jueves, junio 05, 2008

Jerusalén

E. se abrochó su chaqueta negra sobre la camisa negra. Luego, se calzó sus zapatos negros. Miró al espejo. Sin apartar la vista, recogió el peine y domesticó su rebelde cabello, peinándolo hacia atrás. Su figura presentaba un aire adusto, respetable. Sonrió. Esta vez ya no había vuelta de hoja. Tomó su caja. Descolgó el teléfono y salió de la casa.

Cruzó un par de calles, con la caja bajo el brazo, sin mirar a nadie. Lo había dispuesto todo con cuidadosa frialdad. El sol del mediodía parecía vengarse de su determinación; pero E., orgulloso, mantenía firme el paso, cuidando de que no tropezar con algún conocido.

“Sobre todo, mantener la mirada en el suelo”, se decía, sudando cada vez más. “Es fundamental llegar antes que ella”. El parque ya se veía a lo lejos.

De pronto, sintió una mano posarse sobre su hombro. Se giró. M., el poeta, el literato, lo miraba burlón tras unas modernas gafas de sol.

“Pero, hombre de Dios, ¿qué haces de esta guisa?”

Los dos hombres se sentaron en una terraza. M. se quedó mudo cuando E. le hubo contado sus planes. “Es una locura”, acertó a decir.

“Ya sabes, me he esforzado en crearme una gran melancolía”.

“Y lo has conseguido”, añadió M. “No era necesario”.

“Es verdad”.

Se estrecharon la mano. M. se quedó observando cómo se marchaba su amigo, calle arriba, cargado con su caja. Un hombre de tanto talento. ¿Cómo era posible? Le llamaron al teléfono móvil, y ya no volvió a pensar en ello.

E. se estaba cansando. La interrupción de M. le había hecho perder demasiado tiempo. Entró corriendo en el parque. Ella ya lo esperaba sentada.

“Lo siento, Julia”.

“Sí, creo que lo sientes”.

“Es verdad”.

“Que sí”.

“Tú ya sabes que yo no tengo uso”.

“Ya lo sé”.

E. intentó tocarla. Ella se apartó. Los dos se quedaron en silencio. E. jugueteó unos instantes con su caja. Julia lo miraba de reojo.

La oscuridad rescató el frío al atardecer. E. y Julia seguían sentados, uno al lado del otro, sin más ocupación que ver pasar a la gente.

“Se está haciendo tarde, y tengo frío. Me voy a casa”, dijo Julia, levantándose. Besó a E. en la mejilla y se marchó.

E. aún permaneció un rato sin moverse. Cuando se sintió preparado, tomó su caja y saló del parque.

Era noche cerrada cuando llegó a la Plaza. Los turistas se agolpaban para subir a la torre y no reparaban en él. E. se apartó un poco para admirar la construcción. La modernidad de la torre chocaba con su evidente frialdad. Nadie parecía darse cuenta. Desde arriba, se podía disfrutar de las vistas más impresionantes. E. no había subido nunca. Tampoco le importaba.

Unos niños le sacaron de su ensimismamiento con sus gritos. E. les lanzó una mirada de odio y se agachó para abrir su caja. Sacó de ella un sombrero negro y se lo puso. Su aspecto de predicador o pistolero asustó a los niños, que huyeron despavoridos. E. pensó entonces en Julia y en M. Y en todos los mundos posibles que se han perdido para siempre desde que tomó su decisión.

El griterío iba en aumento. Con parsimonia, E. se abrió paso entre la multitud. Colocó la caja bajo la torre. Y se subió encima. Su ya alta estatura resaltó aún mucho más. Pudo ver los alrededores, plagados de visitantes, turistas y comerciantes de toda condición. Respiró hondo. No debía confiarse. La astucia de sus demonios trataría de empujarle a desistir, a volver a casa con el rabo entre las piernas. No lo conseguirían. Tanto tiempo banal alimentado de una esperanza sin objetivo. No quería llorar. Ahora se sentía más vivo que nunca. Cerró los ojos y los volvió a abrir enseguida. Algunas personas habían ya reparado en él y esperaban alguna acción por su parte. Había llegado el momento. Tomó aire.

“¡La guerra!, ¡LA GUERRA!”, exclamó.

Nadie lo oyó desde lo alto de la torre. Los de abajo le tomaron por un loco.

6 comentarios:

Trotaredes dijo...

Se te ha echado de menos, Maestro.

momo dijo...

buffffffffffff

momo dijo...

Era de quedarme con la boca abierta como de ...Que ha pasad?
A que tampoco me explico esta vez?
dejalo en asombro...
me gusta

momo dijo...

¡Qué lejos estoy de todo!

C

Anónimo dijo...

Me parece inquietante... Hasta el final se mantiene la duda, el miedo, la sospecha y aún así, aún al final.......
Me ha gustado mucho y al igual que "trotaredes", también te echaba de menos.
"Calima"

Anónimo dijo...

algo así como la pasión inútil...