en torno a este observatorio).

John Ashbery – Fragmento del poema:”Una bonita presentación”, incluido en su libro: “Secretos chinos”. Traducción: Dámaso López García.

- Mi vecino de arriba se parece a un hombre que ya está muerto. Cuando me encuentro con él en el ascensor, o le saludo por la calle, no puedo evitar pensar que el trazo de sus rasgos, el gesto, incluso su peinado son los mismos de los de un hombre que ya está muerto. Un hombre que no existe. O sea: su conciencia aún puede engañarle asegurándole una inmortalidad ficticia, ese apego íntimo que le guardamos a la vida mientras nos sabemos unos e indivisibles. Pero yo sé (y eso es lo grave) que su carne, sus células se han juntado en el azar de un modo que ya lo habían hecho antes, que su lugar en el mundo no es casual y obedece a la predestinación mortal de la especie. Yo sé y él puede que no sepa. ¿Creerá aguantar hasta escuchar el corno de Rafael en el último día? Podría susurrarle o dejarle un mensaje en el buzón pero ¿sería yo capaz de aguar la fiesta en la que cree vivir? Por ahora me contento con alzar levemente la cabeza cuando nos cruzamos paseando o con hablar del tiempo en el ascensor. Pero este silencioso poder me reconcome.

* *

Me enteré de la muerte de Claudio Rodríguez mientras aprendía inglés en Lancaster, Pennsylvania (USA). Entré una tarde en la Web de El País y leí algo así como: “Los zamoranos despiden a Claudio Rodríguez lanzando rosas al Duero”. Me entristecí mucho sobre todo porque, en ese momento, en España, un ejemplar de “Desde mis poemas” descansaba sobre mi mesilla de noche. Luego, la familia americana me llevó a ver una obra de Shakespeare que se representaba en un maravilloso parque de la ciudad. Hicimos un picnic y nos quedamos hasta la noche caminando entre los árboles. Sentado en un columpio, ya al final de la velada, me detuve a pensar y miré al cielo: “¿seguirán hablándonos después de Claudio? Era 1999.

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