jueves, diciembre 10, 2009

Música

El loco creía llevar una careta y estaba contento por ello. Los pájaros le rodeaban, o eso pensaba, y su vuelo tenía palabra, y la palabra era definitiva. El loco se cansaba de la quietud de los días, de la apariencia de precipicio de su tiempo. Se había mostrado siempre débil, taciturno, y los vecinos le habían tomado cariño. Pero él se sabía perspicaz y lúcido, y traducía el mundo a su lenguaje. Como con la Rosa, que era un amor, y le ponía ojitos y él sabía que ese sentimiento que cualquier otro habría considerado natural, para él alcanzaba un sentido más profundo, enlazado con el vuelo del pájaro, sí, y con el viento de la mañana y el sol y la vejez de los amigos. El loco se cansaba de permanecer erguido como un mueble mientras el mundo le ofrecía material para la traducción. El loco conocía los mecanismos del mundo, como sabe un sastre de agujas y a veces se sentía especial. Otras veces se detenía y observaba una hoja sobre la acera, o un árbol de ramas amenazantes, para descifrar su sentido en el orden del tiempo. El loco bebía siempre vino, porque le sabía a la tierra que él se esforzaba por amar sin éxito. Dudaba el loco de la honestidad de plantas y animales, pero creía que la palabra estaba escondida en las grietas de lo que podía verse y escucharse, porque lo contrario no tendría sentido. Nunca esperó ninguna otra música. Era feliz en su determinación.

Mientras su carne le aguantó el ritmo, el loco quiso probar el mundo a la manera heroica, aceptando las coordenadas evidentes. Su final no tuvo nada de santo. Cuando tuvo que rendir cuentas, era apenas un guiñapo de carne rebozada en tela raída. Se presentó ante el tribunal en el que no creía, ante el juez que le fue siempre indiferente. Antes de la maldición (que era distancia perentoria), tuvo derecho a la última palabra.

- Debo decir, ahora que el fin de la carne me ha ordenado las ideas y ha revivido mis neuronas, que no he sido más que un hombre entre los hombres; una máquina de sed y de hambre, de deseo y sentimiento de ausencias. Ahora que has terminado con la vida y con la muerte, Juez, que ya mis pulmones no sirven, ni mi estómago, ni mis ojos, que no pueden ver, pues nada hay; ni mi alma alcanza ya la voz de las otras almas, ni puedo contemplar los montes que has matado con tu presencia. Ahora, digo, reniegas de lo que ha sido más tuyo que ninguna otra cosa, lo que has admirado durante millones de años: tu palabra que se ha impuesto sobre lo que estaba vivo…

El loco marchó pronto y su distancia no fue castigo, sino apenas un resquemor de nostalgia de quien se ha visto confirmado en una idea inútil. Nadie se preocupó ya del loco. Su alma quedó vagando por las grietas que no eran ese Dios Todopoderoso al que ahora se bendecía, y buscaba la carne, la familia y el árbol, obstinadamente consciente de su pérdida, día y noche mientras oía los ecos del amor por toda la eternidad.

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